Capítulo 55

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SARAH

Tanta tranquilidad durante el día, me tenía espléndidamente agotada. Supongo que se debía a que no estaba acostumbrada a ello. Por la mañana, obligué a Cristianno a desayunar conmigo. No había pegado ojo y un café caliente le sentó bastante bien. Después, me vi arrastrada a una divertida competición de billar que duró cerca de tres horas y que, por supuesto, perdí. Mauro era muy habilidoso y Cristianno demasiado tramposo —las bolas rayadas desaparecían misteriosamente—.

Más tarde, conocí al resto de sus amigos: Eric, Alex y Daniela. Y sin darnos cuenta, pasamos el día juntos. Estuve hablando horas con Daniela mientras los chicos lo hacían entre ellos. Me lo contó todo: desde cómo se conocieron Kathia y Cristianno, hasta la muerte de Luca hacía apenas dos días. Con todo..., no dejé de pensar en Enrico. Me arrepentía muchísimo de haberle dicho que se alejara de mí, pero más me dolió que lo cumpliera. No había aparecido en todo el día por el Edificio y, si lo hizo, no se dejó ver. En ocasiones, me costó horrores disimular las miradas hacia la puerta del piso, esperando que apareciera. Cristianno pudo darse cuenta. Ya había caído la madrugada cuando decidí bajar a tomar un té.

 No me apetecía dormir todavía. Sabía que soñaría con él y aún no estaba preparada. Pero aunque quise ir hasta la cocina, apenas crucé el salón. Una ráfaga nocturna vino de la mano de un sonido distante. Todo provino de la biblioteca. Me asomé con cautela y vi como las cortinas ondeaban por el aire. Me adentré con la idea de cerrar las ventanas, pero me detuve en cuanto le vi. Enrico estaba sentado junto al cenador de la terraza, cabizbajo con los codos apoyados en las rodillas. Salté hacia atrás, precipitada y con el corazón amenazando con salírseme. Maldita sea, incluso estuve a punto de caerme al suelo al toparme con la esquina de una mesita de café. ¿Cómo no me había dado cuenta de su presencia? ¿Cuánto tiempo llevaría en el Edificio? ¿Cómo pude pedirle que se alejara de mí...? Contuve el aire y decidí acercarme a él. Ahora que había recapacitado, Enrico merecía unas disculpas por mi comportamiento injusto la noche anterior. Pero conforme me acercaba, supe que... jamás podría ser su amiga. Por mucho que lo intentara, le deseaba demasiado.

—Hola —susurré. Ni siquiera me di cuenta de cómo había llegado hasta él. Enrico me miró con una expresión a medio camino entre la confusión y la satisfacción.

—Hola —dijo, enloquecedoramente lento.

Sus labios se quedaron entreabiertos e hicieron una mueca de lo más insinuante. Irremediablemente, pensé en cómo sería el tacto de su boca sobre la mía. Mantuvo la mirada al frente mientras yo tomaba asiento a su lado, y unió sus manos entrelazando los dedos un tanto nervioso. Me gustó poder percibirlo.

—Dijiste que me alejara de ti. —Soltó, de pronto, algo ronco.

Esas palabras me atravesaron y volví a maldecirme por haberlas dicho. Clavó sus ojos en los míos. Esperaba una contestación y la quería cara a cara. Así que alcé el mentón y me envalentoné, respondiendo a sus miradas.

—Mentí. Tardó unos segundos en reaccionar ante la rotundidad de mi voz, pero después sonrió satisfecho. Exhalé al tiempo en que sentía un inmenso calor expandirse por mis mejillas. Genial, acaba de ruborizarme, y a Enrico le gustó. Lo que intensificó aún más mi sonrojo. Agaché la cabeza y volví a toparme con el anillo. Enrico se dio cuenta y escondió la mano.

—¿Dónde está? —pregunté—. Quiero decir... tú... esposa.

 —Portofino —contestó.

—¿No está en Roma? —Fruncí el ceño.

—No.

 —Pero...

—Hace dos semanas —me interrumpió—, los Carusso descubrieron que Kathia y Cristianno estaban en el aeródromo de los Gabbana, para dejar la ciudad juntos — explicó y yo inmediatamente reconocí la historia. Daniela me la había contado esa tarde y no había parado de mirar a Cristianno de reojo, imaginándomelo en aquella situación—. Se plantaron allí y los amenazaron de muerte, pero Silvano llegó a tiempo gracias a la llamada que hice. Sirvió para salvarles la vida a los dos, pero poco más. Marcello, un primo de Kathia, se abalanzó a por ella impidiendo que escapara. No sé cómo, Kathia logró liberarse y se vio obligada a matarle. —Cerré los ojos. Kathia solo tenía diecisiete años y había tenido que matar para conservar su vida—. Por eso Marzia, mi mujer, está en Portofino y no aquí.

Bajo El Cielo Púrpura De RomaWhere stories live. Discover now