uno

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Las frases en cursiva representan cualquier idioma que no sea inglés.

Elsa

–¡Elsa, levántate que vamos a perder el avión! –me gritó alguien al oído.

Me incorporé sobresaltada y rodé los ojos al ver a Bea y a Lucía muertas de la risa en el suelo de mi habitación. Me levanté de la cama y caminé hacia el baño, no sin antes dar una colleja a cada una.

Corre que luego tenemos que terminar de embalar las dos últimas cajas antes de las ocho –me recordó Bea mientras me metía en la ducha.

Me duché en un tiempo récord y me puse la ropa que había dejado preparada el día anterior: unos leggins negros y una camiseta blanca larga holgada, acompañado por mis vans negras. Me dejé el pelo rubio oscuro suelto y me eché un poco de rímel para no parecer un zombi. Cuando bajé a desayunar, mi madre estaba haciendo tostadas en la sartén. Lucía y Bea estaban sentadas en la mesa.

Guau, creo que esta ha sido la ducha más rápida que te has dado en la vida –se burló Lucía.

Le saqué la lengua y me senté a desayunar con ellas, no sin antes darle un beso en la mejilla a mi madre. Hoy era oficialmente nuestro último día en España. Dentro de unas dieciocho horas estaríamos instaladas en nuestra nueva casa de Los Ángeles. No era algo que hubiéramos conseguido sin esfuerzo y ayuda, la verdad.

Lucía había ganado un premio en metálico en un concurso de literatura juvenil con el que pudo pagar una parte de la casa y su viaje. Bea había estado ahorrando toda su vida para mudarse trabajando en diferentes sitios mientras estudiaba. Yo gané una beca para la universidad de Los Ángeles gracias a mis notas y un premio en metálico por ganar una olimpiada de matemáticas internacional.

Además, viviríamos junto con otras seis chicas que juntas hemos conseguido nuestro sueño: una casa en Los Ángeles. Estaba pagada íntegra, y ahora sólo nos tendríamos que ocupar de los gastos adicionales.

Esas seis chicas y nosotras cogíamos un vuelo hoy a las nueve de la mañana que salía de Madrid a Nueva York, y después de Nueva York a Los Ángeles. Eran más o menos dieciocho horas viajando, lo que era una total matada, pero la recompensa merecía el esfuerzo.

-Luci, cariño, me ha dicho tu madre que le llames en cuanto llegues a Los Ángeles, que han tenido una emergencia en el hospital y no te ha podido avisar antes -le dijo mi madre a Lucía.

-Vale, gracias Celia.

-Y tú, Bea, que les avises en cuanto llegues al aeropuerto -continuó mi madre.

-Entendido, gracias.

Lucía y Bea eran de Pamplona y Oviedo respectivamente, y llegaron ayer a Madrid a mi casa a quedarse una noche antes de irnos. Nos conocimos en un campamento de esquí hace dos años y nuestra amistad ha ido creciendo durante este tiempo.

A las siete y media estaban las dos últimas cajas embaladas y mi madre nos esperaba en el coche para llevarnos al aeropuerto. Las tres subimos a los asientos traseros, hablando sobre qué podíamos esperarnos de Estados Unidos, si era como lo pintaban en las películas, si la casa no se nos caería encima nada más llegar...

A las ocho en punto nos encontrábamos en la puerta de la Terminal 4 de Barajas. Abracé fuerte a mi madre antes de que se fuera para ir a trabajar, no sin antes decirle que se despida por mí de mi padre, que estaba trabajando.

Cuando el coche desapareció de nuestra vista, las tres nos quedamos mirando calladas todo a nuestro alrededor.

-Bueno, se acabó lo que se daba -comentó Bea.

-Adiós España, hola Estados Unidos -añadió Lucía.

-¿Listas? -pregunté yo agarrando mis maletas.

Sarah

-Me muero de sueño -se quejó Julia por octava vez.

Alba, Ari, Yaiza y yo rodamos los ojos a la vez. Julia llevaba así desde que la habíamos recogido de su casa junto con Alba y Ari. Ahora, habiendo recorrido veinte metros en el aeropuerto, parecía como si hubiera corrido una maratón y media.

-Mira el lado positivo, Julia, nos vamos a Los Ángeles -dije suspirando.

-Ya, pero son dieciocho horas. Además, hay que hacer transbordo en Nueva York y se nos pueden perder las maletas. Ah, y nunca consigo dormirme en los aviones. Me pongo muy nerviosa. Y...

-Por dios, Julia, tranquilízate -rió alguien a nuestra espalda.

Nos giramos y encontramos a mi tocaya detrás.

-¡Sara! -exclamamos a la vez.

Ella sonrió cuando nos tiramos todas encima de ella para darle un abrazo. Ya se echaba de menos estar todas juntas. Aunque bien pensado, todavía nos quedaban dos versiones de Julia quejándose pero multiplicadas por diez y la inteligente del grupo: Lucía, Bea y Elsa. Conociéndolas, se habrán quedado dormidas.

-¡Sarah! Tierra llamando a Sarah -me sobresaltó Ari-. Aleluya, llevo llamándote media hora. ¿En qué pensabas?

-En que seguramente Bea, Lucía y Elsa se habrán quedado dormidas -respondí con una leve sonrisa.

-¡Oye! ¿Qué falta de confianza es esta? -se indignó alguien a espaldas de Ari.

Todas nos giramos y nos topamos con Bea, Elsa y Lucía frunciendo los morros.Alba se echó a reír mientras se tiraba encima de ellas y las mandaba al suelo. Esto provocó que la gente de alrededor nos mirara, cosa que me incomodó un poco, al igual que a Ari.

-¿Vienes al baño? -me sugirió ella al ver que me empezaba a poner colorada.

Asentí dándole las gracias y fuimos las dos al baño. Cuando volvimos, todas volvían a ser normales y nadie hacía de mopa, lo que fue todo un alivio.

Diez horas después bajábamos todas del avión bostezando y con cara de aún más sueño. Julia había conseguido dormirse y no dio la lata a nadie, lo mismo que Lucía y Bea, que cuando se despertaron se dieron la lata entre ellas.

En Nueva York eran las doce y media de la mañana y pegaba el sol fuerte. Con prisa, recogimos nuestro equipaje y corrimos por el aeropuerto para cambiar de avión y coger el que nos llevaría a Los Ángeles.

Llegamos a la puerta de embarque por los pelos, y a la una y media estábamos volando de nuevo. Ari se sentó a mi lado resoplando después de volver del baño.

-¿Qué pasa? –pregunté frunciendo el ceño.

-Hay un par de tíos por ahí atrás que se creen el ombligo del mundo. Patéticos –Ari rodó los ojos.

Resoplé junto a ella y le di la razón. Odiaba esa clase de chicos. Hablamos un rato más y luego volvimos a quedarnos dormidas por culpa de no haber dormido casi la noche anterior. Cuando abrí los ojos sobresaltada por un ruido, me parecía haber dormido dos segundos, pero según la pantalla informativa sólo quedaban treinta minutos de vuelo.

-¿Elsa? –oí que preguntaba Ari confundida-. ¿Le has dado un tortazo a ese chico?

Me giré a mirar a Elsa con los ojos abiertos de par en par.

-Um. Puede ser –respondió ella esperando la bronca.

Para su sorpresa, y la mía, Ari empezó a reírse.

-Se la tenía bien merecida –se excusó ella aún riendo cuando le miramos asombradas.

Una hora y media después bajábamos de dos taxis en la que ahora era nuestra nueva casa. Nos quedamos las nueve en fila admirando el panorama, hasta que el silencio fue interrumpido por un bufido de Elsa.

-No me lo puedo creer.

Miramos hacia donde miraba ella y Ari resopló de nuevo. Al parecer los ombligos del mundo vivían demasiado cerca de nosotras.

-¡Bienvenidas a California, vecinas! –exclamó el chico que se había llevado la torta de Elsa.

-Que dios nos asista –comenté.

spanish; o.m. (cancelada)Where stories live. Discover now