{♚} Capítulo dieciocho.

15K 1.8K 110
                                    

Abrí la boca en multitud de ocasiones para empezar a hablar, sin conseguirlo. Habis seguía mirándome fijamente, a la espera de que arrancara con todo aquello; Matteo, por el contrario, había cerrado los ojos y se los había tapado con el antebrazo.

Me retorcí las manos sobre el regazo, buscando la mejor forma de empezar con todo el asunto.

-¿Necesitas que te eche una mano? –se ofreció Habis.

Lo miré con una mezcla de temor y agradecimiento. No sabía cómo empezar siquiera, por lo que la oferta de Habis me resultaba tentadora y difícil de rechazar; Matteo seguía tumbado en la cama, con el brazo echado sobre los ojos y sin dar señales de mucho más.

¿Cómo podían empezar este tipo de conversaciones?

-Puedo alterar sus recuerdos –prosiguió Habis y sus ojos se habían oscurecido-. Solamente necesito poseerlo para poder acceder a lo que ha sucedido esta mañana para poder borrarlo.

Pese a que Habis se había arriesgado mucho por salvarnos, no confiaba del todo en él. Parte de culpa estaba en la conversación que habían mantenido Desdémona y Habis en mitad del pasillo congelado sobre qué hacer conmigo; ignoraba de qué trato pudieran estar hablando, pero no me había gustado en absoluto el tono de aquella conversación y el hecho de que Habis siguiera escondiéndome cosas.

Por no hablar del diario que aún tenía yo en mi poder.

-¡No! –exclamé, aterrada por dicha posibilidad-. No quiero que uses tus poderes así con él.

Habis enarcó ambas cejas.

-Tú también puedes hacerlo.

-No quiero que decidáis por mí –nos interrumpió la voz de Matteo-. Quiero oír la verdad. Toda.

Cogí aire.

-Es difícil de explicar –repuse, evitando deliberadamente mirar a Habis.

-El chico tiene una mente abierta, seguramente lo entenderá –a pesar de sus palabras, supe que estaba burlándose de Matteo.

Miré a Matteo y él me devolvió la mirada. Parecía mucho más espabilado y receptivo que cuando lo habíamos sacado del instituto; sus ropas estaban húmedas, al igual que las mías, y tenía una pequeña herida en la mejilla de la que no había tenido constancia hasta ese mismo momento.

Me armé de valor, rezando para que no me tomara por una lunática.

-En realidad, mi familia proviene de un sitio muy... lejano –opté por contarle lo más básico-. No supe la verdad hasta hace apenas unas semanas y lo cierto es que ni Natalia, ni Giancarlo y, mucho menos, Pietro saben de esto. Mi madre y mi abuela me lo han estado ocultando todo este tiempo.

Escuché un resoplido de disgusto por parte de Habis y le lancé una mirada de advertencia.

Matteo alzó una ceja con incredulidad.

-¿Eso es todo? –preguntó-. ¿Todo este maldito lío viene porque no eres de Portia, si no que vienes de otro sitio como, por ejemplo, Suiza? –su decepción era más que palpable en su tono de voz, pero es que había llegado a una conclusión errónea porque no me había atrevido a seguir hablando.

-La Atlántida –corregí con un hilo de voz.

Matteo dejó escapar una entrecortada risa y yo sentí que enrojecía de pura vergüenza. ¿Por qué había optado por contar la verdad cuando acababa de demostrarme que no me creía? «Para que puedan tomar sus propias decisiones», me recordé a mí misma. Quería brindarles la oportunidad de que pudieran sacar sus propias conclusiones sin que nadie les ordenara o sugestionara para que lo vieran de una forma u otra.

Crónicas de la Atlántida I: El secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora