• Treinta y nueve •

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Alex.

Hago un moño con mi cabello y me doy una última mirada al espejo antes de salir. Cuando salgo, me sobresalto al ver a Sam sentado sobre mi cama, me llevo una mano al pecho debido al susto, esté se levanta con una foto enmarcada en sus manos que estaba en mi mesa de noche: En ella estábamos Thomas y yo la última vez que fuimos al lago. Entrecierro los ojos al mirarlo.

–Me agrade que te guste – me dice mientras señala el collar con la estrella brillante que llevo colgado, como había dicho, el collar no tenía la culpa del irresponsable que lo compró.

–Tengo sueño – le digo mientras comienzo a preparar mi cama para dormir.

–¿Dónde estabas? – me pregunta tranquilamente, lo miro enarcando una ceja, perpleja de lo que acaba de preguntar.

–No estás en posición de interrogarme – contesto cruzándome de brazos mientras le lanzo una mirada un poco desafiante, convencida de que no puede reprenderme como a él le gustaría.

–Hija...– comienza, pero le interrumpo sutilmente con la mirada antes de que las palabras salgan de mi boca.

–Si hubieras querido tener está conversación, donde preguntabas donde estuvo tu hija desde las ocho de la mañana hasta las nueve y media de la noche, debiste haber aparecido hace siete años – contesto, no me había dado cuanta cuanto apretaba los puños de mis manos hasta que siento las marcas de mis uñas en la palma de mi mano.

–Alex, tranquilízate – me dice, suelto una carcajada mientras siento como mi garganta se cierra – No pude estar aquí, Alex simplemente no pude, tenía cosas que resolver, pero vuelvo por que los amo, a ti, a tu madre y a tu hermano; Alex, escúchame.

–No, tu escúchame a mí – lo interrumpo – Si de verdad te hubiéramos importado, hubieras hecho espacio de dos jodidos días al mes para venir y ver a tu amada familia – rezongo – Sam, olvidaste que tu hija cumplía diecisiete años, maldita sea ¿en serio? – lo miro dolida, con ganas de gritarle, de echarlo de nuestra casa, estoy completamente segura de que no lo quiero aquí.

–Perdón – contesta con un hilo de voz.

–Puede que Thomas te haya perdonado – le digo – Pero yo no soy mamá, ni Thomas – contesto reteniendo las lágrimas de ira que se forman en mis ojos – Tengo sueño.

Nos miramos un par de segundos, mi respiración delataba mi estado de ánimo más de lo que quisiera, por fin, da media vuelta y sale de mi habitación, pongo el pesillo de la puerta y me siento en frente a la ventana, no voy a destrozar nada hoy, no voy a dejar que sepa que me importa.

En serio, quiero que se vaya, simplemente no soporto un minuto más con él en la casa. Simplemente no lo quiero cerca, y si se mantiene alejado de mí hasta el día de su partida, mejor para mí, en cuanto a James, ahora estoy comenzando a sentirme culpable, creo que estaba algo sensible por Sam tratando de recogerme, de nuevo, pero tampoco me gustó el tono en el que se refirió a conocerme. Maldito narcisista.

No sé cuánto tiempo me quedo mirando por la ventana, pero el par de lágrimas que salieron de mis ojos ya están secas, miro la hora: once veintidós. Nuevamente sé que no podré dormir, estoy harta de no poder dormir, así que salgo de  mi habitación.

Las risas de la sala me confirman que los tres siguen abajo, así que me cuelo a la oficina de mamá, con cuidado, abro el cajón que tiene bajo el escritorio, ahí encuentro un frasco de pastillas de doxilamina, o pastillas para dormir. No me preocupa llevarme un frasco nuevo, debido a que tiene varias, las reparte a sus pacientes de vez en cuando, solo cuando los mira muy estresados, solo les da unas pocas.

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