Capítulo 12 Papá

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Poco a poco, su eléctrica alma estaba curando la mía dolida.

He recibido un montón de mensajes de Harper, queriendo venir a la casa, queriendo conocer a Edward, la he ignorado por completo.

La habitación estaba silenciosa como de costumbre, el ronroneo de Blue era lo único que podía escucharse en ella, y uno que otro tintineo que emitía mi teléfono notificándome que he recibido un mensaje.

El cielo despejado, sin nubes, sólo un radiante sol de verano. La cama desordena y yo con ella, envuelto entre sabanas y almohadas sin querer levantarme aunque no tenía sueño, ni mucho menos ganas de dormir, pero si ganas de estar acostado sin hacer nada.

El silencio no es sólo en mi habitación, está también en toda la casa. Edward debe estar en su cuarto fumándose unos hierbas poderosas, como me las ha mencionado, lo interesante es que no me da olor a nada quemado —de seguro fuma pegado a la ventana— ni si quiera a cigarrillos, mamá debe estar trabajando todavía, se la debe pasar en grande en su trabajo.

Salí a la cocina a comer unos sándwiches dejados en el microondas. Tan sólo dos ha dejado para mi desayuno, con relleno de queso, jamón de pavo, lechuga y tomate. Delicioso. Lo abrí para untarle mayonesa, y comencé a tragar sin pensar en el mañana.

Robert, mi loco y misterioso amor, ha estado viajando fuera de la ciudad en sus misteriosos negocios. Me da mucha curiosidad saber cuáles son esos trabajitos que hace saliendo de la ciudad, estado y si acaso del país, él me ha comentado que me lo contará, pero de verdad que esto me tiene impaciente.

Ring-Ring

—¿Al habla? —contesté al auricular del teléfono fijo.

—Por favor, ¿la señora Eleanor de Reeves?

—No puedo ubicarla ahora, si quiere puede dejar un mensaje.

—¿Eric?

—Ese mismo...

—Vale.

Piiiii.

Colgué el auricular en su lugar y continúe viendo la telebasura de los domingos.

Toc-toc.

¡Jesus! ¿Ahora quien será?

—Disculpa, Eric, ¿puedo esperar a tu madre sentado en la sala?

—Supongo —dije sin mirarlo.

Paso y se sentó a mi lado, un señor de estatura mediana, cabello castaño oscuro, tez morena; achocolatada con más leche que chocolate, arrugas en la parte superior de sus labios, y un leve aroma a tabaco.

Un momento... ¿ese es mi padre? ¿Mi progenitor?

—¿Usted es mi padre? —pregunte mirando de arriba abajo.

—Sí, hijo mío, pensé que no me reconocerías, estabas muy pequeño apenas un par de años de nacer...

—¿Cómo te atreves a llamarme hijo? No seas mierda contigo mismo, y créeme que ya no me hace falta un padre —le grité tan fuerte como pude—. Un mierda, eso eres para mí —mascullé.

—Eric, entiéndeme, quería protegerlos de...

—¿De qué, Douglas Reeves? Qué asco tener que llevar tu apellido a todas partes, esa es nuestra maldición. REEVES —gesticulé cada palabra intimidándole más, quería saber porque se fue y no volvió.

—Eric, Dios, no entenderás —suplicó.

—Dilo de una vez, ¿o quieres que te saque a patadas de la casa antes de que venga mamá?

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