Capítulo 04

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Siempre me ha parecido que los hospitales son lugares llenos de historias, que en todos los rincones hay secretos, actos de bondad, de tristeza e, incluso, de egoísmo. Me gusta entrar y ver los colores suaves, esos que son capaces de tranquilizar hasta al alma más desesperada, y que son puestos a propósito para consolar a las más desafortunadas; las enfermeras con sus gorritos graciosos arrastrando carritos repletos de instrumentos, haciéndole plática a un paciente para que deje que la jeringa penetre su piel; es fascinante que la mayoría se une en mutuo acuerdo para guardar silencio y no perturbar al resto de los pacientes, los susurros en un hospital son como los gritos en un salón de clases, a veces son agónicos, otros alegres. Es por eso que me quedo quieta mirando el desorden, no.... No es desorden, es felicidad que no puede ser susurrada, por lo que tiene que gritarse. Literalmente.

Suelto una risa entre dientes al presenciar a un niño corriendo alrededor de la enorme sala para que su madre y una enfermera no lo atrapen, a quienes se les empieza a dificultar la persecución debido a las carcajadas que no son capaces de controlar. Se ríen con tanta fuerza que me hacen sonreír.

Cualquiera pensaría que es una escena feliz, pero detrás debe haber una historia, los niños que hay en la habitación son de edades variadas, sin embargo, tienen algo en común: una enfermedad. De lo contrario no estarían en un hospital.

—¿Por qué están aquí? —pregunto al tiempo que trago saliva con nerviosismo. Desde que llegamos a este sitio, Oliver se ha quedado recargado en el marco de la puerta mirando fijamente un punto en la nada, no ha dicho ni una sola palabra y ya van varios minutos, ha dejado que estudie el cuadro sin interrumpir, lo cual es muy sospechoso ya que, por lo regular, no puede mantener su asquerosa boca cerrada.

—Están enfermos —responde. Toma todo mi autocontrol no poner los ojos en blanco, ¿en serio tiene que ser tan cortante cuando estoy actuando como una dama? No le he dicho ni una sola vez lo que pienso de que me haya arrastrado por el pasillo de la escuela, seguramente dislocó mi hombro y aparecerá un gran moretón en mi antebrazo. Es un salvaje. Me trago el cúmulo de maldiciones que me muero por gritarle, si estuviéramos en el exterior le arañaría el rostro.

—No me digas —suelto con sarcasmo. Una de las comisuras de Doms tiembla, el problema con él es que no sé si se ríe conmigo o se está burlando.

—No hiciste la pregunta correcta. —Se encoje de hombros. Maldito cabrón, pero no le voy a dar el gusto.

—¿Qué es lo que tienen?

—Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida

Me quedo en shock tan pronto logro reconocer las palabras que salen de su boca, creí que tenían cualquier cosa, excepto eso. Una vez, en la clase de biología vimos las enfermedades de transmisión sexual, me aprendí de memoria mucha información, todavía recuerdo mi investigación; pero verlo en la realidad es mucho peor, es que son niños tan pequeños, se me enchina la piel. Tomo un respiro profundo y dirijo mi vista al frente de nuevo. SIDA, ¿cómo puede ser posible que esos inocentes lleven en su organismo los errores y accidentes de otras personas?

Química imparable © (AA #2) [EN LIBRERÍAS]Where stories live. Discover now