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La luz le cubría por completo. Le cegaba e incluso parecía golpearle.Le atrapaba. Algo le aprisionaba los miembros y le asfixiaba. Hasta que pudo explotar en un gran dolor, el aire le llenó el pecho, y un sordo quejido sonó del interior de su cuerpo.

Y, de repente, silencio.

Hasta que escuchó pájaros cantando.

Qué paz sentía...

Sólo él y el canto de los pájaros, hasta que una guitarra comenzaba asonar.

Reconoció la música. Era una de las que tenían la capacidad de embargar su corazón.

Oía los instrumentos de viento mientras recordaba su infancia, y la letra de esa bella canción.

Nada le inquietaba mientras los instrumentos se sumaban a la belleza de la música.

Qué paz mientras la voz le acompañaba a dúo...

-"Even in the quietest moments..."-. Tampoco sabía más que el título de la canción de Supertramp.

¿Eran unos auriculares eso que sentía en sus oídos?

Abrió los ojos.

El techo laminado blanco con la deprimente luz de neón era todo lo que vio hasta que el rostro lloroso de una chica se puso delante.

-¿Isabel? – intentó decir Lázaro

-Lázaro...

"Joder,que dolor", pensó mientras ponía los ojos en blanco.

-¿Qué has hecho, loco insensato?

Por alguna razón, Lázaro intuyó que ese tubo que le recorría la garganta era lo que no le dejaba hablar correctamente.


-¿Por qué me pusiste a Supertramp? – preguntó Lázaro cuando todo pareció volver a la normalidad.

-Hugo me dijo que te encantaba esa canción – respondió Isabel –.Pensé que, tal vez, si la escuchabas, te animarías, y tal vez,despertases. Además, es mi canción favorita, ¿sabes?

La chica sonrió.

- Veo que acerté.

-Creía que tu favorita era... -. Lázaro no supo seguir -. No sé,otra... no lo imaginaba...

-¿Cómo ibas a saberlo? – preguntó Isabel con una sonrisa.

El sol de la tarde se ponía tras el horizonte. Lázaro e Isabel compartían ese momento de paz tras todo el ajetreo inicial. Habían pasado tres días tras su alocada aventura en moto, y esa larga noche de angustias en la que Isabel no hizo más que llorar y velar a su amigo. Ahora estaban solos, juntos, mirando el ocaso a través de la estéril ventana de la habitación del hospital.

-¿Por qué has hecho eso por mí?

Isabel bajó la mirada.

-Supongo que tú habrías hecho lo mismo por mí.

- Es posible – rió Lázaro.

Lázaro se rascó sus pálidos brazos. El vello sobre ellos comenzaba a hacerse más denso con cada mes que pasaba.

Pero se sentía como falto de algo. De algo que no podía saber qué era...

Se giró y miró a Isabel a los ojos.

- Te quiero – dijo.

Isabel se puso colorada y miró al suelo.

- Lo sé. Y yo a ti también.

- Sí,ya, pero es que... te quiero... de verdad.

Isabel levantó la mirada. Las lágrimas dudaban si salir o no.

-¿Qué estás diciendo, tonto?

- Lo sé desde... no podría explicártelo. Pero siento que he vivido más de una vida queriéndote.

- ¿Y qué pasa con Nuria?

- No lo sé. ¿Pasa algo?

Isabel no supo que responder.

- En principio... no.

-¿Por qué todo tiene que girar en torno a nadie?

-¿Qué?

-Niña, te quiero, sé que sólo tengo diecisiete años, y que decir que esto no lo he sentido nunca sería una gilipollez, pero, tú hazme caso. Lo único que quiero es un poco de felicidad, sin complicaciones. Si tú me ayudas, mejor, oye, pero, que vamos, que no quiero que...

Isabel tuvo que callar a Lázaro poniendo su dedo en los labios de él.

-¿Qué puñetas estás diciendo? – preguntó Isabel sonriente.

- Que te quiero.

Isabel sonrió.

Meneó la cabeza.

-Eres un idiota – rió.

- Sí, pero te quiero igual.

Isabel miró a Lázaro de reojo, con la cabeza gacha, los ojos tímidos y el rubor naciendo en sus mejillas.

- Lo sé. Yo a ti también.



FIN


  San Fernando (Cádiz), 30 – VII – 2003


Ahora sí. Gracias por leer. Espero que os haya gustado...

Senda de perdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora