Tiempo de confesiones

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Cuando Cecilia Johnson y su hermano Alejandro eran niños, sus padres los habían llevado a la inauguración del parque temático creado para los amantes de los cuentos infantiles. Como éste se encontraba a pocas horas de su ciudad de residencia, había vuelto algunos años después con un grupo de amigas, siendo una adolescente.

A Cecilia le habían gustado los cuentos de hadas desde su más tierna infancia. Soñaba con príncipes, hadas, brujas malvadas y damiselas en peligro recatadas por valientes caballeros. De hecho, tenía una colección de cuentos que aún conservaba y que había heredado a sus hijas. Pero era consciente que todo eso era parte de un mundo de fantasía y que la magia no era real.

Por esa razón se quedó pasmada al escuchar hablar de un mundo mágico, real y muy cercano a ella.

¿Quién podía creer que esas elegantes, sobrias y protocolares personas que se encontraban en su sala, incluyendo al hombre con el que compartía su vida desde hacía más de quince años, pertenecían a una familia ancestral de magos y brujas? ¡Era verdaderamente inverosímil!

Fueron necesarios varias horas, muchos tragos de limonada y algunos pañuelos, incluyendo pruebas, para que la pobre mujer se convenciera. También se necesitaron algunas horas más, para que Cecilia pensara en contemplar siquiera, en perdonar que su esposo le ocultara algo tan trascendental, algo que además, estaba directamente relacionado con sus pequeñas hijas.

Éstas, en cambio, reaccionaron de manera muy diferente.

Entonces, la niña mayor confesó que, algunas veces se había asustado de sí misma, porque había experimentado cosas sin explicación. Pero que no había querido comentarlas con nadie por miedo a que la calificaran como "rara" porque, desde pequeña sus padres le habían recalcado que las brujas eran solo el producto de la imaginación de algún ingenioso escritor y nada más.

Ante semejante revelación, su abuela quiso saber a qué se refería con "esas cosas".

Cynthia, quien se sentía un poco extraña hablando de esas experiencias que habían ocurrido hacía muchos años, y que se había convencido a si misma de que todo, lo había imaginado, se armó de valor y reveló su secreto.

Confesó que, en la escuela, en una oportunidad, había deseado que su compañero Leonard, quien se deleitaba molestando y agrediendo a los niños del kínder, pasara un bochorno grande y que quedara en vergüenza delante de todas las niñas. Y que eso había ocurrido cuando se le habían caído los pantalones.

También, que en varias ocasiones, mirando el jardín del vecino, había deseado que en lugar de flores ordinarias, crecieran jazmines que eran las flores favoritas de su mamá, y éstas habían aparecido de repente ante sus ojos.

Confió también que siendo ya algo mayorcita, había sentido un poco de envidia hacia su hermanita, ya que ésta parecía ser la consentida del abuelo, porque ser más bonita, y en ese momento el cabello de la bebé, se había vuelto oscuro y el suyo rubio. En esa ocasión se había asustado tanto que nunca más había expresado un deseo en voz alta. No al menos estando enojada o triste.

La revelación causó un gran revuelo en el grupo familiar e incluso su prima Eugene, le pidió con entusiasmo que diera una prueba de sus poderes.

Eugene, había hecho amistad con un grupo de niñas del barrio, y se había quedado observándolas andar en bicicleta. Por eso razón había entrado tarde en la casa, justo en el momento en que la abuela Rose, le mostraba su tía uno de sus poderes. Este era el encantamiento Patronus, un hechizo muy complejo, que no cualquier mago podía convocar, y que entre otras cosas, se usaba para enviar mensajes.

Dumbledore, quién había permanecido en silencio hasta ese entonces, sugirió que si la niña no se sentía con ánimos para demostrar sus poderes, no hacía falta que lo hiciera en ese momento. Después de todo, si la pluma mágica había escrito su nombre en los registros de Hogwarts al momento de su nacimiento, era una prueba más que suficiente de sus poderes.


Siete Años en Hogwarts.Where stories live. Discover now