5. El poder del tequila. - Parte 2

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5. El poder del tequila – Parte 2

-Dios mío, esto es hermoso.

Norman sólo sonrió orgulloso ante mis palabras, como si hubiera solucionado mi problema de la mejor manera posible. Me apoyé en la baranda de fierro que rodeaba la azotea y recosté la cabeza sobre mis brazos. El aire que hace unos segundos necesitaba, ahora era el causante del frío que estaba sintiendo, y mi amigo lo notó. Su chaqueta cubrió mi espalda y luego se colocó en la misma posición que yo, a mi lado.

-¿Ves que estas fiestas son divertidas?

Me reí un poco, ya sintiéndome no tan borracha y suspiré, admirando cómo la noche invadía la ciudad. No respondí nada, porque no tenía intenciones de llevarle la contraria.

-El año pasado tampoco viniste...–Continuó, y no me gustó a dónde estaba yendo esta conversación-y el año ante pasado estuviste menos de treinta minutos, ¿por qué te fuiste?

Probablemente, el tequila habló por mí en ese momento y no sentía vergüenza de confesarle la verdad, así que sólo hablé.

-Siempre eras lindo conmigo y pasábamos mucho tiempo juntos en el trabajo y malinterpreté las señales. Tú me insistías en que viniese... pensé que era una cita y en vez de eso, tú sólo querías que viniera para presentarme a Cecilia–Di un suspiro, sintiéndome libre después de haber confesado ese vergonzoso secreto.

Sus ojos de culpa hablaban por sí solos, pero me causó rareza notar que no lucía sorprendido. Sólo por nerviosismo, comencé a caminar en círculos por el área, cerca de la puerta, sólo por si no decía nada y debía huir.

-Mierda, ________ yo...

-Está bien–Lo interrumpí, antes de que comenzara con ese discurso de "te quiero, como amiga".

-Yo también quería que fuese una cita.

Incliné mi cabeza a un costado, realmente confundida, ¿por qué se supone que él querría una cita si ese mismo día me presentó a su nueva novia? Me quedé quieta, sin saber si quería o no escuchar lo que diría a continuación.

-Estaba confundido, no sabía qué debía hacer. Me gustabas mucho, ________... pero, mierda, no podía arruinarlo, no contigo....

No, no quería saber eso. Comencé a retroceder muy lento, mientras intentaba a analizar la situación. No pude concluir nada, pero estaba molesta, muy molesta.

-Creo que debería irme–Susurré, con la vista fija en mis zapatos y sin ganas alguna de mirarlo a él-Nos vemos el lunes, Norman.

-Espera, ________, por favor no me odies–Cerró los ojos, con la frustración notoria en su actuar. No respondí nada, porque no sabía qué debía decir-Al menos déjame pedirte un taxi.

Asentí despacio, sin oponerme, porque ya no me sentía tan desinhibida como antes y el hecho de pensar que debería caminar a casa, sola, me daba escalofríos. Lo vi cómo escribía un mensaje en su celular y luego me miró, triste.

-Listo, ya lo he pedido, en unos minutos estará acá.

Me tardé unos segundos, bastante incómodos, en pensar de manera coherente.

-Lo esperaré abajo–Respondí y antes de poder despedirme en él comenzó a caminar hacia mí.

-Te acompaño.

No gasté palabras en pedirle que no me siguiera, ya que, por supuesto que no me haría caso, así que sólo me dedique a bajar en silencio la escalera por la cual habíamos subido hace un rato entre risas y jugueteos.

A ratos pensaba que diría algo, pero no lo hizo. Qué más podía decirme, después de todo, si ya no había manera de retroceder el tiempo.

Ya en las afueras del lugar, caminé unos cuantos pasos por la acera con los brazos cruzados, rezando en mis interiores que el maldito taxi llegara lo más rápido posible. Estaba tan pendiente mirando a lo lejos, con la esperanza de ver algún vehículo amarillo acercándose a nosotros, que los brazos de Reedus, sujetando mi cintura, me tomaron por sorpresa. Sentí su aliento en la parte de atrás de mi cuello e, intentando mantenerme enojada con él, me volteé.

No tuve tiempo de razonar antes de que me besara. Sin prestarle importancia a su esencia a alcohol y cigarro, dejé que apegara su cuerpo al mío. Las grandes palmas de sus manos se posaron sobre mis mejillas, para prolongar el beso, y si bien yo mantuve mis brazos quietos a los lados, permití que mi boca siguiera sus movimientos tratando de mantener la compostura.

Nuestros labios debieron separarse cuando las luces del taxi, que acababa de llegar, nos iluminó por completo. Quería despedirme, pero mi boca sólo se movía sin decir ni una sola palabra. Al menos no era tan penoso, porque él hacía lo mismo que yo.

Me miraba, sin decir nada, como si en su interior estuviese debatiendo qué hacer. Farfulló un par de palabras que no logré descifrar y me dejó libre de su abrazo. Caminé hasta el taxi, que estaba tan solo a unos pasos de mí, pero con él siguiéndome.

Se sentó a mí lado, dejándome, una vez más, atónica. No dije nada cuando le dio al taxista su dirección en vez de la mía, pero tampoco tuve tiempo para hacerlo, porque después de eso, se dedicó a besarme durante todo el trayecto.

The Exception - Norman ReedusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora