Capítulo 11: Lejos de casa

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Coloqué el libro en el suelo y me puse de pie. Me recargué sobre el cerco y giré la cabeza hacia el lago. Me esforzaba demasiado en mantenerme de pie, las rodillas y los tobillos me mataban en cada segundo. Me acerqué a la orilla y traté de encontrar mi reflejo en el lago, pero sabía que td aventurarme a acercarme más, caería en él.

—Señor, ¿saben que está aquí? —una voz joven me hizo voltear.

Un chico de unos quince años estaba al inicio del muelle, sostenía un balón en las manos y me veía con preocupación. No lo reconocí, así que ignoré sus palabras y giré de nuevo hacia el lago, tratando de encontrarme en sus aguas.

—Llamaré a la señora Amanda, no luce muy bien el día de hoy.

—No se te ocurra —respondí sin siquiera mirarlo.

Seguí tratando de encontrarme en el lago, pero no podía llegar a ese punto que me permitiera verme. Tuve la sensación de que si lograba mirar mi reflejo, vería a ese mentiroso jovencito en él y todos los recuerdos regresarían a mí. Puse un pie más cerca de la orilla y me agarré con fuerza del cerco para poder abalanzarme hacia el frente.

Escuché los pasos del chico correr lejos de mí y luego un grito agudo que mencionaba el nombre de Amanda. Di un paso hacia atrás y me llevé las manos al rostro. Me sentí lejos de aquel lugar, de ese momento. Estaba tan lejos de mí que consideré no ser yo.

Después de aquel encuentro en la cafetería, Andrea no me soltó en ningún momento, quería tenerme cerca incluso cuando iba al baño y trataba de ponerme al corriente de los últimos dos meses, que sinceramente no me importaban, pero la escuchaba sin ...

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Después de aquel encuentro en la cafetería, Andrea no me soltó en ningún momento, quería tenerme cerca incluso cuando iba al baño y trataba de ponerme al corriente de los últimos dos meses, que sinceramente no me importaban, pero la escuchaba sin cuestionarle nada. Hermes continuaba manteniéndose al margen y Miranda me hablaba con monosílabos, pero el resto de los chicos parecía no tener problemas con mi presencia, mucho menos Jake, que buscaba cualquier excusa para hablarme.

El miércoles, 3 de noviembre, estábamos en la cafetería y nuestra mesa estaba tan llena que empezaba a extrañar mi soledad. Miranda y Andrea compartían contactos en sus nuevos celulares, Joshua hablaba con Hermes sobre el equipo de ajedrez y un futuro campeonato; Chris y Phillip, los cómicos prospectos de Andrea, se lanzaban comida para llamar su atención, pero ella estaba más ocupada mirando lo que Miranda tecleaba. Y Jake buscaba cualquier tema, en especial sobre libros o música, para que hablara con él.

—¿Irán a la fiesta de Adam? —preguntó Phillip después de darse por vencido con Andrea.

—Dos preguntas: ¿habrá una fiesta? y ¿quién es Adam? —mencioné mostrando falso interés.

—Dos respuestas: sí, el viernes en la noche, y...

—A nadie le importa quién es Adam, solo importa la fiesta —lo interrumpió Chris—. Adam es un perdedor, pero sus padres se van este fin de semana y su casa es enorme.

Jake me guiñó un ojo y extendió un papel con la dirección, pero Phillip se lo arrebató antes de que pudiera tomarlo.

—No seas cobarde, Jacob. Ve por ella y déjate de rodeos —mencionó el chico de enormes músculos.

Las reglas del destino (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora