Capítulo 6

122 9 0
                                    

Cuando vivía en el mundo mágico compartía las clases y recreos con mis amigos, siendo yo una de las mayores participantes de esas interacciones. Tenía buen humor, hacía bromas y me reía con ellos como si no hubiera mañana, algo así como Jaime era con sus amigos. Cuando visitábamos por algún motivo el mundo real siempre encontraba a quien se nos quedaba mirando por nuestra apariencia, cabellos coloridos de acuerdo a nuestro ánimo y ojos grandes y brillantes. No era difícil saber qué humano posaba sus ojos en ti, eran obvios. Pero cuando ocurría lo mismo con un ser mágico, siempre tardaba en encontrar al dueño de esas miradas, a veces varias semanas y no era yo quien lo descubría.

—Te lo juro, no quita sus ojos de ti —me decía una y otra vez ante mi incredulidad, jugando con sus cabellos rubios mientras pequeñas chispas la rodeaban. Su personalidad siempre había sido así de brillante, además de sincera, por lo que me costaba afirmar que mentía.

En el casino logré divisar a mi compañera de clase, aquella que pensé que fue la que me mantuvo intranquila todo el recreo con su mirada, pero cuando la encontré se veía muy ocupada leyendo un libro mientras escuchaba música de su celular. Ella no me veía, sin embargo esa mirada seguía en mí alterando mis nervios y aumentando mis sospechas. ¿Sería un ser mágico como yo o solo es mi intranquilidad la que no me permite concentrarme bien?

Aquella sensación de saberme observada se mantuvo por las siguientes dos semanas, no importaba a dónde fuera en el colegio, su presencia me acompañaba y cuando me giraba a encararlo ya no estaba. El miedo parecía controlarme, podía tratarse de un espía para la liga a la espera de que me descuide para acabar conmigo, lo que no hacía más que mantener mi estado de eterna inquietud y nerviosismo.

—Oye, tranquila amiga que solo soy yo —decía Ignacio cada vez que tocaba mi hombro y yo me giraba de modo brusco.

A lo largo de los días seguí evitándolos durante los recreos pequeños para conocer mejor el colegio, pero volvía a ellos cuando al almuerzo me era imposible lidiar con el miedo yo sola. Estando acompañada y entre tanta gente en el casino sería difícil que me hicieran daño.

Así llegó un día en el que ya me había decidido. Llevaba poco más de un mes viviendo con los Brito, aguantando vivir en uno de los lugares más peligrosos para mí en el mundo real, ya era tiempo de regresar al mío donde estaría más tranquila y protegida entre la gente que me conoce, si es que todavía quedaban personas que supieran de mi existencia. En uno de los patios más solitarios, cerca de una bodega donde tenían guardados instrumentos de deporte antiguos, encontré una pequeña falla en la cerca que indicaba el límite del colegio por ese lugar. Estaba levantada lo suficiente como para permitir que yo pasase por ahí, me encontraría con una acequia que bordeaba la propiedad de al lado, una clínica veterinaria por la que podría escapar por el estacionamiento. Me parecía el mejor plan que podía tener con el apuro y las pocas opciones que se me presentaban en un colegio tan seguro, una de las razones por las que me debieron haber inscrito ahí.

—Los intentos de fuga son normales en ocasiones en adolescentes adoptados que no logran adaptarse, pero mantengan la calma, es parte del proceso —había escuchado que le decía la asistente social a Karen y Greg en una llamada a alta voz que hicieron una mañana cuando pensaban que ya me había ido al colegio. Me entristecía causar tanto daño a un matrimonio que quería lo mejor para mí, haciéndome dudar cuando estaba por cruzar el límite.

Arrodillada ya en el suelo con mi mochila ya del otro lado agradecí estar vistiendo el buzo del colegio en vez de la falda. Tomé una última bocanada de aire antes de disponerme a cruzar, pero una voz masculina, ronca y grave me exaltó, haciendo que me pase a llevar el brazo derecho con los alambres de la cerca.

—¿A dónde crees que vas?

La sensación, esa mirada, era la misma que llevaba acosándome las últimas dos semanas. Mi piel se erizó y mis piernas me fallaron la primera vez que intenté ponerme de pie para encararlo. Sus ojos se mantuvieron en mí a la espera de que hablase, podía sentirlo, aumentando el miedo que me había causado con la forma en que se hizo presente en ese escenario que creí solitario.

—¿No me vas a responder?

Cuando me giré me encontré con un chico alto de cabello castaño, piel morena y ojos penetrantes de un color café oscuro que fácilmente se confundía con el negro. Tuve que evitar mirarlos, me hacían sentir más vulnerable de lo que ya me sentía en ese mundo.

—Me iba a... ir —respondí cortamente, dándole la información obvia de mis planes.

—Eso ya lo sé, pero porqué, no lo sé. ¿No has visto a esos guardias merodear por estos lugares? Te habrían matado en cuanto te notaran o, al menos, te habrían llevado de regreso a tu casa.

Mis ojos se abrieron hasta su límite ante la mención de los guardias, sintiéndome descubierta por un desconocido cuya naturaleza aún no me era revelada. ¿Cómo lo sabía? Estaba segura de que la hechicera había hecho bien su conjuro para que me mezclara entre los humanos, entonces ¿cómo me descubrió? Por la forma en que me miró supe que había comprendido lo que yo quería pedir, que se mostrara tal cual es. En menos de lo que se demora un suspiro su apariencia cambió levemente, su cabello conservó su color dándome a saber que su especialidad era la tierra, pero sus ojos se tornaron de un color azul intenso: el color de sus emociones. Creció un par de centímetros más, volviéndose más aterrador a mi vista, aunque algo dentro de mí me decía que alguien de mi misma naturaleza no me haría daño.

—¿Y bien? —Dijo él rompiendo el silencio.

—¿Y bien, qué?

—¿No te piensas mostrar?

—Verás... a diferencia de ti, yo no me auto-hechizo, me hechizaron.

—Lo imaginaba —contestó simplemente volviendo a su apariencia humana, pero aquel halo mágico no lo abandonaba. Ahora siendo capaz de verlo con claridad me pregunté cómo no lo vi antes—. Bueno, ya sabes que no es muy seguro escaparte tú sola, así que vendrás conmigo —continuó mientras estiraba su brazo bajo la cerca para alcanzar mi mochila y echársela al hombro—, alguien te tiene que ver esa herida en el brazo, se ve fea y no creo que te quieras seguir arriesgando a que alguien te vea en este lugar a punto de escapar y te delate

—Sería peor que alguien nos delatara como mágicos —comenté yo dándome cuenta del error que había cometido al pedirle que se mostrara. La histeria comenzaba a surgir en mi interior al imaginar a alguien espiándonos y corriendo a contárselo a algún guardia, alguien como mi compañera de clases cuya mirada transmitía odio a quien se la topara.

—Neh... lo habríamos sentido hace rato ya —contestó calmando mis preocupaciones.

Tomó mi muñeca y me guio por los pasillos del colegio hacia la enfermería, donde nos atendió una mujer que ya pasaba los cincuenta, pero seguía moviéndose con la habilidad de alguien que tuviera la mitad de su edad. Con su porte tan pequeño, me daba cierta gracia verla a un lado del chico cuyo nombre aún no conocía. Limpió mi herida sin hacer mayores preguntas de cómo me la hice, solo preguntó si había sido con algún metal a lo que asentí y ella me colocó una vacuna en el brazo.

—Para prevenir el tétano —informó una vez que extrajo la aguja y la desechó.

Ya con el parche cubriendo la herida y mi mochila sobre mis hombros nos separamos en el pasillo, caminando cada uno por su lado sin habernos preguntado nuestros nombres antes. Me dirigí a mi salón donde tuve que explicar al profesor la razón de mi retraso, inventando una pequeña mentira acerca de porqué estaba portando mis pertenencias en horario de recreo. Pero un poco más difícil fue convencer a Jaime de que la herida había sido por una caída, mentira que no creyó. En sus ojos podía ver la desconfianza, él sabía que yo había intentado escaparme de nuevo.

La última hechiceraWhere stories live. Discover now