Capítulo 5

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Busqué la llave verde en el manojo que acababa de sacar de mi bolsillo para abrir el portón del edificio. Había sido un agotador primer día: conocí a mucha gente nueva, agradable y desagradable (te habló a ti, Maxime). Tuve que aplicar presión en la puerta para que se abriera, cada vez me cuesta más entrar. Todos los días tengo que ver el horripilante espacio común del edificio dos veces por lo menos, es algo traumatizante. Lo que más odio del terrible lugar son las bancas llenas de chicles añejos pegados.

Llegué a la puerta de mi departamento un poco agitado por haber subido las escalas. El ascensor está de vacaciones en Anadieleimportanada City. Giré la llave amarilla y, como de costumbre, lo hice hacia el lado equivocado. Cuando iba a girarla de nuevo, alguien me abrió desde adentro.

Un joven rubio, de ojos oliva y piel bronceada que llevaba puesta una musculosa gris pasada de moda me sonrió y se presentó.

-¿Qué tal? Soy Rory Shewbridge, creo que somos compañeros de piso.

No saben cuánto odio que me preguntan "qué tal"; primero porque no sé que responder y segundo, porque "qué tal" es el primo del "qué onda" que es muchísimo peor.

-Hola, yo soy Gregor Fingal -le dije intentando obviar responder a su "qué tal".

El rubio estiró su mano, para lo que yo pensé que iba a ser un apretón. En realidad, era para uno de esos saludos de los jóvenes de hoy. Erróneamente moví mis manos y hice cualquier cosa menos lo que se debía hacer. Rory se dio cuenta de que no soy uno de los jóvenes de hoy y me dio unas palmadas en el hombro.

Entré al departamento y me encontré con un chino sentado en el sillón. Él tenía la piel más bien amarilla y el cabello oscuro. Como todo oriental, tenía los ojos rasgados.

-Hola, yo soy Ju-Long -me saludó en un acento oriental, luego nos estrechamos las manos.

Ya a primera vista, me agradó más Ju-Long.

-Veo que ya se instalaron -dije mientras veía el estante, que antes estaba vacío, lleno de libros, cd's, películas y cuadernos.

-Sí hermano. El departamento está increíble, pienso que nos vamos a llevar súper bien.

¿A quién le dice hermano?

-¿De dónde vienen? -pregunté intentando socializar.

-Yo vengo de Indianápolis, a estudiar agronomía -respondió el americano.

-Yo soy de Guangzhou, China. Me contrataron en Motorola Solutions, soy ingeniero eléctrico -dijo Ju-Long. Al final sí es chino de China.

-Yo vengo de Londres. Me contrataron como escritor en una revista.

Parece que yo soy el más viejo de todos. Rory tendrá unos dieciocho-veinte años. Yo tengo treinta y dos. Ju-Long aparenta unos veinticinco, pero los chinos engañan con la edad, se ven más jóvenes de lo que son.

-¿No tenemos Wi-Fi? -me preguntó Ju.

-No, tenemos que contratar el servicio. Dividiremos los costos en tres.

Eran las seis y media de la tarde y ya estaba hambriento. Pero no había nada en el refrigerador, no sé por qué imaginé que mis compañeros habían comprado algo.

-Voy a ir al supermercado, ¿quieren acompañarme? -les pregunté. Obviamente no para compartir un rato con ellos, sino que para que ayudasen a cargar las bolsas.

Ju-Long aceptó sin pensarlo dos veces, quizás el también estaba hambriento.

-¡Si quieren vamos en mi auto! -propuso Rory.

-¿Tienes auto? -preguntó Ju extrañado.

-Sí, me lo regalaron mis padres cuando saqué mi licencia.

Pensándolo un poco, seguramente Rory llegó en auto desde Indianápolis. Yo también tenía auto en mi amada London, pero no lo traje, por razones obvias. Sólo imagínense intentar entrar a esos estacionamientos pagados donde hay que sacar un ticket, pero con un automóvil con el asiento del conductor a la derecha. ¡Ya me veo haciendo la acrobática maniobra para sacar el ticket por la ventana izquierda y que luego se me caiga! No señores, no lo haría ni loco. Además ¿quién manda un auto de un continente a otro?

De todas formas, me pareció maravilloso ir en auto y no tener que cargar las bolsas. Pero cuando vi el dichoso auto, retracté todo lo anterior. Era una SUV (o 4x4) negra y llena de raspones. Todavía no entiendo la manía de la gente de tener autos tan grandes y voluptuosos.

Era bonita la parte de no tener que cargar las bolsas, pero los raspones debían estar ahí por algo. Tengo miedo de subirme al auto con el americano manejando.

Decidí irme en uno de los asientos de atrás. Ju-Long se sentó adelante.

Rory me pidió que le fuera dando indicaciones para llegar al supermercado. Me fui todo el camino agarrado con las uñas al asiento. El americano cambiaba de pista deliberadamente, pasaba casi que raspando los camiones y casi atropelló una bicicleta. ¡Esta será la primera y última vez que me subiré a un auto manejado por Rory! No sé cómo Ju-Long no perdió la calma.

Finalmente llegamos al supermercado. Sentía ganas de vomitar mi corazón por los nervios. El chino se sacó una selfie con el auto. ¿Por qué? No sé.

Lo bueno, fue que compré unos scones y una caja de té de Ceilán. Ju-Long compró un frasco de cada especia que había a la venta: ajo, orégano, pimienta negra... etc.

Al final, terminamos haciendo la compra del mes. Más de 80 dólares gastamos. Luego dividiríamos la cuenta.

Pusimos las bolsas en el maletero y ahí yo inventé una mentira para no volver a subirme al auto.

-Yo tengo que ir a comprar un...unas hojas de té a un pequeño negocio. Ustedes lleven las bolsas al departamento, yo voy después caminando.

Rory y Ju-Lang hicieron como les pedí. Yo me fui caminando a mi casa y compré por el camino unas hojas de menta. Según mi madre son buenas para reducir la irritación intestinal. Ella siempre me daba un té de menta cuando me dolía el estómago. "No hay mal que el té no pueda curar": ese debería ser mi motto, mi eslogan.

Hablando de mi madre, debo llamarla pronto para contarle sobre mi primer día de trabajo. Las llamadas de WhatsApp son el mejor invento del mundo.

Ceylon TeaWhere stories live. Discover now