Liberada.

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Capítulo 26

Liberada

Ricardo quería que la tierra lo tragara; sentía sus piernas flaquear, pero luchó por guardar la compostura.

—Él es el mejor en todo lo que tenga que ver con números—, Uriel se refirió a su amigo; —cómo los exámenes están próximos hemos estado considerando la posibilidad de estudiar juntos; si deseas puedes unirte a nosotros.

Lo último era mentira; pero no todos sabían que tras su apariencia seria, Uriel era bastante ocurrente y algo infantil.

—Claro, eso si no les molesta— Jaime secó su rostro con la toalla que colgaba de sus hombros y miró a Ricardo.

—Nn-no, por supuesto que no.

—Bien, entonces te llamaremos cuando concretemos la fecha, hora y lugar— intervino el chico de cabellera bicolor.

El futbolista se retiró a los vestidores y entró a ellos seguido de Cristian.

—¿Irás a casa de ése?

Abel hizo un mohín con los labios ante la expresión de Uriel; —sí— contestó.

—Está grandecito para cuidarse sólo. ¿No crees? Me parece innecesario que todos los días lo acompañes; sé que es un mortal pero tampoco es tan débil.

—Uriel— intervino Ricardo, —fue suficiente; deja a Abel— pidió.

El nombrado resopló, y justo cuando iba a refutar su móvil vibró.

—Es necesario que vengas ahora—, era Ximena al otro lado de la línea, sonaba bastante seria y apurada.

—¿Qué?, ¿por qué?

—Es Ariel, está muy mal; no... ella no despierta.

En segundos quedo blanco como una hoja de papel y su gesto se endureció, luego colgó.

—¿Está todo bien?— Abel posó una mano en su hombro.

—No; debo irme— sus manos comenzaron a temblar y eso no pasó desapercibido para los hermanos.

—Voy contigo— dijo Ricardo.

—Iré sólo— y comenzó a caminar hacia el estacionamiento.

—Por supuesto que no— lo siguió, no sin antes dedicarle una mirada a su hermano menor, este sólo asintió.

Estrujó el volante y no piso el freno hasta que llegó a la su casa; Ricardo era su copiloto pero no dijo nada ni le pidió que desacelerara, ya que sabía que sería inútil.

—¿Qué tiene?— preguntó apenas se encontró con Ximena.

Pero sin dar tiempo a que contestara, abrió las puertas de la habitación de par en par y notó el ambiente cálido, tanto que casi inmediatamente comenzó a sudar. La chimenea estaba encendida y Ariel yacía debajo de gruesos edredones, mientras André parecía buscar algo en un libro viejo.

Caminó rápidamente y acunó el rostro de Ariel entre sus manos, estaba fría; sólo por su respiración suave supo que aún estaba con vida.

—Ari, nena; bonita, despierta— susurró; los presentes, incluso Ricardo que llegaba tras de él, se quedaron callados, sabían del cariño que se tenían esos dos pero esas palabras nunca las habían escuchado.

Luego de intentar reanimarla, Uriel se dirigió a André, —¿qué sucedió?

—No lo sabemos— se apresuró a contestar; —sus signos vitales parecen normales, pero no he podido despertarla, su temperatura sigue disminuyendo... y temo lo peor.

Medianoche. (GDV 01)Where stories live. Discover now