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La luz le cubría por completo. Le cegaba e incluso parecía golpearle. Le atrapaba. Algo le aprisionaba los miembros y le asfixiaba. Hasta que pudo explotar en un gran dolor, el aire le llenó el pecho, y un sordo quejido sonó del interior de su cuerpo.

-¡Lázaro! – escuchó una voz. Era David.

-¡Laza, amor! – esa era Isabel. Pero no la veía.

No hasta que se puso junto a él.

-Gracias a Dios por su misericordia – rezaba David -, gracias por mantener a nuestro hermano a nuestro lado...

-¡Calla, padre! – ordenó Lázaro con un hilillo de tenue voz.

Miró entonces a Isabel.

Sus cabellos habían sido cortados, como si estuviera de luto. ¿Acaso pensaba que nunca volverían a verse?

- Qué bella estás -. Fue todo cuanto pudo decir.

Isabel sonrió con lágrimas cayéndole por las mejillas.

-Lázaro... estúpido loco...

Y besó sus labios como si hubiese pensado que nunca más volvería a hacerlo...

Tras separarse en el beso, la sonrisa de Lázaro se transformó en una aterrada máscara.

-¡Pablo!

- Note preocupes por Pablo – dijo una voz que reconocía, aunque no identificaba.

Lázaro se incorporó para ver al que hablaba. Era un hombre no mucho mayor que él, de largo pelo negro y una barba no demasiado espesa, aunque sí lo suficiente como para despistarle.

-¿Josan?

El resto de los que estaban en la habitación se mostraron sorprendidos.No así Josan.

- Me alegra ver que me reconoces.

-¿Qué haces tú aquí?

-Bueno... alguien tenía que ponerte las marcas del sueño –respondió guiñando un ojo.

Lázaro se miró los brazos: cubiertos de tatuajes aún sangrantes.

- ¿Y qué pasa con Pablo?

Josan se limitó a señalar un bulto bajo una sábana. La sábana estaba llena de sangre.

- Un hachazo en el cuello – respondió Josan -. ¿No lo recuerdas?

-Pues... no.

-Pues puedes no preocuparte más por él. Por cierto, tenías razón en tus sospechas.

- ¿A qué te refieres?

Josan señaló al cura.

- Lo siento – respondió David -. Secreto de confesión.

-Pero yo también lo oí, y yo no soy cura. Confesó sus intenciones antes de morir. Quería quemar a Isabel en la hoguera, si era eso lo que te preocupaba. Pero puedes estar tranquilo, porque eso ya no pasará.

Lázaro miró a Isabel, quien le sonrió mientras le tomaba la mano.

-Entonces – dijo Lázaro dirigiéndose a Josan -, ¿ya ha acabado todo?

Josan sonrió.

-Nunca acaba nada.


Isabel besó el cuello de Lázaro mientras ambos contemplaban al sol sumergiéndose en el océano.

-Creo que es la primera vez que oigo a los pájaros cantar a estas horas de la tarde – dijo Lázaro.

- Tal vez antes no supieses apreciar su canto.

El joven acarició los ahora cortos cabellos de Isabel.

- ¿No te gustan? – preguntó la chica.

-Sí... me gustan... bueno... tendré que acostumbrarme... y seguro que entonces no querré que te los dejes largos – añadió con una sonrisa.

- Te quiero mucho – dijo Isabel hundiéndose entre los brazos aún vendados y sangrantes, a causa de los tatuajes, de Lázaro.

- Yo a ti también.

- Losé, y recuerdo la primera vez que me lo dijiste, y, si nunca me lo hubieras dicho, probablemente – añadió con una sonrisa -, yo nunca habría sido capaz de hacerlo.

Lázaro se quedó mirando sonriente a su amada.

Luego,miró al horizonte.

- ¿En qué piensas? – preguntó ella.

- En lo que dijo Josan.

Isabel se estremeció al recordar cómo Lázaro reconoció a aquel desconocido recién llegado, que afirmaba tener la cura para el veneno del médico.

-¿Eso de que nunca acaba nada?

Lázaro asintió.

-¿Que querría decir con eso? – preguntó Isabel.

- Tal vez, que nada ha acabado nunca...



¡Y aquí termina esto! ¿O no...?

Senda de perdiciónWhere stories live. Discover now