VI

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- Qué bien, ¿no? – comentó Hugo.

Con una sonrisa, Lázaro asintió.

- La verdad es que sí – añadió -. Es una chica increíble.

- ¿Y la quieres de verdad?

- Esa pregunta...

Lázaro tomó un sorbo de la bebida. Miró el fondo del vaso una vez lo apuró. Quedaba un pequeño poso, que bebió también.

-Claro que sí. ¿Por qué preguntas eso?

- No, por nada – dijo Hugo, encogiéndose de hombros -. Bueno... –añadió, mirando al cielo -. Pues yo creo que me voy a ir ya. ¿Te vas a quedar mucho más?

- No. Sólo un rato más.

- Nos vemos esta noche, ¿no?

- Sí,claro.

-Pues hasta esta noche.

Hugo se levantó y se despidió de su amigo con un gesto de la mano. Por su parte, Lázaro cogió su herramienta. Pronto empezaría a oscurecer, y todavía tenía que talar un poco más. Levantó su hacha y golpeó la madera.


¿Qué había sido eso?

Ese era Hugo, de eso no cabía duda. Pero, ¿qué pintaba él ahí?

Bueno, era el sueño aquel que se repetía como una comida pesada. Cierto que hacía tiempo que ni pensaba en ello, pero, ¿por qué mierda venía ahora?

La verdad, es que, para meterse en un sueño, aquel en el que estaba: en la playa, tirado sobre la arena, bajo la sombrilla, y con Isabel tumbada a su lado.

Estaba despierta. Su frente se apoyaba sobre el hombro de Lázaro, mientras le miraba directamente a los ojos.

-Hola... – susurró ella.

Lázaro la tomó de la cintura, arrastrándola hacia él.

-Hola – respondió Lázaro al tiempo que la besaba.

Hacía casi una semana que Lázaro e Isabel empezaron a salir. Esa noche, en el "Aventino"... Lázaro no la podría olvidar. ¿Y cómo iba a quererlo?

Aquel día quedaron para ir a la playa con todos sus amigos, pero, en ese momento, no parecía haber nadie más por ahí. Mejor así. Necesitaban algo de intimidad.

-¿Nos pegamos un baño? – propuso Isabel, mientras se levantaba.

-Venga.

Allí en el agua, algunos de los amigos de Lázaro se dedicaban a toda clase de juegos, a los que la nueva pareja se unió.

Aquello era increíble para él. Hace sólo un mes (o seis años), estaba destrozado. De tal manera, que casi le lleva a la muerte. Por una tontería.

¡Y de qué forma había cambiado todo!

Ahora tenía una novia fantástica: guapa, muy agradable, lista, noble, sincera, trabajadora... a Lázaro se le desbordaba el mar por la baba que se le caía.

Aquello era algo fuera de lo común.

Su piel caliente al sol y fresca en el agua... sus salados labios de mar... sus suaves pero firmes abrazos... sus ojos celestes, que reflejaban el cielo y el mar...

¿Era aquello de lo que hablaban los poetas?

Laza sólo sabía que, cada vez que inspiraba hondo, podía sentir como la felicidad se le colaba por dentro.

Senda de perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora