• Epílogo [E x t r a] •

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Trecientos sesenta y cinco días después.

James.

Terminaba de atarme los cordones, las manos me temblaban por los nervios del partido, sé que Gerald lo nota, pero aun así agradezco que no haya dicho nada.

A decir verdad me sentía más nervioso de lo que aparentaba, aunque había entrenado extra por semanas seguía sintiendo el mismo miedo de un novato en su primer partido, lo cual es bastante ridículo si lo piensas. Intento apartar esos pensamientos mientras estiro mi brazo para tomar el casco que han dejado para mí en las gradas.

De un momento a otro Abby comenzó a agitar los brazos en dirección a mis espaldas, extrañado, me doy vuelta y, con la poca visibilidad que tengo debido a que comienza a anochecer, intento acostumbrarme a la escases de luz.

La vi caminar, con las mejillas rojas y los ojos brillosos, Abby quiso saltar y correr, pero la señora Turner la detuvo, no sé en qué momento comencé a caminar, pero lo hice, mis pies se movían en su dirección, ni si quiera sabía que decir o hacer, solo sabía que cualquier cosa que me mantuviera lejos de ella era una completa estupidez.

–Alex – dije – ¿Qué haces aquí? – ¿Por qué no se me pudo haber ocurrido algo mejor? Es que no hay palabras, es como si me hubieran golpeado en la cabeza con un palo, ¿Cómo llegó aquí? ¿No estaba molesta? ¿Vino corriendo? ¿Por qué necesitaba llegar? ¿Necesitaba verme? Me quede pensando unos segundos en la última pregunta antes de que ella me interrumpiera.

–Cállate – me dijo justo antes de lanzarse hacia mí, rodeó mi torso con sus brazos, tardé unos segundos en captar lo que pasa, así que solo comencé a sonreír mientras le devolvía el abrazo, quería que todo se detuviera ahí, que nada hiciera que se separara de mí – ¿No pudiste dejar la cafeína por hoy? – preguntó, sólo sonreí y negué con la cabeza mientras ella me miraba, divertida, ni si quiera tuve oportunidad de contestar cuando volvió a abrazarme – Ve por ellos, Henman.

Me separé de ella, fue como cortar una conexión que nadie más podía ver o sentir, tal vez ni si quiera ella la sentía; fue la primera vez que esa idea llegó a mi cabeza ¿Sentía algo por ella? ¿Era ella importante para mí? ¿...Esencial? Mirarla ahí, sonriendo y con la respiración aún agitada me conmovió, ella era todo para mí, y en ese instante todo cobró forma: Las noches de insomnio tomaron sentido, las miradas furtivas y hasta la falta de atención a clases y entrenamientos. Ella no me necesitaba:

Yo la necesitaba a ella. Yo la quería a ella.

–Siempre lo hago, preciosa – contesté comenzando a ordenar mis ideas e intentando aparentar normalidad. Me metí en el caso y comencé a caminar lejos de ella.

–Espera – escucho, me detengo y vuelvo a mirarla, sonriente, se acerca a mí primero un poco insegura, pero cando toma mi mano entre la suya no puedo creer en nada más, entrelaza nuestros dedos lentamente y me mira – James – su voz se torna aguda, lo  cual me confunde – James, vamos.

–¿Qué? – pregunto, intentando entender que pasa.

Vamos, llegamos.

Despierto de golpe, intento recobrar la conciencia, pero es algo difícil después de un sueño tan vívido, juraría que era real. Froto mis ojos con fuerza intentando volver a la realidad, blanco, personas y seguimos en el avión; miro al lado y encuentro a una Abby bastante emocionada.

–Todos los pasajeros – se escucha la voz de una azafata – Abrochen sus cinturones y prepárense para el descenso.

Intento incorporarme apoyándome sobre mis brazos, los miro un par de segundos: la tela del asiento ha dejado marcas en mis brazos, las cuales comienzan a darme comezón. Hago una mueca al sobrecargar mi tobillo izquierdo con mi peso.

Con todo y tu orgullo®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora