12 - "Fantasía"

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Los minutos que nos separaban de Chez Laveque resultarían eternos. Kenny habría escogido, ¡cuándo no!, ubicarse en el asiento trasero junto a Lucero. Escuchando sus susurros tímidos al fondo me enloquecía pensar en Kenneth haciéndola partícipe de sus relatos sobre sus proezas sexuales; él adoraba verme incómodo cuando estábamos en público.

Pero eso no era lo peor: contra mi voluntad debí ubicarme al lado del chofer. Tragué con fuerza por mi malestar. ¿Con qué excusa me negaba a subir? Tomarme otro carro simplemente por mi reticencia a ocupar ese sitio, era de niño. Además, ¿cómo explicar los motivos de mi desagrado?

Tomando un pañuelo, sequé modestamente la transpiración agolpada en mi frente. Mis compañeros estaban tan entretenidos en su cotilleo que ni se inmutaban por mis ganas de vomitar y la punzada latente en mi estómago.

Decidí entonces divagar mis ojos en el el exterior; de seguro en horas más, nevaría. La gente caminaba muy abrigada, mientras que yo simplemente lucía una camisa desabrochada y una chaqueta de sastre. Mi sangre hervía.

Sin importar morir de pulmonía, por un instante deseé que ese fuese mi fin. Desaparecer y transportarme hacia el mes de abril sin más. Para ese entonces mi hada ya no viviría en Paris, ni cerca de mí. Yo regresaría a mi vida y fin de la cuestión.

¿O el problema sería precisamente ese, el de regresar a mi vida sin haberme aventurado a cruzar el límite?

Como fuese, la oportunidad de caer al vacío se habría mantenido latente. Y hablar en pasado era lo mejor ya que Lucero no me concedería una segunda chance. Ni me la habría ganado ni había luchado por ella.

Chez Leveque era un sitio de aspecto sencillo y divertido, sin el lujo al que estábamos acostumbrados pero con la ventaja de saber que esta era una reunión más informal. Bajamos los tres del coche, Kenny se apresuró a pasar por delante del automóvil ayudando a nuestra compañera a descender y allí permanecimos de pie, como los Tres Mosqueteros listos para ingresar con soltura al ecléctico sitio de comidas.

Sin mucha gente, sentí una calidez similar a la de estar en casa. No la de París, sino la de Barcelona, donde vivían mis padres, donde cada domingo se juntaban mis hermanos y sus familias a almorzar. 

Echaba de menos ese ámbito, pocas veces habría podido disfrutarlo. Porque en lugar de aprovechar mi tiempo con ellos, solo refunfuñaba por lo mucho que hablaba Elizabeth o la capacidad reproductiva de mi hermana Carolina, que tenía 8 años más que yo y cinco niños por cuidar. Protestaba por Victoria y su afán de contarnos sobre la farándula, cosa que no me interesaba en absoluto; en tanto que Sofía era la más reservada, recién casada. Por último, Magdalena, no dejaba de darnos su consejos de yoga y vida sana.

Capítulo aparte merecían las aventuras amorosas de Enrique, que tal como su amigo Kenneth no dejaba nada librado a la imaginación. Nunca faltaba una anédocta fuera de lugar durante la hora del almuerzo; mamá solía gritarle escandalizada mientras que Carolina, Victoria, Elizabeth y Magdalena se repartían en cuerpo y manos para tapar los pares de pequeños oídos que se sentaban junto a nosotros.

Jules, su hijo y su socio nos esperaban, los tres con similar vestimenta que la mía, informales pero no menos elegantes.

Estrechamos nuestras manos al ubicarnos en su mesa; tanto Kenny como yo habríamos establecido previamente contacto con ellos. Sin embargo, el centro de atención no sería nuestro convenio comercial ni los diseños que se expondrían en la tienda nueva, tema a desarrollar el día de mañana en la sala de reuniones que reservamos en el Hotel. Hoy, las miradas no dejaban de recorrer la figura femenina que nos acompañaba.

El hijo de Jules la perseguía con descaro, ayudándola a quitarse el abrigo para dejarlo al cuidado del sector de guardarropas. Lucero parecía incómoda, esas actitudes le molestaban y leer su cuerpo a la perfección, me reconfortaba.

"La elección de una valkiria" - (Completa)Where stories live. Discover now