Pesadillas.

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Capítulo 12

Pesadillas

Sentado en el borde de su cama, aún no podía creer lo que había hecho.

Era la segunda vez que sus labios eran besados, porque sí, Cristian le había correspondido.

Los rozó con los dedos por enésima vez y cerró los ojos recordando lo que sucedió.

Al principio, Cristian se había sorprendido, lo pudo notar por el respingo que dio; pero luego el alto se aferró a su cuerpo acercándolo más a él.

Tras separase, se miraron a los ojos a unos escasos centímetros de distancia, su sonrisa delataba su estado de ánimo.

—Así es, Abel— susurró, —justo como lo oyes, a mí me gustas.

El pelirrojo dejó escapar una risita nerviosa al mismo tiempo que se sonrojaba y desviaba la vista, ¿desde cuándo el chico rebelde rehuía de una mirada y parecía querer esconderse?

Sintió que uno de los mechones de su cabello era colocado detrás de su oreja, luego las lágrimas de su mejilla eran removidas por unos suaves y esponjosos labios.

—No vuelvas a decir eso; por favor confía en mí— musitó Cristian cerca de su oído y segundos después lo estrechó entre sus brazos.

Fue lo más cálido y reconfortante que había sentido; se refugió en su pecho y con timidez se acomodó para rodear la cintura del moreno.

—Déjame acercarme a ti, permíteme estar a tu lado— pidió, entonces Abel asintió frenéticamente con la cabeza.

**

Corría a través de un oscuro y frío bosque donde la nieve envolvía las ramas secas y quebradizas.

—Vamos, no te detengas— jalaba a Abel de la mano para que apresurara el paso.

—No puedo, estoy cansado— exclamó entre jadeos el pelirrojo, pero justo delante de ellos una feroz bestia apareció; era un cuadrúpedo, su pelaje se veía grueso, tanto que podía jurar que en vez de hebras eran espinas.

Tragó saliva, no estaba nervioso, tenía miedo; parecía que los ojos rojos de esa criatura veían a través de ellos; instintivamente colocó a su acompañante a sus espaldas para protegerlo, no dejaría que algo le ocurriera.

El animal intentó acercarse, pero el moreno retrocedió, miró hacia su derecha y notó un sendero; —Ven, por acá—, tiró nuevamente de la mano del pelirrojo para guiarlo y así ponerse a salvo.

Tras varios metros de recorrer ese camino que parecía no tener fin llegaron a un área despejada, eso no estaba bien, si se quedaban en ese lugar serían presa fácil, pero para ese entonces era más que obvio que Abel no resistiría.

—Lo siento, Cristian— cayó de rodillas, —no puedo dar un paso más.

—No, no— lo imitó y se colocó frente a él; —debemos salir de aquí— tomó el bonito rostro entre sus manos.

—Pero yo no puedo seg... — no escuchó lo demás, ya que miró con horror como la criatura se hacía presente y abriendo las enormes fauces se abalanzaba sobre Abel.

Se sentó de golpe y abrió los ojos; se llevó ambas manos al rostro y lo frotó, estaba sudando frío. Una pesadilla, había sido una maldita pesadilla.

Salió de entre las sábanas y, sin siquiera ponerse los zapatos, fue al baño para echarse agua en la cara.

Cada vez odiaba más esto, sus malos sueños se estaban volviendo constantes y más reales; así como el de aquél duende rojo que se apareció en su habitación, porque de una cosa sí estaba seguro, eso había sido producto de su imaginación mientras dormía.

Medianoche. (GDV 01)Where stories live. Discover now