Capítulo 1

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Entré por la puerta del café y sonaron las campanillas de esta. Había una fila medianamente larga, pero después de este agotador día, una espera de diez minutos no es nada.

Me puse en la cola. Para mi desdicha, atrás mío se puso un hombre gordo y barbudo con olor a camiseta de jugador de futbol recién usada. Que hedor más asqueroso, no puedo creer que alguien tan fétido ande por la calle tan despreocupadamente. Me voltee para verle la cara al cochino; su cara de morsa rechoncha hizo un gesto de sapo al verme. Giré la cabeza rápidamente, su olor y su cara ya me habían quitado el hambre.

Una musiquita de ascensor se escuchaba de fondo. No, de ascensor no, de "elevador", como dirían los Americanos.

Cuando finalmente llegó mi turno, la vendedora me preguntó qué quería.

-Un té de Ceilán por favor -dije. Apenas esas palabras salieron de mi boca, la vendedora se impresionó. Al parecer, mi acento británico era una rareza aquí en América.

-Ok, un late. ¿Qué tamaño?

-Quisiera un té, no un late.

-¿De qué tamaño el late? -volvió a preguntar la vendedora.

Que mujer más tonta.

-Señorita, quisiera un té, ¡no un late!

-Ah, de eso no tenemos -dijo ella con una voz nasal.

¿¡Cómo es posible que no vendan té?!

-¿Sabe qué? Esperé diez minutos en la fila al lado de un maloliente para que me digan que no tienen un simple té. Es insólito.

La morsa-sapo esbozó una pequeña mueca acompañada de un sonido parecido al de un gorila.

La vendedora me puso una cara de "qué pena su vida pero no me puede importar menos". Esa cara fue la gota que rebalsó el vaso. Salí de la cafetería sin comprar nada y me fui sin antes dar un portazo. Dling, dling hicieron las campanillas.

La única cafetería que había cerca de mi nuevo apartamento no tenía té. ¡Que desastre! Lo bueno fue que aire limpio y fresco entró a mis narices. La noche negra cubría todo. Era extraño, no se veía ninguna estrella.

Caminé amurrado hacia el edificio donde se encontraba mi hogar. Saqué de mi bolsillo el manojo de llaves. ¿Cuál era la llave del acceso principal? Ah sí, la verde. Inserté la llave verde y le di dos vueltas hacía la izquierda. Entré al horripilante "espacio común" de la residencia. Caminé hacia el fondo y luego hacía la izquierda para llegar al bloque C. Esta vez debía poner la llave roja. Le di dos vueltas y se abrió la puerta de mi bloque. Lo primero que vi fue el ascensor. Perdón, el elevador. Lo primero que vi fue el elevador con un cartel que decía "fuera de servicio". Desde que llegué que está así. Subí los cuatros pisos por la escala y busqué la llave amarilla. La giré dos veces hacia la izquierda pero no funcionó. Parece que mi puerta es especial y se abre hacía la derecha. Al darle la vuelta hacía el otro lado, la llave se salió de la cerradura, cayendo al piso y luego dando un bote hacía la escalera. Tac, tac, tac sonaron las llaves al bajar por los escalones. Maldita sea.

Volví a bajar por las llaves, estaban tiradas en un escalón cubierto de moho y una variedad de insectos muertos. Miré hacia otro lado mientras recogía las llaves. Mis escrúpulos no me permitían ver la asquerosidad que tocaban mis manos en ese escalón. Froté rápidamente las llaves con mi pantalón para limpiarlas. Una pata de cucaracha muerta quedó pegada a mi pantalón.

Ahora sí, abrí la puerta de mi departamento. "Mi departamento" iba a ser solo mío hasta la próxima semana, cuando llegaran mis compañeros de piso.

Fue directo al baño y tiré las llaves al lavamanos y las limpié bien limpias con jabón y todo.

Rápidamente me puse mi pijama y me metí a la cama.

Pero no, no podía dormirme. Estaba demasiado frustrado. Necesito una taza de té. Me volví a levantar y me puse mis pantuflitas de oso panda. Encendí el hervidor y busqué en los gabinetes de la cocina un té. Tenía solo té verde, pues en el maldito supermercado tampoco tenía té de Ceilán. Saqué mi tazón de la suerte que tengo hace seis años, puse la bolsita del té y le eché el agua hirviente.

Esperé un poco antes de sacar la bolsita mientras miraba mi celular. Todavía no tengo wi-fi ni internet móvil. Anoté en mi agenda mental que mañana debo ir a un Starbucks (donde sí tienen té) y revisar mis correos y mis WhatsApps.

Retiré con delicadeza la bolsita de té y añadí un poquito de leche a mi bebida caliente. No hay mal que el té no pueda curar, decía mi abuela. Sentado en la cocina disfruté cada sorbo de mi té verde. Al terminarlo, dejé la taza en el lavaplatos y fui al baño a cepillarme los dientes.

Ahora sí que podía dormir, programé las alarmas de mi celular y cerré mis ojos.

Se supone que los primeros días en un país nuevo son difíciles, pero no esperaba encontrarme con morsas-sapo hediondas ni con cafeterías sin té. Tan extraña que es América. Abracé una almohada y lentamente me quedé dormido, mientras un riachuelo de saliva se formaba desde mi boca hasta las sábanas.

Ceylon TeaWhere stories live. Discover now