Capítulo 15

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Bueno, estoy arrepentido. Retracto lo que dije sobre Maxime viéndose ridículo con la mascarilla puesta. Doris me contagió su influenza. ¿Por qué me suceden todas las desgracias a mí? Me tomó dos días en contagiarme. El martes comencé con leves estornudos y ya para el día de ayer, tenía muchos mocos y dolor de garganta. Desgraciados virus.

Además, para colmo, Ju-Long no se ha deshecho de la alimaña naranja todavía. Le dejamos la ventana abierta todas las noches para que se vaya y no vuelva jamás. De alguna manera, ese gato no se va; y la verdad es que Ju no hace mucho esfuerzo para que se vaya. La casa está llena de pelos naranjos. Tengo que dejar cerrada mi pieza durante el día, de lo contrario, encuentro un ejército de pelos pegados a mi frazada cuando vuelvo.

¿Qué tengo que hacer para que quede claro que no quiero al gato en nuestro departamento? Estúpido animal.

Hoy me tocó la "suerte" de tener que escribir un artículo de relleno. James me pidió que redactara un artículo sobre las razones de viajar solo por lo menos una vez en la vida. ¿Qué es esto? ¿Una revista de consejos y estilos de vida? ¡No! The Seeker Magazine es una revista seria sobre viajes y el mundo.

Estuve todo el día buscando ideas y escribiendo borradores. El problema es que a mí no me gusta viajar solo. Miren como estoy de estresado luego de venirme a Chicago.

Recurrí a pedirle a ayuda a Doris, ya que ella tiene aires de mujer que viajaría sola por el mundo y lo disfrutaría.

-Doris -la llame.

-¿Qué quieres, Gregor? -me gruñó la "señorita enferma".

-¿Me puedes decir razones por las que viajarías sola? -pregunté amablemente.

-No -respondió seca y antipática.

Al parecer era mal momento para preguntarle. Se debía estar sintiendo mal. Desde el lunes que anda de malas pulgas.

Ahora ya es tarde, es casi horade irse a casa. De forma repentina, escuché en la lejanía a Sharon Gutierrez decir mi nombre. Segundos después, me envió un mensaje por el Skype de la oficina.

Leí el mensaje en la pantalla de mi cacharro des-tecnológico.

"Candice Jensen te busca" decía, acompañado de un emoticono sonriente.

¿Candice? La loca de la imprenta... no sé qué quiere ahora.

Traté de responderle a Sharon por Skype, pero, obviamente, el programita se quedó congelado. Necesito urgente un cambio de computador.

De todas formas, como estamos en la misma oficina, decidí pararme e ir a ver qué sucedía. A nadie le hace mal caminar unos pasos.

Mientras pasaba por el pasillo, otra vez escuché a Erika diciendo "copiar, pegar, copiar, pegar" desenfrenadamente. Es curioso como antes ni me percataba de su extraña manía, pero desde que me ayudó a hacer el artículo de los idiomas, la escucho todo el tiempo repitiendo su frase.

Al llegar hasta Sharon, ella me miró con ojos graciosos.

-Mi cacharrito se quedó congelado... -le expliqué.

-Candice Jensen está al teléfono -me dijo Sharon, mientras me extendía su brazo con el teléfono, haciendo una mueca extraña.

-Aló -dije al tomar el teléfono.

-¿Gregor? -dijo una voz con un volumen que voló mis tímpanos. ¿Por qué la gente grita al teléfono?

-Sí, él habla -dije solemne.

-¡Soy Candice! -me gritó. Tuve que dejar el teléfono a unos cinco centímetros de distancia de mi oreja, para no quedar sordo de por vida.

-Hola Candice. -Usaré la táctica de los monosílabos. Consiste en utilizar las palabras más cortas y en la menor cantidad posible...de esta forma la gente se aburre y corta más rápido la llamada.

-¿Cómo estás?

-Bien -dije. ¡Oh, demonios! Mis principios no me permiten terminar ahí la frase. Me urge preguntarle cómo está ella -. ¿Y tú? -Malditos modales.

-Bien, gracias por preguntar. Gregor, necesito pedirte un favor...

Odio cuando la gente me pide favores. Un favor significa estrés adicional. Espero que no sea muy grande el favor. ¡Otra vez mis modales! No puedo decirle que no.

»Bueno...no es un favor...es una invitación...y un favor al mismo tiempo...-comenzó a titubear la mujer.

-Dime, ¿qué necesitas?

-¿Te interesaría ir a tomar un café conmigo hoy? Yo invito. Necesito hablar contigo.

¡Ufa! No estoy de ganas para reuniones sociales. Pero no puedo decirle que no. Me sentiría muy culpable al rechazarle su invitación. Pobrecilla.

-¡Me parecería genial! -le contesté. Pude sentir la felicidad y alegría al otro lado del teléfono. Creo que tendré una seria charla con mis modales.

-Bien, bajo al piso seis en diez minutos.

-¡Muy bien! Nos vemos en diez minutos -dije con mi tono de emoción. ¡Yo debería ser actor! Tengo que expresar felicidad falsa a diario. Ya soy un experto.

Al colgar el teléfono, Sharon me miró sorprendidísima.

-¿Así que tienes una cita con Candice Jensen? -dijo entre risas.

-¿Cita? No, qué va. Solo es una junta porque quiere hablar conmigo.

-Es decir...una cita -siguió molestándome la secretaria.

-Qué chistosa, Sharon.

-Mejor te vas a preparar, porque te quedan diez minutos antes de que llegue tu cita.

-¡No es una cita! -le repliqué a Sharon.

Espero que lo que tenga que decirme Candice sea corto, porque estoy cansado y lo único que quiero es llegar al departamento, prepararme un té y disfrutar de un merecido libro.

Volví al cubículo de escritores y ordené mis cosas rápidamente. La sensación de que estaba olvidando algo me detuvo. ¿Qué podría ser? El celular está en mi bolsillo junto a la billetera y las llaves. Todos mis documentos impresos están en mi maletín.

¡Mi fiambrera azul! Eso es. Traje el almuerzo en ella anteayer y la dejé abandonada en la cocina de la oficina. Tengo que llevármela para lavarla; debe estar inmunda.

Ahora llega la parte de lo que yo llamo, "burocracia de cortesía". Es el tedioso recorrido que uno debe hacer para saludar o despedirse de todo el mundo (pero en serio, de todo) al llegar o irse de un lugar. Yo no sé cuál es la necesidad de la gente de despedirse de las personas en un lugar, una por una. Si les hace feliz malgastar diez minutos en despedidas, bien por ellos, pero lo que me exaspera es que esa gente se enoja con uno si no te despides personalmente de ellos cada vez que te vas de un lugar.

Después de despedirme de hasta de mi computador inútil, recogí mi fiambrera y esperé al lado del ascensor —perdón, elevador— a que llegara la dichosa Candice. Todavía no me acostumbro a la palabra elevador.

Ceylon TeaWhere stories live. Discover now