Capítulo 13

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Rory se encontraba en el lavaplatos de la cocina, enjuagando los dos pedazos de filete que había en un plato con ensalada a su costado.

Ustedes se preguntarán ¿por qué demonios ese chico está lavando dos pedazos de carne cocida? Bueno... la historia remonta hace cuatro horas y veinte minutos, para ser exacto.

Eran las diez de la mañana y yo, naturalmente, sentí una preocupación por el almuerzo, ya que no había nada en la nevera y no tenía ganas de comer los mil y un aliños de Ju-Long otra vez. Además, él está muy "ocupado" con ese estúpido gato como para poder cocinar. Rory estaba en su cuarto, durmiendo por obra de una resaca del día anterior. Pero yo no lo supe hasta que lo desperté, puesto que quería que me llevase en auto al supermercado.

Me acerqué cautelosamente y pronuncié su nombre repetidas veces, pero eso no logró sacarlo del sueño. Sus ronquidos me irritaban de cierta manera. Moví un poco al americano, pero sólo murmuró algo y cambió de posición. Pensé en tirarle las tapas de la cama hacia atrás, pero luego me retracté. Me estresa demasiado cuando me lo hacen a mí, así que lo mejor sería no provocar al karma.

Nuevamente volví a decir su nombre, pero con volumen más alto. Rory reaccionó y se alteró, abriendo los ojos. Me miró con los ojos casi cerrados otra vez, no sé si por la luz o por el sueño.

-¿Qué quieres? -me preguntó a medias lenguas y llevándose una mano a la frente.

-Son las diez y quiero que vayamos al supermercado.

-Hermano, es sábado -me respondió bostezando. Sentí un leve hálito a alcohol.

-No hay almuerzo.

-¿Entonces? -me preguntó llevándose las manos a la cara.

-¡Hay que ir a comprar! Hay que explicarte todo. Hermano -le repliqué imitando su tono de voz.

Vi el mismísimo odio en sus ojos al dejarlo sin palabras. El pobre tenía resaca y yo lo estaba haciendo levantarse. De todas formas, él también necesitaba almorzar; Rory come incluso cuando le duele el estómago.

El joven modernillo se levantó y se duchó en diez eficientes minutos en la caseta de Superman. Yo aproveché de hacer una lista rápida de las cosas que hacían falta. Desaparecieron todas las latas de atún. No me digas que se Ju se las dio al felino...

-¡Ju-Long! -grité -. ¿Dónde están las latas de atún?

Lo escuché apoyar algo en su mesa de noche y luego vino hacia la cocina.

-Se la di a Purr. Compra más si vas al supermercado.

¿Purr? ¿Qué es eso? ¿El gato tiene nombre ahora? Miré el suelo del apartamento y vi el paraíso de pelusas naranjas. Esa alimaña pelecha de una forma exorbitante.

Suspiré de mala gana y asentí. El chino sólo me sonrió y volvió a su cuarto.

Partimos al supermercado con Rory como a eso de las diez y media. Iba con una botella plástica llena de agua a su lado en el auto. La resaca le da sed, parece. Me cayó algo de bien el Rory con resaca, porque maneja más lento y con cuidado. Extraño, ¿no?

El supermercado tenía en ofertas todos los productos de limpieza, así que aproveché de comprar harto desinfectante y cloro. Saqué las latas de atún más baratas que había para el gato. Vi una cara de preocupación en Rory cuando pasamos por el pasillo de comida chatarra.

-No hay patatas fritas -me dijo muy serio.

La mitad del estante tenía patatas fritas. Anda ciego el hermano.

-Tienes la gama entera de sabores y tipos de patatas fritas frente a tus narices, Rory...

-No hay patatas con ciboulette, ajo y aceite extra virgen. -Arqueé una ceja. ¿Eso existe?

-¿Y no puedes llevar de otro sabor? -pregunté estupefacto. Vi un paquete con sabor a ciboulette y queso crema -. Mira, hay tienes uno con ciboulette.

-No es lo mismo.

No puedo creer que el mundo se acabe por no encontrar patatas con sabor ciboulette, ajo y aceite extra virgen, habiendo una variedad inmensa de otros sabores.

Esa palabra... ciboulette... suena pedante. Ciboulette. Puaj.

En fin, Rory debe pensar lo mismo de mí cuando le cuento mi tragedia por no encontrar té de Ceilán.

Compramos filetes de carne, lechuga, tomate, zanahorias, porotos verdes y olivas para el almuerzo. Este fin de semana toca comida saludable.

Al volver a casa, guardé las cosas que compramos en sus respectivos lugares. Esperé hasta las doce para empezar a cocinar. Desempolvé psicológicamente las recetas de mi madre y me puse manos a la obra.

Los filetes me quedaron algo duros, pero ni modo. Llamé a mis compañeros de piso a almorzar. Tenía la ensalada puesta en platos al centro de la mesa para que cada uno se sirviera a su manera. Ju-Long miró mi comida como si se tratara de algo poco elaborado. Rory llegó con dolor de cabeza, otro efecto de la resaca.

Todos estábamos sentados repartiéndonos la ensalada, cuando Rory se paró, luego de dar el primer bocado.

-¿Qué pasa? -pregunté.

-No pusiste aliños -. ¡Rayos! Sabía que algo se me había olvidado.

El americano abrió el estante con los aliños y se encontró con todas las especias de Ju-Long. En un arrebato de estrés, fomentando por su ineptitud y dolor de cabeza, sacó todo lo que había y lo puso en la mesa.

El chino aprovechó de echarle de todo a su ensalada y Rory lo imitó. Romero, pimienta, albahaca, vinagre, aceite, limón, orégano...¡todo!

Rory volvió a probar su comida.

-Le falta sal -dijo.

Él abrió un tarro con granitos blancos. Era el del azúcar, pero no quise decirle nada.

Luego de echarle dos puñados, pensando que era sal, lo probó nuevamente. Hizo una expresión de asco comiquísima. No pude evitar sonreír.

Rory y Ju-Long me miraron con ojos de incertidumbre. Tuve que revelar que la sal estaba en el otro tarro. Rory rujió molesto. Tomó su plato, rudo, y lo llevó al lavatorio. ¿Qué iba a hacer? ¡¿No iba a botar la comida?! Abrió la llave de agua y comenzó a lavar los dos pedazos de filete, llenos de vinagre, aceite, azúcar y especias.

La escena más patética de la historia.

Ceylon TeaWhere stories live. Discover now