Capítulo 8

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Al abrir la puerta de entrada lo primero que vi fue a una Karen sentada en el sillón con una expresión preocupada y con el teléfono en su mano, acompañada de Jaime, Ruth y Greg. Miré mi reloj pulcera, las 9 PM, me había retrasado en llegar demasiado. A paso lento y vacilante, con las piernas aún temblorosas me acerqué a los sillones en los que todos estaban sentados, sin saber bien qué decir con respecto a mi tardanza y apariencia. No me podía ver a mí misma, pero apostaría a que mi piel seguía pálida por el susto que había pasado.

—¿Dónde estabas? —preguntó Karen con tono serio y volumen algo alzado, poniendo mis vellos de punta nuevamente. Era la primera vez que la veía enojada.

—Con mi amigo.

—¿Hasta tan tarde? ¿Tienes idea de qué hora es, de los peligros que hay afuera? Y ¿Qué te pasó? Estás pálida ¿Te hicieron algo?

—No...

Sentía que en cualquier momento desfallecería ahí mismo, pero no me atreví a tomar asiento en alguno de los sillones, en vez de eso me quedé de pie tratando de controlar mi temblor mientras en mi cabeza se repetía lo sucedido una y otra vez.

—Señorita —me llamó el guardia cuando puso su mano sobre mi hombro, a lo que yo me petrifiqué sin saber qué decir, era como si mi garganta se hubiera congelado impidiendo la salida de cualquier sonido—. Lleva la mochila abierta y de ahí se le cayó esto —dijo señalando mis pertenencias y pasándome un cuaderno que ha de haber caído sin que me diera cuenta.

—Gracias —respondí corta y sinceramente a él y al cielo al saberme a salvo aún. No me habían descubierto.

—Debería tener cuidado, los seres mágicos podrían salir en la noche y hacerle daño —señaló con un tono que pretendía ser amable, aunque pude entrever cierta burla.

—Lo tendré en cuenta, gracias.

Sin esperar respuesta y con miedo aún, aceleré el paso para llegar rápido a casa, pero al doblar las esquina para entrar a mi cuadra vi a esos guardias atacando a una pequeña de unos tres o cuatro años. Meterme en un asunto así no haría más que delatarme y traerme problemas, arriesgando mi vida y a las personas con quienes vivía. Pero los gritos desesperados de la niña parecían llamarme a que hiciera algo por ella. Se formó un debate en mi mente, por un lado quería salir de mi escondite y salvarla, por el otro me quería quedar ahí donde no me llegaran a atacar las armas de los guardias. Cuando había tomado la determinación de prestar mi ayuda ya era demasiado tarde, le dispararon a la pequeña, haciéndola caer al suelo con los ojos abiertos, mirándome atentamente como si me reprocharan mi falta de voluntad y valentía.

Con un nudo en la garganta y temblando de pies a cabeza vi cómo la metían en la parte trasera de una de sus camionetas sin delicadeza alguna, dejándome ahí llorando en silencio a un alma joven que acababa de partir. Me pregunté dónde estarían sus padres, lo destrozados que estarían cuando se enteraran, la cantidad de lágrimas que llorarían ellos y el dolor que sentirían al ver que una nena con una vida por delante pereció en medio de la calle de noche y en manos de hombres sin escrúpulos.

Pensé en romper las reglas que tanto me inculcaron desde pequeña, retroceder el tiempo y cambiar las cosas, pero eso cambiaría también mi suerte, pudiendo delatarme y guiarme a la muerte que aún no anhelaba. Atada de manos y a paso lento caminé a casa respirando hondo para calmar mi estado y ocultar de ellos lo sucedido. Sin embargo, todos mis intentos fallaron, ya que antes de darme cuenta Greg me guiaba al sofá para sentarme a su lado y ordenaba a Jaime traerme un vaso de agua.

—No mientas, a ti algo te pasó —dijo Greg con tono calmo a mi lado colocando su brazo sobre mis hombros, a lo que no me negué. La situación no era la misma de la noche anterior cuando salí sin decir nada y lo dejé pensando en mis hirientes palabras.

—Bueno... —quería gritar lo que pasó, que entendieran por qué tenía tanto miedo e intentaba con tanto esmero escapar de casa, que supieran que yo no era la hija que ellos querían, pero me limité a esa noche y entre lágrimas narré lo que había visto, cómo mataron a esa niña y cómo minutos antes uno de los guardias se me había acercado, dándome uno de los grandes sustos del día.

Cuando menos me di cuenta Karen me abrazaba y dejaba llorar en su hombro mientras Greg se paseaba por la sala claramente enojado, diciendo una y otra vez "llamaré a la liga y me escuchará, no es posible que hagan eso en nuestras calle y en vista de todos". Me sorprendí, pero fue una sorpresa más grata el escucharlo hablar así, pues yo me esperaba que me prohibiera llorar por los seres que él repudia y que él mismo me dejó en claro.

—Ellos no te volverán a molestar, bebé, no te harán daño —repetía seguidamente Karen en mi oído para confortarme.

"Espero que no y tengas razón" pensé mientras sentía cómo mis ojos se sentían cada vez más pesados. Los de la liga anti magia podían venir a buscarme en cualquier momento, solo bastaba con que averiguaran si soy o no maga, descubran mi domicilio y vengan por mí. Pero al menos estaba con personas que estaban demostrando que me querían con ellos y me daban cariño pese a mi renuencia a aceptarlo. Esa fue la primera vez que me permití ser querida sin miedo y reconsideré la idea de permanecer con ellos, no solo para salvarme a mí misma, sino que para cuidar de ellos si la ligar decidiera ir a buscarme a esa vivienda.

Esa fue la primera vez en años que sentí que estaba en familia.


La última hechiceraTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon