{♚} Capítulo siete.

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La pregunta de Natalia me pilló completamente desprevenida. Parpadeé, perpleja, mientras mi hermanastra se acercaba a mi cama con una sonrisa ladina; no pude evitar tensarme cuando se apoyó en el colchón, lo que le hizo creer que, en realidad, ocultaba algo sobre lo que había sucedido entre Hugo y yo.

Natalia estaba formándose ideas equivocadas.

-No nos hemos besado –le aseguré.

Ella alzó ambas cejas, sin creerse ni una de mis palabras. Después soltó un resoplido burlón.

-Ya, por supuesto –se rió-. ¡Y yo soy la reina Isabel! Vamos, si hasta te has puesto colorada –añadió, señalándome con la mano.

Abrí los ojos desmesuradamente; no sabía si echarme a reír o enfadarme por la poca confianza que parecía tener en mí.

-No me he puesto colorada –repliqué-. ¡Y no nos hemos besado! –repetí, casi gritando.

La sonrisa de Natalia se hizo mucho más amplia, pero tomó la buena decisión de no seguir insistiendo en el tema; en su lugar se tumbó cuan larga era sobre mi colchón y levantó las piernas.

-Supongo que os intercambiasteis los números de teléfono –elucubró, con la mirada clavada en el techo de mi habitación.

Resoplé.

-Se ha limitado a traerme a casa –respondí, con un tono molesto-. ¿Y qué hay de ti? ¿Qué ha pasado con Alessandro que no has podido contarme por teléfono?

Vi cómo sus mejillas se ponían levemente coloradas y que bajaba las piernas rápidamente, golpeando con los talones las tablas del suelo. No pude evitar encogerme al pensar en el cofre que había escondido bajo la cama y que había robado de la habitación de mi abuela.

-Oh, sí... eso –masculló a media voz.

Ladeó la cabeza en mi dirección y vi que sus ojos brillaban de una manera... especial. Algo gordo debía haber sucedido en la fiesta, algo que había cambiado por completo la perspectiva que tenía respecto a Alessandro.

Me recoloqué en la cama, apoyada sobre mis codos y con toda mi atención puesta en lo que Natalia tuviera que contarme.

-¿Y bien? –insistí, procurando que mi voz sonara ansiosa por conocer la historia que se traía entre manos.

Natalia frunció los labios haciendo un adorable mohín.

-Cuando te marchaste con Hugo no pude evitar más la tensión del momento –se me había olvidado comentar que, debido a esa vena de escritora, Natalia tendía a exagerar un poquitín las cosas-. Me refugié en un pasillo para que nadie me viera llorar por todo lo que había pasado cuando le vi aparecer... parecía igual de preocupado que yo y se acercó para intentar consolarme...

Hizo una pausa y supe que, lo que venía a continuación, iba a ser una bomba; este tipo de silencios los usaba para crear efecto y hacer que lo siguiente que dijera me dejara completamente anonadada.

Sus mejillas se oscurecieron y yo me incliné más hacia ella.

-¿Qué más? –exigí, ávida por conocer el final de esa anécdota.

-Me besó.

Ahogué una exclamación de sorpresa y júbilo mientras Natalia dejaba escapar una forzada risita que demostraba lo incómoda que se sentía después de haberme contado eso; me lancé encima de ella y nos fundimos en un raro abrazo donde Natalia se quejaba en broma de que iba a terminar por escupir un pulmón.

Me aparté de ella lo suficiente como para dejarla respirar y para que pudiera terminar de contarme lo que había sucedido.

-Mentiría si te dijera que fue solo un beso –prosiguió, colorada por la vergüenza.

Crónicas de la Atlántida I: El secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora