{♚} Capítulo tres.

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Me obligué a mantenerle la mirada en esta ocasión. Si mi corazonada era cierta y Hugo, en realidad, era el misterioso Habis, tendría mucho que explicarme y, lamentablemente, no podría escudarse en mis sueños para responder a todas mis preguntas.

No parpadeó en todo el tiempo que nos estuvimos mirando a los ojos; sus ojos azules estaban cargados de respuestas a preguntas que yo aún no había formulado. Sin embargo, no era la ocasión propicia para hacerle todas las preguntas que teníamos pendientes.

Natalia, que no se le había pasado por alto ese intercambio de miradas entre él y yo, nos miraba boquiabierta mientras su mente ya estaría formando una historia lista para plasmarse en una hoja nueva de Word.

Al final, cansada de todo aquel juego absurdo, bajé la mirada hacia mis apuntes, decidida a ignorar a Hugo el resto de la clase... y del día. Si en realidad era Habis, tendría que ser él quien se acercara a mí.

Solté un suspiro de indignación cuando Natalia me dio un suave codazo que me acertó en las costillas.

-¿Qué? –le espeté entre dientes.

-¿Has visto cómo te mira ese quesito andante? –me preguntó, muy seria.

Decidí hacerme la ignorante, pues estaba segura de que Hugo estaba más que atento en nuestra conversación en la que no estaba en absoluto invitado.

-No sé a qué te refieres –dije.

Natalia alzó ambas cejas y señaló con su bolígrafo la espalda de Hugo en un gesto más que elocuente; yo le saqué la lengua en respuesta.

La señora Ciaraglia terminó su explicación con una floritura en la pizarra y se giró para observarnos a todos... o eso creí hasta que comprobé que sus ojillos estaban clavados en el rostro de Hugo, a quien no podía verle la cara. Toda la clase, yo incluida, nos manteníamos en un silencio casi sepulcral, impacientes por saber qué iba a suceder a continuación.

-Señor... -se detuvo, azorada, sin saber muy bien cómo referirse a él.

-Elija el apellido que más le guste –respondió Hugo, claramente bromeando.

Algunas chicas de la clase soltaron risitas, como si hubiera hecho un chiste buenísimo. La señora Ciaraglia enrojeció levemente.

Tuvo que aclararse la garganta para recuperar el control de la situación.

-Bien, como usted lo prefiera, señor Sokolov –dijo tras ese breve lapsus-. ¿Tiene alguna duda respecto a la clase?

Vi cómo la cabeza de Hugo negaba varias veces.

-En absoluto, he podido seguir el hilo de su clase sin ningún problema –contestó-. Pero gracias por la preocupación.

Las mejillas de la profesora se sonrojaron de nuevo y sospeché que era debido a que Hugo le había sonreído encantadoramente, dado que yo solamente podía contemplar su espalda.

Aquello me enfadó, ya que, en los momentos que habíamos compartido en todos esos años, Habis se había mostrado conmigo igual de adulador. ¿Habría sido todo una simple estrategia por parte de él, tal y como estaba haciendo en esos momentos con la pobre señora Ciaraglia?

Un nuevo coro de suspiros femeninos llenaron el incómodo silencio que parecía haberse formado tras la ingeniosa respuesta de Hugo que había desbancado por completo a la pobre mujer.

La señora Ciaraglia, sospechando que, de hablar, podría empeorar aún más la situación, se limitó a suspirar, recoger sus objetos y salir de la clase sin añadir nada más; la clase explotó una vez hubo salido del aula: las alumnas más osadas se atrevieron a acercarse a Hugo y a someterlo a un interrogatorio. Por mi parte, decidí que necesitaba tomar un poco el aire, así que le pedí a Natalia amablemente que me acompañara y nos dirigimos hacia la puerta. Tuve la escalofriante sensación de que los ojos de Hugo estaban clavados en mi espalda en todo el camino hasta que salimos del aula.

Crónicas de la Atlántida I: El secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora