{♚} Capítulo dieciséis.

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Lancé mi acusación sin pararme a pensar en lo que suponían mis palabras. Habis me contempló con una mezcla de compasión y decepción, tal y como lo habría hecho un padre cuando su hijo no lograba entender hasta dónde llegaban las consecuencias de sus acciones; le sostuve la mirada, obligándome a seguir mirándole a los ojos fijamente y sin amedrentarme.

Los había visto a ambos en una actitud bastante cercana, más que cercana, en el centro un par de días antes, cuando Matteo me había invitado a que tomáramos algo en la cafetería de Florence para poner nuestros asuntos en orden; desde la primera vez que había visto a aquella chica supe que no me daba buenas vibraciones, que había algo oscuro en ella.

Estaba claro que ahora entendía de dónde provenían todas aquellas señales de advertencia.

-Responde –le ordené-. ¿Le diste tú la idea cuando estuvisteis en la cafetería o se le ocurrió a ella solita?

Me había acostumbrado a sus más que habituales silencios que eran mucho más esclarecedores que si me hubiera respondido, por lo que no me pilló por sorpresa que no dijera nada. Solté un suspiro exasperado y arranqué de malas maneras su mano de mi brazo.

-Te dije que no quería verte más aquí –recordé con frialdad-. No es necesario que tú y tu amiguita os quedéis en Portia... o en tierra firme: regresad a la Atlántida y hacedle saber a mi querida tía que no quiero el trono.

»No quiero tener nada que ver con vosotros, quiero recuperar mi antigua y tranquila vida donde lo más escandaloso que podía sucederme era que mi madre me pillara llegando tarde a casa.

Omití deliberadamente que todo aquello no era del todo cierto, por el momento. Mi madre me había prometido devolverme mis recuerdos y tenía pensado replantearme seriamente mi futuro respecto a la Atlántida; pero eso era algo que no le interesaba lo más mínimo a Habis.

No quería que siguiera manejándome a su antojo como si fuera su títere favorito.

-Mi misión es protegerte, Amelia.

Compuse una sonrisa irónica.

-No te necesito.

-De no haber sido por mí estarías en el fondo del mar –me recordó, constatando un hecho-. Te salvé la vida.

-¿Del ataque de tu novia psicópata? –se me escapó sin poderlo evitar.

Habis apretó los labios con fuerza.

-Ella no es... mi novia –negó.

Mi sonrisa se hizo mucho más amplia y ácida.

-Lo cierto es que me importa un comino si es tu novia o no. Mientras la tengas alejada de mí, llevándotela contigo a la Atlántida, estaré a salvo, según tú –entrecerré los ojos-. Ahí tienes la solución, Habis: si te la llevas, estaré a salvo y todos estaremos cumpliendo con nuestro cometido.

-Tu cometido es regresar a la Atlántida y ocupar tu sitio como Emperatriz –supe que tenía ganas de añadir algo más, pero no se atrevió.

Pero yo sabía exactamente a dónde quería llegar con lo que no había dicho; me giré hacia él muy enfadada.

-No voy a regresar a la Atlántida –recalqué bien la primera palabra, esperando que se le quedara grabada de una vez; si decidía hacerlo, lo haría por mí misma y sin necesidad de tener que recurrir a él-. Y no, Habis, no estamos prometidos; ese maldito compromiso se rompió en el mismo instante en el que mi madre y mi abuela me sacaron de allí.

-Estás comportándote como una niñita.

Alcé la barbilla con petulancia.

-Ahora estamos lejos de la Atlántida –le recordé-. Sus leyes y costumbres no tienen ningún tipo de validez aquí.

Crónicas de la Atlántida I: El secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora