Capítulo 3

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El primer día de clases Karen y Greg nos llevaron hasta el colegio en auto, donde nos dejaron con sus buenos deseos y el resto de nuestros compañeros, tomándose un poco más de tiempo conmigo cuando me abrazaron, como si con ello me rogaran que no escapase. Me habían dicho que estaría en un salón diferente debido a la diferencia de edad que tenía con Jaime, pero que podría juntarme en los recreos con mi hermano y sus amigos. En otra ocasión habría agradecido tener compañía segura, ya que me costaba hacer amistades, pero en ese momento solo quería despegarme de él, aunque con mi comportamiento sería difícil. Alcancé a notar cómo le pedían que no quitara su ojo de mí, por lo que supuse que sería vigilada constantemente.

Caminé hacia el interior arrastrando los pies con un cansancio que en realidad no tenía. Era más bien mi forma de demostrar la molestia que sentía y Jaime al parecer comenzaba a comprenderlo, pues no dijo nada durante el trayecto a las salas de clases. La verdad era que tanta frustración y planes truncados cansan tu mente y ánimo más que el deporte. Nos separamos en la sala de clases que me correspondía a mí y antes de marcharse me aseguró que vendría al recreo a reunirse conmigo para que no estuviera sola. No respondí nada e ingresé al salón para sentarme en el último banco de la fila que se encontraba al lado de la ventana. Si pertenecía a alguien o no, lo desconocía, pero no me importaba.

Como sucede siempre que hay un alumno nuevo, tuve que presentarme a mi clase, a lo que no percibí ni el menor interés por mí de parte de los estudiantes. Traté de ignorar aquel hecho, pero de igual modo me afectó el ver lo poco que le iba a importar al resto. Si me hubiese escapado en ese momento no lo habrían notado. Tomé mis sentimientos y los oculté en lo más hondo de mi ser, allí a donde iban a dar todas mis penas y frustraciones últimamente, y los encerré con llave para que no se les ocurriera salir a la superficie. Fingí en mi rostro que todo marchaba bien e intenté atender a la clase hasta que sonó el timbre.

Con toda la lentitud que me fue posible por mi rabia guardé mis cosas en mi mochila antes de salir del salón, donde me recibió Jaime con una sonrisa amable que correspondí con el mayor de mis esfuerzos. Si quería en algún momento lograr alejarme de aquella familia, debía conocer bien el colegio para poder hacerlo. Ese era el único lugar en el que tendría algo de tiempo sin vigilancia.

—Ven, te quiero presentar a unos amigos.

Me tomó de la mano y juntos caminamos hasta el patio trasero donde se encontraban los chicos, sintiendo un par de miraditas al andar de ese modo. Deseé que todos se comportaran como mis compañeros de curso, pero entonces recordé que no siempre se puede tener lo que uno quiere.

—Miren, ella es mi hermana Laura — me presentó una vez que llegamos a nuestro destino, donde me encontré con un grupo de cuatro personas, tres chicos y una chica.

—Hola, es un placer conocer a mi nueva cuñada —saludó la muchacha confundiéndome un poco, Jaime no me había hablado de una novia—. Soy Lorena.

—Es un placer —contesté ocultando la sorpresa que me había dado— cuñada.

—Supongo que nos llevaremos tan bien como con Ruth —agregó ella, aunque yo lo veía difícil si su personalidad era como la de mi nueva hermana—. Esos chicos de ahí son Richard, Ignacio y Tomás —los presentó, agregando en un susurro luego—: son unos idiotas a veces, pero de los simpáticos.

Me limité a asentir como si estuviera prestando atención a la conversación, pero la verdad era que mi mente divagaba por lugares más lejanos. A lo lejos los escuchaba reír de algo sucedido mucho tiempo atrás, di respuestas cortas cuando sus preguntas se dirigían a mí en un fallido intento por incluirme y mi concentración se fue a esa extraña sensación de estar siendo observada. Una fina capa de sudor cubrió las palmas de mis manos como cada vez que me invadían los nervios y trataba de encontrar aquel par de ojos que se habían posado sobre mí, pero donde quiera que mirara no había más que jóvenes entretenidos en una conversación, jugando con una pelota o corriendo por ahí por algún juego. Un recuerdo me invadió, una yo pequeña junto a mi madre en la fila del supermercado y un hombre mirándonos fijamente casi sin pestañear. Su dedo apuntándonos acusadoramente mientras nos declaraba brujas al tiempo que el resto de los clientes se volvía a mirarnos. De regreso en el presente intenté calmar mi respiración, convenciéndome que en esa ocasión no sucedería lo mismo.

Sin embargo, tal y como me ocurrió en la casa de los Brito cuando me dejaron a solas en la sala de estar, quise encontrar algún lugar por donde escapar. Estaba al aire libre, ya no había paredes que se acercaran a mí me ahogaran en su interior, pero sí había decenas de jóvenes rodeándome que de pronto parecían ser un estorbo en mi huida de esa mirada que aún no se desviaba. Una especie de corriente eléctrica me sacudió de pies a cabeza, aumentando más el pánico que se comenzaba a formar. No había camino por el cual correr.

Cuando un brazo sacudió el mío comprendí que ya me habían preguntado varias veces lo mismo sin recibir respuesta, por lo que con un gran esfuerzo calmé mi respiración e intenté concentrarme en lo que el chico, que supuse que era Tomás, me preguntaba, palabra por palabra:

—¿Qué pasa, Laura?

—Nada —me apresuré a contestar— ¿Por qué preguntas?

—Porque luces distraída y nerviosa... además te ves pálida ¿te sientes bien?

—Sí, sí. No te preocupes.

Froté mis manos con mis pantalones para quitar el sudor que las había empapado, en un gesto que claramente decía lo contrario de mis palabras. Afortunadamente no alcanzaron a hacer más preguntas gracias al sonido del timbre, a lo que vi cómo finalmente Tomás se encogía de hombros, como si estuviera aceptando que, quizás, esa era mi forma de ser y no había de qué preocuparse.

Me despedí con un gesto de mano y caminé hacia mi salón a paso apresurado en un intento de perder aquella mirada que tanto me molestó en mi tiempo libre. Ni siquiera logré estudiar el patio, ver hacia dónde daban sus límites o si había algún lugar que se viera más solitario cuando quisiera estar sola.

Solté un suspiro de alivio cuando llegué al salón y lo vi vacío aún. Ya no tenía esa extraña sensación de ser observada en un lugar público, ahora esas cuatro paredes me hacían sentir más segura. Tomé asiento en el mismo lugar del bloque anterior y ahí esperé a que poco a poco fueran entrando mis compañeros. Los fui analizando mientras se dirigían a sus lugares, algunos rostros lucían más amables que otros, aunque me fue posible ver cierto odio en las auras de todos. Ya era sabido desde mucho antes que se estaba enseñando en los colegios acerca de la guerra, aunque más parecía un lavado de cerebro lo que se estaba haciendo.

De todos los alumnos que ingresaron, una chica llamó mi atención incluso después de que se dio por iniciada la clase de matemáticas. No solo era su apariencia en contra del reglamento (la falda bastante más corta de lo permitido, maquillaje y uñas pintadas de un color negro intenso), sino que también aquella aura de odio más intensa que la del resto la que me dejó pensando durante toda la hora. Cuando nuevamente fue hora de recreo noté que dirigió su mirada a mí, una intensa que tal parecía que podría atravesarme si tuviera el poder. No me costó mucho deducir que ella fue quien me miraba tanto en el patio, cuando me encontraba con los chicos. Tragué saliva costosamente, quería calmarme pensando que tal vez quería ser amistosa conmigo y acercarse a conocerme, pero en su mirada vi algo diferente.

Era casi como si estuviera frente a un guardia de la liga anti magia que estuviera a punto de acabar conmigo.

La calma no duró mucho.


La última hechiceraWhere stories live. Discover now