Capítulo 5: Sherlock Holmes

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¿Nunca os ha pasado que al entrar en un lugar dos veces consecutivas o más veces de lo que puedes contar, todas las cosas están en su lugar? Seguramente les ocurre siempre. Bueno, bien por ustedes.

A mí no.

Siempre que salgo de un lugar y vuelvo a ingresar, después de solo haber pasado unos segundos, mis cosas nunca están en el lugar que las dejé. Por ejemplo de mi cuarto al baño, no puedo contar las veces que no encontré cosas que había estado usando, una prueba es el espejo móvil que usaba siempre para peinarme, o la rasuradora que guardaba en el baño. Son cosas que periódicamente las utilizo y de un momento para el otro desaparecen. Es por eso que ya no me rasuro las piernas o me peino frente a un espejo. Bueno, no exactamente. Quizá lo primero es mentira.

Es por ello que al entrar de nuevo al cobertizo donde un ser misterioso se encuentra no es la excepción.

Sí, las cosas alineadas en la pared están en su lugar, pero el misterioso muchacho ya no.

No me mal interpreten, el chico se ha movido, y en este momento se encuentra en una esquina. Al parecer se ha despertado mientras yo no estaba, está sentado y al mismo tiempo recostado por la pared en completo silencio, su espalda está encorvada hacia adelante y sus manos yacen frágiles entre sus piernas, piernas extendidas como un recluso en su celda. Sus alas están doblegadas detrás de él en una forma que a la vista parece incómoda.

Bajo la espada en una esquina sin despegar la vista de él. Al tocar la espada el suelo él levanta la cabeza e inclina para poder escuchar lo que ocurre. Me pongo el retazo de camisa.

Tomo mi arma, preparada ante cualquier falso movimiento.

-¿Planeas asesinarme de nuevo? - Habla el chico por primera vez.

Jadeo. Su voz parecía cansada, aun así era profunda y masculina.

Mis labios se encuentran secos de repente y no puedo hablar.

–Yo no te asesiné. – Mi voz se escapó en un susurro ahogado.

–La última vez que comprobé tenía un agujero en el pecho. –lo dice como si fuera un hecho.

– Ahora no lo tienes. – indico con la voz temblorosa.

–Cierto, aunque aún puedo sentir la pólvora en mi sistema. –Tose dramáticamente

Ruedo los ojos.

–No hagas eso con tus ojos, puede quedar de esa manera.

Traté en vano de mantener controladas mis emociones.

Tartamudeé.

– ¿Co-co- mo lo sabes?

Se encoge de hombros.

–Solo lo sé, así como sé que estas con un agarre de muerte sobre ese arma.

Di un paso atrás, la tela estaba en sus ojos impidiéndolo ver, pero aun así sabía todo lo que estaba haciendo. Intimidada sería la palabra correcta.

Me pongo firme, quizás sepa que estoy temblando.

Suelta un suspiro audible.

–No lo hagas. –su agotada y abatida voz es cada vez más notoria.

–¿Hacer qué? –mi voz casi en un murmuro.

–No me tengas miedo.

Solo así mi cuerpo se relajó una fracción. Lo suficiente como para dejar salir un suspiro.

Algunos segundos pasaron hasta que volvió a hablar.

–Podrías quitar la tela de mis ojos. –sugirió.

Estreché mis ojos.

–¿Eso es un truco para atacarme mientras lo hago?

–De hecho no lo era, pero ahora me has dado una idea–. Ante su respuesta me pongo en alerta. –Tranquila, es broma, si quisiera hacerte daño ya lo hubiera hecho hace tiempo.

Esa declaración fue lo peor que pudo decir, pero funcionó para estar más tranquila. ¿Cómo es que puede hacer una broma en momentos como este?

–Quítalo tú. –intenté sonar firme.

–Si pudiera levantar las manos lo haría, y si pudiera hacerlo no creo que el nudo que me aprieta se aflojaría fácil.

La compasión se hace presente.

–¿Está muy apretado?

Frunce los labios.

–Sí.

En estos momentos donde lo único que quiero es sacar la venda de sus ojos, es cuando me detesto a mí misma.

–Pues me alegro. –Es lo que reúno decir a pesar de sonar como una engreída

–Annabelle podrías hacerme el honor de desatar la tela que sospecho es de tu camisa.

Me sobresalto y mi boca cae al suelo.

–¿Cómo sabes mi nombre?

–Solo lo sé. –se encoje de hombros un poco tenso.

–Oh Dios mío, has estado acosándome–.Me llevo una mano al pecho. –Debería llamar a la policía.

–Podrías hacerlo, aunque creo que tú eres aquí la sospechosa.

–Tú eres sospechoso también, ese par de cosas que tienes en la espalda no demuestra lo contrario. –argumento orgullosa de mi misma.

Ladea la cabeza del otro lado. –¿Qué cosas?

En un parpadeo las alas desaparecen y me vuelvo a desesperar. La manera en que lo dijo, como si no supiera de lo que estoy hablando, me inquieta y hace que parpadee varias veces para poder creer lo que mis ojos están viendo.

–Oh, mierda.

–¿Dónde estoy? –me pregunta, ahora más serio.

–No te lo diré. Soy yo la que hará las preguntas. –A este paso merezco un óscar por sonar autoritaria.

–¿Se supone que eres detective? –una sonrisa de lado se hace presente y... Oh, es aún más bello.

–¿Qué haz hecho con ese par de cosas que brotaban de tu espalda?

–Los he guardado, Anna.

Ya no me sorprende que sepa mi nombre, la manera con la que lo dice lo hace sonar natural, la suavidad con la que pronuncia hace que mi corazón lata aceleradamente.

–¿Dónde? –insisto.

–En mi cuerpo. –Lo dice como si fuera obvio.

Suspiro.

Llevo dos preguntas como Sherlok Holmes y ya me cansa todo esto. Tal vez no funciono como detective.

Estiro una silla de madera que se encuentra contra la pared. Me aseguro que quede libre de polvo y me siento.

–Está bien, ahora. Comencemos de nuevo.

Hago una pausa para escuchar su asentimiento.

–Necesito ir al baño. –dice en cambio.

Estrecho mis ojos.

Disparar A Un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora