{♚} Capítulo veintiuno.

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La sonrisa de Desdémona se hizo desdeñosa.

-No me gustan las interrupciones, princesa -se burló-. Al igual que detesto los obstáculos, como tú.

Alcé la barbilla, tratando de mostrarme segura de mí misma. Debía empezar a aceptar quién era en realidad, cuál era mi papel en todo aquello: yo era Ameria, la princesa y futura Emperatriz legítima de la Atlántida; no contaba con mis recuerdos perdidos aún, pero empezaría por algo más sencillo, como lo era entender que yo estaba muy por encima de Desdémona.

Por muchas ganas que tuviera de eliminarme.

-Desdémona -la voz de Habis sonó cortante y autoritaria.

Ella desvió la mirada en dirección a él, molesta por haberse visto interrumpida. El filo de la daga de hielo aún estaba pegado a mi piel y la sangre seguía manando de la herida, animada por el contacto con el agua que desprendía el arma. Espié por encima del hombro de Desdémona a Natalia, que se había acercado a la pared de hielo que daba hacia donde estábamos y me observaba con un aire de disculpa.

Me hubiera gustado decirle que no pasaba nada o hacerle algún gesto que pudiera indicarle que no se lo tomaba en cuenta.

Desdémona dio una patada al suelo.

-No voy a tolerar que una simple humana me golpee -siseó, molesta. Y yo me quedé sorprendida al saber que Natalia había logrado darle a Desdémona.

-Quizá deberías haberte pensado mejor atacar a un simple niño -hice notar.

Los ojos azules de Desdémona volvieron a mi rostro, abrasándome con esa furia heladora que hacían resplandecer su mirada.

-No estás en condiciones de reprocharme nada, princesa -el título le salió con un tono cargado de veneno-. Yo solamente cumplo órdenes.

Mis ojos se dirigieron acusadores hacia Habis, que permanecía bastante tranquilo a mi lado, aún con la daga de hielo firmemente apretada contra mi garganta; él podía ser perfectamente la persona que le hubiera ordenado a quién atacar. Me hirvió la sangre de pensar que había sido el propio Habis quien había decidido meter como peón en el juego a mi hermano menor.

No podía moverme sin hacerme daño con el filo de la daga, así que hice lo único que se me ocurrió en aquellos momentos: escupí a Desdémona y observé con una cruel satisfacción cómo le acertaba el escupitajo en la mejilla.

El gesto de sorpresa y odio de Desdémona no se hizo esperar; al igual que su segunda bofetada. En aquel segundo golpe pude sentir el sabor de mi propia sangre en la boca debido al empeño que le había puesto.

-Ya veremos si sigues siendo tan bravucona cuando me encargue de helar los órganos de tu hermanita -me amenazó Desdémona.

Me tomé la amenaza de la chica en serio. Había sido testigo en mis propios huesos de cómo se las gastaba y utilizaría a Natalia como objeto de su propia diversión para hacerme sufrir... o con otro motivo.

-¡No! -exclamé, con un timbre de pánico en la voz-. No, por favor.

Desdémona sonrió con maldad al escuchar mi súplica. Observé cómo se relamía el labio inferior y desviaba la mirada unos segundos para ver qué órdenes podía tener Habis; mi respiración se había agitado, consciente de que la vida de Natalia estaba en manos de él... y que Habis iba a disfrutar de aquel momento, quizá incluso más que la propia Desdémona.

Habis retiró la daga para que Desdémona sustituyera el filo por su mano; los dedos de ella se cerraron en torno a mi cuello, apretándolo con saña y manchándose con la sangre que se escapaba de la herida que me había hecho yo misma. El aire se me escapó de los pulmones con una simple bocanada, al intentar conseguir más.

Crónicas de la Atlántida I: El secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora