{♚} Capítulo dos.

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Habis parecía complacido con mi respuesta. Sus ojos azules relucían como si tuvieran vida propia y me observaban con la misma diversión que le caracterizaba; su sonrisa parecía prometerme miles de travesuras si aceptaba su invitación silenciosa.

Dudé unos segundos antes de coger la mano que aún Habis me tenía tendida, cosa que pareció agradarlo aún más.

-Vamos, hay algo que quiero mostrarte –dijo.

Dejé que Habis me ayudara a ponerme en pie y lo seguí mientras salíamos de la habitación, llegando a uno de los pasillos que en tantas ocasiones habíamos recorrido jugando; Habis se mantenía en cabeza, guiándome por los pasillos que se encontraban completamente desiertos.

Como siempre.

-¿Por qué jamás he visto a nadie más que a ti en mi sueño? –me atreví a preguntar.

Habis ladeó la cabeza, lanzándome una rápida mirada.

-Ahora no, Amelia –me pidió-. No es seguro para ti que hablemos aquí de eso.

Tropecé con mis propios pies al quedarme más confusa por su esquiva respuesta. ¿Que no era seguro? ¿Por qué no eran seguros mis propios sueños?

Habis, que parecía que mi pregunta lo había incomodado terriblemente, había apretado el paso y vigilaba cada recoveco que formaban parte de los pasillos, como si pudieran atacarnos en cualquier momento.

Los zapatos que llevaba eran preciosos, sí, pero para la carrera que llevábamos no eran nada recomendables. Contraje mi cara en una mueca de dolor cuando giramos de improvisto por otro pasillo que no parecía estar tan cuidado como los otros que habíamos recorrido; sacudí mi mano, liberándola de la mano de Habis, y me quedé plantada en el sitio, con los pies destrozados.

Habis se detuvo a unos centímetros de mí, desconcertado por mi repentina parada. Me apoyé en la pared que tenía más cerca y alcé uno de mis heridos pies para mostrárselo a Habis, que no se inmutó.

-No sé a qué viene todo esto –le advertí, muy seria-. Ni siquiera sé por qué estamos... huyendo. Pero lo que sí tengo claro es que me vas a permitir un pequeño descanso para que pueda deshacerme de estos bonitos zapatos.

Habis sacudió la cabeza, divertido, y yo me apresuré a quitármelos.

-Me gusta cuando muestras tu genio –me alabó.

Le sonreí en respuesta, un tanto cohibida por sus palabras. Aún se me hacía raro que estuviera hablando con Habis a rostro descubierto y sin juegos de por medio; lo que trajo de nuevo a mi cabeza su esquiva respuesta de antes.

-¿Cuándo voy a obtener mis respuestas? –pregunté.

Los ojos de Habis se estrecharon.

-Cuando estemos en un sitio seguro.

Alcé ambas cejas.

-¿Un sitio seguro? ¡Por Dios, si solamente es un bendito sueño! –lo señalé con un gesto de mano-. ¡Incluso tú eres un producto de mi subconsciente! No existes en la realidad.

Mi acusación hizo que su mirada se turbara y que sus ojos azules se oscurecieran, molesto.

Un segundo después había desaparecido y alguien me había sujetado por la cintura, detrás de mí. Sus manos se estrecharon contra la tela de mi vestido y sufrí un escalofrío al comprender que la persona que se hallaba detrás de mí era Habis, que se había movido a la velocidad del rayo.

-En el mundo onírico eres vulnerable, Amelia –explicó, mortalmente serio-. Respecto a mí... ¿Quién te ha dicho que no existo? ¿Tan segura estás de ello?

Crónicas de la Atlántida I: El secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora