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Llegué al estadio y baje del auto casi corriendo, digamos que te preocupas un poco al recibir la llamada del entrenador de tu esposo diciéndote que te necesitan ahí lo más rápido que puedas. Me hice paso entre algunas de las personas que quedaban, logré llegar a la entrada y el guardia me reconoció, haciendo más fácil mi entrada.
Recorrí los pasillos, en busca del vestuario y lo encontré. No divisaba a Marco, pero vi a los demás chicos.
— ¡hola, preciosa! ¿cómo estás?
— ¡ey! ¡Marce, bien! ¿y Marco?
—está allá adentro todavía.Suerte con eso.
—oh, gracias. —le susurré y me despedí de él.
Camine por el pasillo que daba al campo de juego y al llegar pude divisarlo. Estaba tirado boca abajo, con su cabeza apoyada en los brazos. Camine hacia el área que hace algunos momentos fue del equipo contrario, donde él estaba. Llegué y me arrodille a su lado.
—que groso jugador.
— ¡amor! —levantó su vista y me abrazó.
—hola, bebé.
—no sabes lo horrible que estuve.
— ¿cómo horrible? Si fuiste lo mejor del partido.
— ¿no me viste? No hice nada bien, me quería ir con un título al menos, todos me deben odiar.
— ¡ey! ¿cómo vas a decir eso? No hizo falta ganar ningún título, mira hasta donde llegaron. Que el árbitro no haya sido de lo más bueno, no fue su culpa. Te ganaste a cada una de estas hermosas personas, te vas con todo su cariño, no hace falta más. Así que ya no quiero escucharte decir esas cosas, ¿si?
