Capítulo 42.

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-No lo sé -murmuré.-

¿Y si había colgado porque la habían descubierto? ¿Y si no volvía a saber de ella?O peor aún, ¿y si la mataban? La culpa me perseguiría el resto de mi vida si no hacíaalgo por ella.

«Menuda mierda de noche», pensé.

-Enrico, tienes que ir a por ella, por favor. -Hablé de súbito, sin pensar lo queiba a decir. Simplemente dejé que mis impulsos dominaran.-

La primera reacción de Enrico fue abrir mucho los ojos, después frunció el ceño,incrédulo, y me miró suspicaz. Tomó aire antes de hablar, pero me adelanté. No ledaría tiempo a que lo pensara demasiado.

-Debo reunirme con Joshua y averiguar cuál es la información que tiene.

-¿Sabes lo que me estás pidiendo? -protestó-. Es muy difícil disimular unviaje tan largo en la mansión Carusso. Si me descubren, estamos acabados.

-Lo sé, pero no te lo pediría si pudiera encargarme de ello yo mismo. -Meacerqué a él y susurré-: Enrico, Sarah corre grave peligro allí. Conoces a MesutGayir mejor que yo y sabes que si pospongo este viaje, puede que sea demasiado tardepara ella.-

-No la conoces -señaló entre dientes-

-Lo suficiente para que me importe.

-¿Y crees que merece la pena el riesgo de ir hasta Tokio y enfrentarte a uno delos mayores proxenetas del mundo? -No utilizó la contundencia que siempreempleaba cuando el tema de conversación era peliagudo. Lo que me indicó queEnrico estaba valorando con minucia todas las posibilidades que teníamos de salvar aSarah.-

-La miré, Enrico. La vi llorar... -murmuré.-

Se perdió en sus pensamientos acomodándose en el sofá y escrutándome con lamirada. Después resopló, sacó su móvil del bolsillo del pantalón y comenzó a marcar.

-Eres muy persuasivo, Cristianno, y no sabes cuánto me molesta. -Se llevó elteléfono a la oreja-. Thiago, soy yo. Lamento despertarte, pero necesito que meprepares el jet y los permisos para volar a Tokio lo antes posible... -Suspiré aliviado-... Sí, salimos en unas horas... Bien, saldré enseguida para allá. -Colgó y volvió amarcar.-

-Sarah se pondrá nerviosa al verte -comenté sin dejar de mirarle.Los ojos comenzaban a picarme y los párpados me pesaban. Caería rendido encualquier momento, y esa idea le hizo gracia a Enrico .-

-¿Por qué? -quiso saber, curioso y bastante interesado.-

-Porque no espera a un desconocido. Puede ser muy inaccesible. -Comencé averle borroso, acordándome de mi primer encuentro con Sarah. No dudó en echarmecara.-

-Como si eso fuera un problema. -Alzó un dedo para hacerme callar-. Hola,quisiera contratar los servicios de Sarah Zaimis. Sí... en Tokio, por favor... No, laquiero a ella, mañana por la noche... ¿Ni siquiera por cien mil?... Bien, atienda a miscondiciones... -Enrico empezó a exigir ciertas exigencias para poder reconocerla-.Haré la trasferencia en una hora. Me hospedaré en el hotel Península, a las diez, horade Tokio. La esperaré en el restaurante de la planta baja. Gracias. -Colgó y lanzó elaparato sobre la mesa-. ¿Contento? -Hizo una mueca de falso enfado. -


KATHIA


Me asombró la rapidez con la que cayó la noche. El mar se tragó la orilla y acariciómis pies desnudos. Cerré los ojos sintiendo como el agua martilleaba mi cuerpo.Llevaba tres días lloviendo sin parar, pero la tormenta de aquella tarde estaba siendomás intensa que las anteriores.

El cielo se iluminó y segundos después sonó el potente crujido de un trueno. Porun momento pensé que la tierra se partiría en dos, pero continué impertérrita mirandoa lo que antes había sido un horizonte gris y perturbador.

Cogí aire sintiendo como las gotas de agua se colaban por mi nariz. Estabaempapada, y no me importaba.

Una semana.Siete días.Sin él.

«Cristianno», susurró mi fuero interno.

-¿Piensas quedarte ahí toda la noche? -preguntó entre chillidos uno de losesbirros de Valentino.Le ignoré y continué mirando la oscuridad.

-¡Eh, tú! -exclamó antes de acercarse a mí-. ¿Es que no me has oído? - Me cogió del brazo y me zarandeó para que le mirara, pero lo único que consiguiófue mi silencio. No diría ni una palabra hasta saber de Cristianno. Aunque tuviera queesperar años.-

-¡Maldita niñata! ¡Quiero que respondas! -Me abofeteó cuando otro relámpagoiluminó el cielo con una nitidez perfecta.-

Tuve tiempo suficiente para ver que el oleaje era descomunal. La tormenta eraagresiva y el agua ya nos cubría hasta los tobillos. Estaba subiendo la marea.

-¡Basta! -gritó Sibila corriendo hacia nosotros-. ¡Quiero que la sueltesinmediatamente, Lorenzo!

Enseguida me soltó y se limpió el agua que tenía en los labios con el reverso de lamano, como si eso fuera a servir de algo. Miró a Sibila y caminó hacia ella con gestoamenazador. La joven aguantó bien el tipo cuando solo les separaban unoscentímetros.

-Haz que hablé -dijo Lorenzo entre dientes.-

-No tiene por qué hablar si no quiere -contestó Sibila con valentía ymanteniendo la mirada del hombre.Por suerte, mi madre eligió bien cuando decidió que una de sus sirvientas meacompañara. Ella era la única que escuchaba mi voz.Lorenzo resopló y se encaminó a la casa.-

-¡Kathia, por Dios, tienes que entrar! -gritó Sibila, envolviéndome en unamanta.Acarició mi cara con las manos temblorosas cuando asentí.-

Segundos despuésdescubrí que no era ella la que temblaba. Me envolvió con sus brazos y me instósuavemente a que comenzar a caminar.

Al entrar en la casa, ambas soltamos unos litros de agua sobre el suelo. Uno de losguardias, que tomaba una cerveza mientras miraba la televisión (algo que pordescontado jamás habría hecho estando Valentino), nos observó como si el agua fuerala cosa más repugnante.

-Iremos al lavabo. Un baño de agua caliente te vendrá bien. -Sibila volvió aarrastrarme.-

Me desvistió mientras la bañera se llenaba de agua caliente. Echó unas sales y unpoco de gel y me extendió la mano para ayudarme a entrar. No tenía ganas de darmeun baño, pero aquello podría hacerme dormir.

Tuve el impulso de llorar, pero lo evité concentrándome en la lluvia y en los dedosde Sibila masajeándome el pelo.

Cerré los ojos.

-¿Qué crees que estará haciendo, Sibila? -murmuré sin atreverme a decir sunombre en voz alta.Tampoco hizo falta porque Sibila supo de quién hablaba.-

-Buscarte -susurró con cariño.Una lágrima cayó de mis ojos.-

«Estoy aquí, Cristianno. Estoy en Pomezia», grité en silencio.

Bajo El Cielo Púrpura De RomaWhere stories live. Discover now