Capítulo 8: Julian.

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No hubo titubeo, me alcanzó de mi antebrazo con las cadenas alrededor de sus manos y me estiró a su regazo.

Su respiración estaba muy cerca de la mía, mientras sus ojos...

¡Oh, esos ojos!

No eran verdes como el tallo de una rosa después de cortar, o azules como el océano bajo la luz del sol (como el mío que son aburridos), tampoco marrones como el café con leche, tampoco negros como algo que no fuera de este planeta; eran grisáceos como las nubes después de una tormenta, como la plata fundida, como la cuchilla de su espada que sigue escondida en la esquina.

Mientras me quedaba embobada, no fui consciente de que tenía que zafarme de su agarre y correr como si mi vida dependiera de ello.

Pero, ¿Quién querría correr de esa hermosa escultura con esos ojos y esa sonrisa que hipnotizan a cualquiera?

La respuesta es nadie, nadie que no estuviera en sus cabales; como yo.

Cualquier persona cuerda saldría lo más rápido que pudiera.

Aunque no sabía si estaba cuerda, no sabía si ya no estaba en mis cabales, lo único que sabía era; que estaba perdida, perdida en esos profundos ojos, en la curva de su sonrisa y en ese enmarañado cabello negro.

Reaccioné.

–Suéltame. –susurré.

–¿Qué me darías a cambio si lo hiciera? –su cálido aliento rozando mis labios.

Piensa, Anna, piensa.

¿Qué podrías darle a este chico para que te suelte?

Dinero, no tenía. Mis ahorros los había gastado todo.

¿Algo de valor? No tenía nada, a no ser que; le guste floreros antiguos.

¿Mi virginidad? Esa si tenía, pero no se la daría ni si me asesina.

Maldita sea. Mi cerebro se estaba desgastando de tanto pensar, definitivamente no estaba bien mentalmente con su cercanía.

Ooooooh, ya sabía lo que quería.

–He traído un tazón de cereal. –dije lo más convincente que pude.

Empezó a vibrar su pecho debajo de mi mano. Miré mis palmas que estaban en su caliente piel desnuda, mientras que una carcajada estalló de sus labios de repente.

Me sonrojé en un nanosegundo al notar que seguía sin camisa.

Prácticamente lo estaba manoseando. Aproveché su distracción para mi beneficio; levantarme y alejarme.

No trató de alcanzarme y eso me dio un respiro. Todo lo que tenía que hacer era darle su cena.

–Aquí tienes tu cena... emm...–tropecé con mis palabras, no sabía si decirle criatura extraña o extraterrestre o lo que fuese.

–Julian, mi nombre es Julian.

Mi boca formó una o. Pronuncié varias veces en mi cabeza, su mundano nombre.

–¿Qué eres, Julian?

–No debo decírtelo, Annabelle.

Empujé el tazón hacia él.

Evité mirarlo a los ojos mientras me di la vuelta y recogí la linterna y la tijera.

–No te vayas. –suplicó, cuando ya estaba en el marco de la puerta.

Miré hacia atrás, a esos ojos atormentados.

–Buenas noches, Julian. –Cerré la puerta detrás de mí.

Disparar A Un ÁngelWhere stories live. Discover now