Capítulo 56

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SARAH

Al día siguiente, Graciella y Patrizia me convencieron para salir a hacer unas compras y cenar fuera. No me apetecía y el día encapotado tampoco acompañaba, pero me vi incapaz de negarme. Lo hacían por mí, porque me había pasado las últimas horas deambulando por el piso callada, sin dejar de pensar en lo cerca que estuvo Enrico de besarme y en lo decepcionante que fue verle marchar.

Conforme estaban las cosas en el Edificio, con la horrible muerte de Fabio Gabbana reciente y la traición de un importante aliado de la familia, como lo habían sido los Carusso, salir a pasear y aparentar normalidad era bastante insensato. Pero aquellas mujeres podían presumir de saber leer los pensamientos de las personas, y el mío no se les había escapado. Decidieron que lo mejor era que nos diera el aire.

 —Si sigues callada —comenzó Patrizia—, tendré que sacarte las palabras a tirones, niña.

Sonreí mientras Graciella saboreaba un Martini blanco. Alzó la cabeza, miró a su cuñada, risueña, y le guiñó un ojo.

—No pasa nada, Patrizia, en serio —dije—. Es solo que... estoy algo... cansada.

 —¡Ay, no querida! Nada de mentiras —protestó Graciella—. No las soporto.

—¡No estoy mintiendo! —exclamé.

Sí, estaba mintiendo, y mucho. Ambas me miraron, incrédulas.

—Porque no nos hablas de él... —se aventuró Patrizia, y yo me declaré en cuanto tragué saliva.

«Genial.» Regresé a la biblioteca y al momento en que su aliento rebotó entrecortado en mis labios... Me arrepentí de suspirar al ver que las mujeres sonreían con una malicia divertida. Ellas sabían que había algo entre Enrico y yo, era una tontería retrasar esa conversación.

—Porque si lo digo en voz alta, entonces será mucho más real... —admití cabizbaja—... Y es una historia imposible.

Patrizia Nesta puso los ojos en blanco. Me había dado cuenta de que para ella las cosas imposibles no existían. Era una mujer de carácter, segura de sí misma y de sus tremendas posibilidades. Le molestaba que los demás vieran improbable lo que para ella no lo era. Pero no fue Patrizia la que habló.

—No la quiere, Sarah. —Interrumpió Graciella antes de mirarme categórica. Tuve un espasmo al verla tan seria, y su cuñada le siguió—. Conozco a ese muchacho desde que nació. Le he criado, prácticamente es mi hijo, y le conozco.

—¿Qué pretendes decirme, Graciella? —pregunté agarrotada.

—Nada. No disfrazo mis palabras, Sarah. —Se tomó unos segundos para sorber de su copa, volver a dejarla en la mesa y hacer un gesto de absoluto control sobre lo que decía—. Ahora haz lo que te plazca con ellas. Negué con la cabeza, repentinamente abrumada. No podía llegar a la vida de Enrico y perturbársela con mi deseo por él.

—Esto no funcionará... —Confirmé mis sentimientos.

—Permite que él también decida... —medió Patrizia, acariciando mi mano.

Una hora más tarde, salimos del restaurante. Tras aquella conversación no volvimos a mencionar a Enrico. Me sentía muy cansada y confundida con todo lo que me estaba pasando. La lluvia interrumpió nuestro regreso a la altura de la Piazza Colonna, pero decidimos continuar a pie, ya que el Edificio quedaba a solo unas calles de allí. Entonces, me detuve hipnotizada por la estatua de San Pablo coronando la columna de Marco Aurelio. La observé dibujándose entre la niebla, impune al agua que le caía encima. Qué imagen más maravillosa.

Bajo El Cielo Púrpura De RomaWhere stories live. Discover now