Capítulo 23 Maldito Motel

31 5 18
                                    

Cedric, pensé mucho en él y todo lo que pasó ahí. Temeroso de lo que pueda ocurrir, salí del coche, mostrándome relajado y sin miedos.

La señora de mucha edad, tendió la mano con la llave de habitación número 369. Sin siquiera mirarme, me imaginó como a muchos de esos amantes que van en busca de un refugio para una noche de eterna pasión. Yo también imaginaba eso, de hecho, con esa intención están creados los moteles, para refugiar a amantes en una noche de enardecimiento mutuo.

Tantos secretos podían tener aquella señora que quizá su memoria rebosaba a tal punto, que ya le daba igual quien entraba y quién salía.

Siempre pensaba que todas las habitaciones eran igual en esos sitios, pero estaba equivocado, aquella era grande y cómoda. Muy bien decorada.

Amplias cortinas de terciopelo rojo que, ocultaban la vista al exterior; una cama matrimonial con respaldo de madera oscura, donde esculpía la imagen de dos cisnes entrelazando sus largos y elegantes cuellos; la ropa de la cama era de un blanco puro como el alma de angel acabando de nacer; una mesita al lado de la cama; una lámpara simple sobre ella, la cual brotaba una luz amarilla apacible; a un costado de la bombilla, un cenicero de porcelana oscura.

—¿Has venido aquí antes?

—Sí, este es otro lugar donde me escapo del mundo —respondió. Sacó la cajetilla de cigarros de sus bolsillos.

Desplegó la cortina, dejando espacio para la salida del humo del cigarrillo. Se derrumbó en la cama. Yo me senté a un lado, acostumbrándome al ambiente, ya me era familiar, pero pensaba aun que podía pasar esa noche, ¿tendríamos sexo, o "haríamos el amor"? Que al fin y al cabo termina siendo lo mismo.

—Vente, amor, aquí conmigo —dijo, dando palmadas a un lado en el colchón.

Retire los zapatos, y me quede en medias, me coloqué a su lado, dejando la cabeza en su corpulento brazo lleno de músculos; se sentía como una almohada rígida, pero a la vez blanda.

Alce la vista a sus cálidos y acogedores ojos azules, esos dos grandes zafiros se volvieron hacia a mí. Robert enrollo mi cuerpo dentro de sus brazos, protegiéndome, seguido de un beso en la frente.

—¿Qué pasaría si muero? —Rompió el silencio con aquella pregunta.

—Tú eres invencible.

—Todos somos vulnerables a algo, todos tenemos un punto débil; el de Aquiles, su talón, el mío lo eres tú.

Besé su pecho, y lo abrace fuerte, creando una coraza de la cual sería invencible. Su perfume me extasiaba. Frotaba mi mano por todo su pecho, dejando rastros de él en mí. Aquello era una sensación tan placentera que, no me hacía falta más nada. Pensaba que hacer el amor, era tener coito, pero eso era mucho mejor que hacer el amor.

Robert fue por un vaso de agua, se quitó la camisa y se excusó que sentía frío. Volvió a caer sobre la cama, dejándome estar en la posición anterior. Su pecho, invadido de rizos rubios, que hicieron curiosear mis dedos por su piel, dando sutiles que roces convertidos en caricias, de las que él sintió la necesidad de hacer lo mismo. Enredaba sus dedos en mis cabellos, casi me dormía de la agradable sensación.

El cielo se desplomó sobre nosotros con una repentina lluvia. El estrepitoso sonido de la lluvia al caer, era fantástico para el oído. Robert se exaltó, y me miró sonriendo.

—¡Está lloviendo a cantaros!

Asentí sonriente.

—¿Sabes algo qué me encanta, pero no más que tú? —Se levantó de la cama.

Sombras AzulesWhere stories live. Discover now