{♚} Capítulo trece.

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La letra parecía pertenecer a un crío de seis años, quizá la edad que tenía Habis en aquella época cuando había escrito esas duras palabras contra mí; me quedé un poco perpleja de leer mi auténtico nombre, Ameria, escrito con tanta rabia que casi había traspasado el fino papel.

Me obligué a seguir leyendo, con un fuerte nudo en el estómago y con las lágrimas asomando de nuevo por las comisuras de mis ojos. Me parecía imposible que Habis, el Habis que yo había conocido en estos últimos días, pudiera guardar tanto rencor y odio hacia... mí.

Cuando mi padre me dijo que había conocido a alguien, pensé que Poseidón estaba siendo benevolente con nosotros después de la pérdida de mamá; creí sinceramente que la mujer que había escogido papá iba a ser... como ella. Apenas había tenido tiempo de conocerla en aquellos dos años hasta que unas fiebres se la llevaron, pero en aquel tiempo que pude pasar con mi madre pude ver... luz.

Sin embargo, el día en que se hizo oficial el compromiso entre mi padre y la princesa Xanthippe tuve la sensación de que era una broma muy pesada; mi padre era consejero de la Emperatriz y siempre hablaba en casa de lo que sucedía dentro del castillo. Incluso en alguna ocasión tuve que acompañarlo, quedando al cargo de la niñera real y teniendo que jugar con la princesa Ameria.

La primera vez que estuve delante de ella recordé lo que mi padre había comentado sobre la niña: «Está demasiado sobreprotegida por la familia, no tardará en convertirse en una criatura egoísta y caprichosa. Temo por el día en que tenga que reinar...»; la niña llevaba una túnica de color azul pálido que resaltaban sus ojos y su cabello. Me quedé sorprendido al ver que era de color castaño, nada que ver con el rubio pálido que poseían su abuela, su madre y su tía.

La princesa me observó con atención y un breve brillo de desdén, mostrando una superioridad que me hizo hervir de ira. ¿Quién se creía que era para mirarme de aquella forma tan despreciativa?

La niñera no tardó en dejarnos a solas, huyendo de sus responsabilidades, y la princesa me ignoró por completo, yendo directa a un rincón de la habitación donde estaba antes de que la interrumpiera.

Me enfadó que ni siquiera tratara de mostrarse amable. ¿Qué clase de monarca sería si no se preocupaba de sus súbditos y se centraba en sus excentricidades?

Aparté la mirada de la página y la clavé en el techo. Me esforcé por no derramar ni una lágrima más y me distraje escuchando cómo tronaba en el exterior; la tormenta que había formado se había acrecentado después de leer aquellas duras palabras en las que casi podía palpar el odio que sentía Habis hacia mí.

Sin embargo, y por mucho que pudiera dolerme todas aquellas impresiones, me ayudaban a encajar más piezas en aquel rompecabezas. Ahora podía entender por qué en todos mis recuerdos Habis aparecía burlándose de mí y tratando de llevarme al límite; no lo hacía por simple diversión: lo hacía por su aversión que parecía sentir contra mi persona.

Fruncí el ceño, tratando de encajar más piezas por mi cuenta con la información con la que contaba. Habis me odiaba, quizá incluso me hubiera mentido respecto a que nos hubiéramos llevado bien en algún momento; tenía en mi poder su diario personal que me ayudaría a conocer cuándo Habis me mentía.

Me había adelantado demasiado al volcar toda mi confianza en una persona que, a todas luces, no se merecía en absoluto ni una pizca de ella; mi parte oscura estaba deseando encontrarlo y destrozarlo. Quería dejar salir todo mi poder y dirigirlo hacia Habis sin que nadie pudiera detenerlo.

Se escuchó un trueno fuera y clavé la mirada en la ventana. No parecía que fuera a arreciar y esperaba que mi familia no tardara en regresar del hospital... Necesitaba saber que la abuela estaba bien.

Crónicas de la Atlántida I: El secreto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora