Capítulo 8 Chico Salvaje

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La desolada carretera afuera de la ciudad eran unas de las cosas que más me gustaban en este mundo. Y justo ahí, la última estación de servicio, la misma donde Robert estacionó su convertible y fue por cigarros. Ese lugar pareciese tener algo mío, parte de mi alma que me hace sentir completo. Tiene cigarrillos, tiene recuerdos, me tiene a mí y a Cedric, y ahora en una habitación.

La luz amarilla incandescente me molestaba mucho, la bombilla desprendía un calor como si viniese del mismo infierno, y peor aún en agosto; pleno verano. La pequeña cama con sabanas malgastadas no me molestaba, era muy acogedor y estando al lado del cuerpo semidesnudo de Cedric, en realidad me ponía muy cómodo.

Desde las rendijas de la ventana se veían los coches que estacionaban a recargar sus tanques de combustible, se iluminaban las luces en la pared. Amarillas, blancas, rojas, naranjas y... azules.

El motel, como todos los moteles, era algo sucio y desgastado. Con estilo ochentero que me encantaba y hacia que me dejara de importar lo mal oliente que estaba. A la final el olfato se acostumbró al olor, y empezó a oler a Cedric. Su cuerpo empezó a sudar, se veía como corrían las gotas de sudor que segregaban el cuerpo por todo su pecho lampiño.

Por primera vez vi un tatuaje suyo. Lo llevaba en su hombro derecho; un tatuaje tribal. No quise preguntar qué significaba, porque era eso, algo tribal. Lo que si debo reconocer es que sus definidos músculos hacían que se viera mejor de lo que debería.

No hablamos, creo que no había algo que tuviésemos que hablar. Sólo miradas. Rápidas, lentas, apaciguadoras, cariñosas, picaras.

Cedric se levantó del retablo de madera donde reposaba sin camisa. Encendió un cigarrillo, se sentó en una esquina de la cama, y fumó mientras yo lo miraba acostado.

No quise pedirle, me conformaba con verlo. Sentado con sus piernas abiertas y sus codos apoyados sobre sus rodillas. Fumaba y yo escuchaba cada suspira que hacia tras exhalar cada bocanada de humo.

Apagó la irritante bombilla amarilla. Vi su silueta, como las luces de los carros la iluminaba. Se terminó de desvestir y quedó en calzoncillos. Empecé a volar con la mente de todas las maravillosas y estúpidas cosas que pueden ocurrir esa noche de verano.

Sentí su cuerpo ladeado al mío; sus manos rozando mis brazos, haciendo erizar mi piel. Sus labios besando mis débiles hombros y luego mi clavícula. No quería que parara, aún quedan más partes por ser besadas. Me beso en el mentón y subió a los labios. Se despegó de mí con un gesto muy rápido. Esas cálidas manos tocaban mi abdomen y tomaron de la camiseta hasta quitarla por completo de mi cuerpo. Me regaló un beso agradeciendo.

Igual hizo con mi pantalón hasta dejarme sólo con el bóxer. Sus rígidas piernas atraparon mi cuerpo, dejándome inmóvil a cualquier movimiento. Paseó su tibia lengua por mi pecho, se centró en mis pezones, succionaba con mucha suavidad y precaución, esa sensación hacia retorcerme, pero no podía. Bajó mordiendo mi abdomen, con sutileza. Tome su cara y la lleve hacia mi boca, me daba pequeños y dóciles besos. Fue muy tierno.

Dejo reposar su cuerpo sobre el mío. Dejándome sentir su virilidad templada, tensa y a punto de hervir. Pasé mis frías manos por su espalda descubierta, tocando todo musculo contraído, y excitándome cada vez más.

Me desvistió por completo e hizo lo mismo, pero en segundos. Las lucen enfocaban su cuerpo dejando tras él una hermosa sombra, mucho más grande que él, quizás así de grande era su alma.

Levantó mis piernas y las colocó encima de las suyas, yo automáticamente las cerré en su espalda baja. Bajó su cara a mi cuello y volvió a besar, pero esta vez desenfrenado. Abrace su espalda pegándolo más a mí. Acomodó su cuerpo, e introdujo lentamente su miembro en mi cuerpo. Dolía mucho, sentía cada centímetro, aguantaba ese maldito dolor.

Metía y sacaba con mucha calma, dejando que el cuerpo se acostumbre a tener parte de él dentro de mí. Sus movimientos fueron evolucionando cada vez más.

Besaba mucho más, tratando de calmar mi dolor con sus besos. Pero el dolor persistía, quería que cesara. Fui sosegándome, disfrutando el momento, el lugar, los besos, él.

Cedric enloqueció. Pensé que su pene podía reventarse, me besaba por todas partes, me mordía, me chupaba como un vampiro lo hace hasta saciar, pero él parecía no saciarse, quería más y más.

Una embestida hizo que me arqueara acostado, me agarró por el cuello y me beso para aquietarme. Su fuerza era descomunal, no podía moverme, quería que terminara, pero sabía que si él terminaba yo quedaría con ganas de más. Él jadeaba, cansado, extasiado. Yo gemía, de dolor, de placer.

Otra embestida, metió toda su masculinidad en mi cuerpo.

Se detuvo.

Pero no expreso su orgasmo, sólo se detuvo, se levantó y fue al baño.

Yo di un exhalo por haber terminado.

—¿Cedric? —pregunte en voz baja y cansada.

—Cedric..., ven a la cama.

Escuche un carraspeo, luego una tos, una tos imparable.

—Cedric, ¿Qué te pasa? ¿Qué haces?

Cedric no respondió.


Sombras AzulesWhere stories live. Discover now