Yo soy tu ángel y único protector [MikaYuu/ReCus/KimiYoi] |Resubiendo|

→ Once

—¿P-Por qué fue...? —tartamudeó un muy nervioso Yuu.

—Sí, quiero saberlo —afirmó Mika sosteniéndolo firmemente y mirándolo con insistencia.

—E-Es... Y-Yo...

—Mi paciencia se agota... —advirtió.

—B-Bueno... M-Mika...

El aludido suspiró y lo soltó, luego se alejó de él quejándose en un idioma que el moreno no logró descifrar y después lo observó; era como si sus zafiros taladrasen en lo más profundo de su ser, como si buscara hasta el más mínimo pecado que él hubiese cometido.

Ante la mirada tan intensa, el azabache no pudo evitar encogerse en su sitio, además de que se cubrió el rostro con una almohada, totalmente avergonzado.

—¿Yuu-chan? —le llamó el mayor al ver su reacción, mas este no respondió, haciéndole bufar—. No me digas, está bien —renegó—. Ahora quita tu cara de esa almohada y siéntate en esa silla para hacer tu tarea.

—No —dijo con una voz infantil que era acallada por la almohada, y el rubio estaba seguro de que tenía los mofletes inflados—. ¿Qué ganaré a cambio?

—No sé, ¿tal vez aprobar las materias y graduarte? —espetó sarcástico.

—No quiero...

Mika hizo un gesto de reproche a su humano, pero luego lo pensó un poco y una idea surcó su mente.

—Si haces tu tarea, y apruebas, te premiaré —ofreció el querubín poniendo una sonrisa divertida—. Con un beso.

Las mejillas del azabache querían explotar, y su corazón brincaba de emoción dando saltos mortales en su pecho, su panza se sentía rara, como si tuviera vértigo y le costaba respirar; tuvo que alejarse de su almohada, sino, se ahogaría.

—¡¿Q-Quién dice que quiero besos tuyos?! —chilló el más bajo totalmente rojo hasta las orejas.

—Eso me mostraste tú al besarme, ¿no crees? —se mofó.

—S-Solo tenía curiosidad...

—Pues está bien si no quieres —mencionó tranquilamente.

En silencio y casi con demasiada calma —sin mencionar su ruborizada cara—, Yuu se levantó de la cama y se sentó en la silla de su escritorio.

—¿Cómo dices que se resolvía esta ecuación...?

Mika sonrió con suficiencia al tiempo que se acercaba a ayudarle.

[…]

—R-Rene-san... Yo... Y-Yo... —tartamudeaba Lacus con los nervios a flor de piel.