Juan Manuel

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La excentricidad de un pelilargo

Juan Manuel recién había cumplido veintisiete años, pero parecía más adulto al trabar conversación con él

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Juan Manuel recién había cumplido veintisiete años, pero parecía más adulto al trabar conversación con él. Vaya muchachito encantador resultó ocultarse tras esos lentes de descanso visual que usaba durante el día para ganarse la vida del otro lado del monitor de una computadora, porque estaba estudiando eso al menos decía él— Licenciatura en Sistemas.

De entrada, al conocerlo, Igal quedó sorprendido. Aunque sorprendido no es la palabra ajustada, correcta, sino estupefacto, que es la que mejor describe la situación. Es que Juanma tenía un pasado triste que se le escapaba de a ratos por las mejillas, por la herida abierta en cada poro y por los agujeritos de la nariz. Hijo de madre soltera, a poco más de un año se había enterado de quién era su padre biológico, y la verdad es que no le gustaba nada el descubrimiento porque muy poco tenían en común, excepto la cuestión genética, que era innegable.

Por esos días el joven andaba cargando a cuestas el dolor de haber perdido a su abuela, la mujer que lo había criado y enseñado a arreglárselas con poco y nada en la vida. Era un dolor agudo que apenas se había animado a dividir con los más íntimos, razón por la que Rafael decidió presentárselo a Igal esa noche en la discoteca.

Juan Manuel quería encontrar su lugar en el mundo. Poseedor de un cuantioso bagaje de proyectos, tenía ideas claras sobre política y aseguraba en cuanta ocasión podía que Néstor Kirchner era lo mejor que podía pasarle a la Argentina. Reconocía con dolor no haber votado por él, y aseguraba que no era peronista, ni pensaba afiliarse al partido; de hecho, para no volverse demasiado fanático del presidente, leía todos los días el diario La Nación, aunque terminara discutiendo a viva voz con la opinión de sus periodistas.

Esa postura firme ante la vida, su modo de vestir exótico y algo desaliñado —quizá producto de los magros recursos que lo obligaban a usar la ropa que había dejado un tío antes de ir a probar suerte al sur del país— y una increíble visión sobre el turismo, la ecología, la defensa del yaguareté, o el interés por catar vinos de calidad, sin transformarse en un sumiller, encantaban al terapeuta.

Esa postura firme ante la vida, su modo de vestir exótico y algo desaliñado —quizá producto de los magros recursos que lo obligaban a usar la ropa que había dejado un tío antes de ir a probar suerte al sur del país— y una increíble visión sobre el...

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(Juanma)

—¡Pero yo no quiero que me psicoanalices! —Fue lo primero que dijo, decidido, esa madrugada de noviembre cuando, luego de pasar dos horas brindando y bailando en el boliche, habían recalado los tres en la cantina del club Sarmiento para hacer un improvisado after hour con una jarra de vino tinto y media docena de empanadas.

No esperaba quererte de esta forma #HomoAmantes 2Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum