Capítulo 7: Dedos fríos, agarre de muerte.

114 35 8
                                    

–Amor, ve a calentar la ducha, subo en un minuto. –dice mi madre a papá.

Tomo lo primero que veo, un cartón de leche.

Cierro la puerta de la heladera despacio, fingiendo hacerme un tazón de cereal.

La miro de reojo cuando se adentra a la cocina, su mirada va alrededor examinando inconscientemente, no percibo ningún cambio en su expresión y sé que estoy a salvo.

–¿Cómo te ha ido en la escuela, cariño? –la pregunta de mi madre me incomoda, sabe que no me gusta contarle sobre lo que sucede en el instituto, pero insiste en que quiere tener una conversación normal con su hija, o sea conmigo.

–Bien, mamá. –la misma respuesta de siempre.

Busca un vaso y lo rellena de agua en el fregadero.

Tiene el cabello del mismo color castaño que el mío, somos tan parecidas pero hay algo que nos diferencia de madre e hija. Sus ojos son de color miel, mientras que el mío es de un azul apagado, más como el de mi padre.

–Me ha llamado el doctor Smith. –hace una pausa mientras bebe el agua, sé que quiere que pregunte el por qué para así saber que tiene una conversación conmigo.

–¿ Ah, sí? ¿Qué quería? –Hago las preguntas correctas mientras relleno el cereal en el tazón. Sin sospechas.

–Solo me avisó que tu sesión de mañana se cancela, como es sábado ha decidido irse de vacaciones con su familia, dijo que se irá por un mes.

Aplaudo mentalmente. Nunca me ha gustado ir a sus sesiones, que consiste en rellenar preguntas y hacer estúpidos dibujos que se me vienen a la mente, mientras él los interpreta.

–Oh, bien.

Fin de la conversación.

–Cierra todo cuando termines. –Lo mismo de siempre, una rutina. Al volver del trabajo van a tomarse una ducha y a dormir y levantarse antes de que el sol muestre sus hermosos rayos. No trabajan los domingos, pero eso no significa que tienen energía para convivir en familia, al contrario, duermen todo el día ya que se quedan de turno algunos sábados por la noche.

Se da la vuelta y se dirige a la puerta.

La observo mientras va hacia el marco.

Suspiro de alivio. Quiero bailar de emoción por estar salvada, pero justo antes de salir se detiene bruscamente. Se dio cuenta de algo ya que frenó en seco y ese algo yo no lo sé.

El pánico se apodera de mí y mis ojos se mueven nerviosamente; buscando un motivo para salir de esta. Ahora solo quiero arrodillarme y suplicar por perdón.

Puede ser la puerta que da al jardín que quedó entreabierta o el jarrón sobre la mesa que está fuera del centro, puede ser cualquier cosa que no pude ver a tiempo y ahora me doy cuenta.

Las lágrimas se hacen presentes y trago el nudo en mi garganta.

–Buenas noches, Annabelle. –Es todo lo que dice sin voltearse, y desaparece por la puerta.

Las lágrimas bañan mi mejilla, lágrimas que hace unos segundos eran de temor ahora son de alivio.

No hay forma de que me haya dado las buenas noches, ya nunca lo hace y algo me dice que ocurrió algo en el hospital que le hizo ser consciente de sus descuidos como madre.

Mi relación con ella es casi nula, pero la amo de igual manera aunque no tenga tiempo para mí.

En cambio papá lo hace cada noche que puede, yendo a mi habitación mientras estoy dormida. Puedo decir que odia tanto los floreros como yo y que él solo se reiría si pasa por mi pasillo y nota que ese florero ya no está. Floreros que son un regalo de su querida e insoportable suegra, mi abuela.

Disparar A Un ÁngelWhere stories live. Discover now