{♚} Capítulo veinticuatro.

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Habis estaba buscando con sus palabras, cuidadosamente elegidas, hacerme daño. Trataba de quebrarme, de hundirme antes de que cruzáramos hacia la Atlántida y quedara en manos de Xanthippe; no sabía qué futuro me aguardaba allí a pesar de las sugestivas imágenes que el comentario de Habis había despertado en mi cabeza.

Matteo se removió incómodo en su sitio y Natalia dio un golpe con los pies en el suelo, enrabietada. Desdémona dejó escapar una divertida carcajada y Habis sacudió la cabeza, aunque no entendí ese gesto por su parte.

Mi mente no paraba de darle vueltas al asunto. Ejecución pública. Magnicidio. El horror grabado en el rostro de mi propia abuela antes de que hiciera que se atragantara con su propia sangre.

Me abracé por la cintura, intentando refrenar las ganas de vomitar que me sobrevinieron al recordar cada segundo de mi pesadilla; aún era incapaz de creerme que estuviéramos en esa situación. Mi sacrificio se había quedado obsoleto, Xanthippe tenía de nuevo entre sus manos a todos mis seres queridos, a expensas de que decidiera hacer su próximo movimiento.

Iba a torturarme hasta mi último segundo, de eso estaba segura.

Miré a Desdémona con odio cuando ésta empezó a batir las palmas como si se hubiera convertido en una niña pequeña a punto de recibir su regalo de cumpleaños; el olor a agua estancada cubrió la habitación, señal de que el final estaba cerca.

-¡Ya están aquí, ya están aquí! –exclamó Desdémona, encantada.

Se me encogió el estómago cuando vi en la orilla de la playa a cuatro enormes gólems de agua. Parecían haber salido de la nada y estaban obedientemente colocados en fila... por el momento; no era ningún secreto que aquellas criaturas eran peligrosas e imprevisibles. Pero Desdémona y Habis parecían estar bastante cómodos trabajando con ellos.

Habis se encargó de las cadenas de Natalia y las mías mientras que Desdémona desenfundaba una daga del cinto y apoyaba el filo sobre el cuello de Matteo a modo de incentivo para que obedeciera; tragué saliva y miré de nuevo en dirección a la playa. ¿Así era como iba a terminar todo?

-Billete en primera clase, todo un lujo –cacareó Desdémona, propinándole un empujón a Matteo para que echara a andar.

A mi lado Natalia empezó a rebatirse, logrando quitarse el trozo de tela que la mantenía amordazada; Habis no pareció darle demasiada importancia y nos instó a que siguiéramos a Desdémona y Matteo hacia la playa, donde los gólems aguardaban nuestra llegada. ¿Qué sucedería si alguno de ellos tuviera un brote de descontrol?

-¿Por qué estamos aquí, si se puede saber? –interrogó Natalia a Habis con la voz dura.

Habis hizo un extraño movimiento con los hombros, como si estuviera tratando de relajarse.

-La Emperatriz ha decidido que... quiere hablar con vosotros.

Agradecí un poco que Habis no hubiera soltado la bomba... todavía. Tarde o temprano tendrían que saber la verdad, aunque ésta fuera errónea y tergiversada para que yo me encontrara en aquella desventajosa situación en la que mi futuro se había convertido en un parámetro desconocido para mí.

Natalia arqueó ambas cejas y me miró con un gesto de «¿Qué está diciendo ahora éste?»; yo me encogí de hombros, incapaz de confesarle nuestra nueva situación y por qué mi tía había decidido llevárselos a la Atlántida.

A pesar de mi intención inicial de mantenerlos alejados de todo aquello, finalmente no iba a ser posible.

-Pensaba que Su Señoría había llegado a un acuerdo con mi hermana –replicó con mordacidad Natalia, sin amedrentarse-. ¿Debo suponer que tu palabra vale una mierda, Habis?

Crónicas de la Atlántida I: El secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora