Capítulo 9 Ojos tóxicos

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La luz del baño estaba encendida, se escuchó un ruido seco y sentí un pequeño temblor. Aviste una sombra en la ranura de la puerta del baño. El miedo recorrió mi cuerpo de forma voraz, admito que soy miedoso, asustadizo, y cobarde, pero esta vez el miedo no permitiría dejarme de mover. Me alce de la cama como pude, mis pies descalzos tocaran el frio y rustico piso, espolvoreado con pequeños restos de basura. Tome la metálica manilla, el picaporte no hizo ruido, sólo pasó al seco.

Vi su cuerpo inerte en el suelo, sentí unas desesperadas ganas de llorar, su boca semiabierta pegada a las baldosas, brotaban un espeso liquido blanco. El vómito recorría también parte de su pecho.

—Ce-Cedric... ¿Qué has hecho? —dije tomando sus brazos y mirando a todos lados.

Sobre el lavado estaba la causa de sus convulsiones, restos de una maldita línea de polvo blanco, lance todo y abrí el grifo.

Sus cálidos ojos azules estaban diferentes, fríos, añiles. Distantes a cualquier sentimiento.

Tosió muy fuerte, apenas podía mover su cuerpo débil. Logre levantarlo y colocarlo en la cama, me suplicó un vaso de agua, fui por ella y recordé claramente a mi hermano. Todavía no encuentro las razones de todas estas desdichas de mi vida, él hombre que creo que amo es el hombre a quien siempre he odiado; un maldito drogadicto.

Recobró las fuerzas necesarias tras ese vaso de agua, pudo vestirse y yo aún seguía en la cama desvestido, mirándolo pendiente de cualquier movimiento y adolorido por dentro, no quería dejarle nunca, quería cuidar de él como a un niño pequeño aunque no lo fuese, pero lo seria, él sería mi bebé.

—Así que... viste lo que realmente soy —susurró.

—Puedes cambiar, bebé, yo cuidaré de ti, quiero que sepas que estaré siempre para ti.

—Y... ¿Qué paso sino puedo?

—Si puedes, Cedric, sólo —Sentí como sus grandes manos tapaban mi boca y sus desafiantes ojos me aterrorizaban.

—Pues no, no quiero dejar de ser lo que soy, y no cambiaré por ti ni por nadie, así que ahórrate tus estúpidos sermones —detonó. Sus manos empujaron mi cabeza contra la pared.

Trate de detenerlo, pero fue imposible. Lleno de ira apretó mis mejillas, y sus delirantes ojos por primera vez me causaran el más grande pavor de la humanidad: la muerte.

—Quiero que entiendas que no puedo vivir sin ellas, ¡Maldita sea! Te amo —dijo dándome un tosco beso—. Pero también la amo a ella.

Me levanto en lo más alto, cerca de la bombilla de luz amarilla, sus manos rodeaban mi cuello presionándolo; sentí como me faltaba oxígeno. Empecé a moverme frenéticamente, le golpeaba en la cara tratando que me dejara, hasta que me bajo y fue él que me propino su más fornido golpe, descargando toda su rabia en mi rostro. Mi ojo derecho ardía y dolía como si se quemara de adentro hacia afuera.

Dejó caer mi frágil cuerpo en la cama. Pareciera una fiera. No pude retener las lágrimas. Me vio con cara de decepción, se acercó a mí, y escupió en mi desnudo pecho.

—Eres una jodida mierda —dijo atizándome una bofetada.

Sostuve mi mejilla con una mano, atenuando el dolor con ella. Fue absurdo hacer eso; lloraba sin parar. Él arrebató mi mano y, me alzó. Rebusco todas mis cosas —ropa y zapatos— y me las arrojó.

—No te quiero ver más en mi nefasta vida, pequeña mierda —gritó llorando.

Estaba desnudo, avergonzado, maltratado, quebrantado; no podía creerme que todo esta escena paso en solo cinco minutos. No entendía como las drogas habían cambiado a mi Cedric, o me demostraban su verdadero ser.

—YA SAL POR ESA MALDITA PUERTA —abucheó mientras me empujaba.

Gire para ver quizá por última vez esos ojos azules que ahora me hacían sufrir, estaban inexpresivos ante mi mirada de dolor.

No sabía cómo sentirme, quería morir, sabía perfectamente como estaba y nunca pensé que Cedric me haría sentir de tal manera; estaba roto, como un juguete irreparable al que desecharon.

El manto de la oscura noche me abrigo de la pena y la desgracia, pero mi desnudo cuerpo todavía sentía dolor y tristeza, nadie ni nada podría quitarme ese horrible sentimiento del cual he huido por mucho tiempo. Existen amores dañinos y daños amorosos. Prefiero que me hagan daño con un fin amoroso, a sentir amor para un fin dañino.

Llevaba mi ropa pegada a mi pecho, por suerte todo estaba solo, nadie podía verme. Camine muy despacio al baño de la gasolinera, al verme en el espejo no contuve y solté el llanto una vez más, un llanto silencioso pero muy desgarrador. Mi ojo punzaba muy fuerte, goteaba la tristeza por él.

Vestido, con mi cara roja, mis piernas temblorosas y el corazón latente a toda fuerza; emprendí un viaje desde ese maldito lugar de las afueras de la ciudad a mi casa, la extrañaba con toda mi vida.

Caminé toda esa madrugada sin ninguna compañía, ni siquiera la luna se asomó para verme caminar y tropezar por la solitaria carretera. El sol radiante y violento hizo despertarme, iba muerto del sueño, del dolor. Entrando a la ciudad la gente caminaba y desviaba su mirada sobre mí, mientras que yo iba con la cabeza agachada, queriéndome ocultar de mí mismo.

Comencé a oler el salitre del malecón y fue algo reconfortante para mi alma, iba reviviendo, poco a poco.

—Oye —dijo una voz grave detrás de mí. Voltee y es Robert. ¡No puede ser! Justo en este momento—, ¿Quién ha sido el hijo de puta que le ha hecho esto? —pregunto tomando mi cara de manera brusca, dándome a entender que parte de esto era mi culpa.

No respondí, empecé a sollozar como una estúpida niña.

—Sube al carro, por favor —dijo con un tono voz sereno.

Hice caso. El chevy estaba perfumado con ese olor a cigarro que tanto me gustaba. Robert llevaba una camisa blanca, y se había dejado algo de barba.

—Ahora sí —dijo encendiendo el coche—, ¿puedes decir quién lo hecho?

—Cedric...

—¿Quién carajos es Cedric?

—Un... —no sé en realidad lo que somos, o lo que éramos—, amigo.

—Un amigo con el que te acostaste ¿no?

—Si —dije apenado.

—¿Me quieres contar algo?

—No ahora, por favor —dije casi llorando.

—Tranquilo, ya ha pasado, no lo volverás a ver —dijo mientras daba pequeños golpes en mi rodilla —. Me aseguraré que no te haga más daño —Dio un beso en mi cuello, cerca de la mandíbula.


HOLA, ya con este capítulo publicado superé el reto de #EscribeloYa o #JustWriteIt con más de 12.000 palabras en menos de 30 de días. Fue tan rápido que no puedo creermelo. Gracias :3

Sombras AzulesUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum