Capítulo 4

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Caminando por el pasillo para dar por terminada la jornada escolar, un estudiante más joven me pasó a llevar por el hombro, botando mi mochila al suelo. Mi ánimo ya estaba bajo debido al poco éxito que había tenido para separarme de Jaime y sus amigos, viéndome obligada a pasar con ellos los recreos y la hora de almuerzo y también cómo se me escapaba la oportunidad de explorar el lugar y encontrar alguna salida, algún punto por el cual escaparme en un futuro cercano.

—¿Se te pasó ya el mal humor? —Preguntó Richard con una sonrisa un tanto burlona cuando me senté a la mesa con ellos.

—¿A qué te refieres? —Devolví la incógnita al chico al no comprender a qué se refería, recibiendo casi instantáneamente su explicación.

—En el recreo estuviste callada todo el tiempo, parecías molesta.

—No estaba molesta —me defendí con un tono que salió más brusco de lo que pretendía.

—No, para nada.

—Richi, déjala, se pudo haber sentido mal —intervino Tomás que era con el único con quien, hasta ese momento, había entablado una conversación. Agradecí internamente su interrupción, pues el tono sarcástico de su amigo y el hecho de que Jaime no interviniera estaban amargando mis ánimos. No es que esperara que de la nada él tomase el papel del hermano protector, tenía muy claro que yo no quería eso y tomaría tiempo que el actuara así, más del que yo le concedería para compartir conmigo. Sin embargo, no le costaba mucho abrir la boca y pedir que se hablara de temas más agradables.

Ante el recuerdo, tomé con más brusquedad, de la que hubiese querido, mi mochila, soltando de paso una maldición sin querer. Cuando quise frenar la palabra ya era tarde y no me quedó más que esperar los cortos segundos que quedaban entre el la pronunciación y el hecho en el que se concretizaba. Un poco más allá en el pasillo, el chico que me había pasado a llevar tropezó con sus pies y cayó al suelo. Las risas no tardaron en hacerse presentes y alcancé a ver cómo el chico bajaba la mirada avergonzado, alejándose con paso lento y una leve cojera por el dolor de la caída.

Sentí remordimiento al saber que dicho suceso había sido mi culpa, que alguien, que no tenía nada que ver con lo mal que había ido mi día, había pagado los platos rotos. Caminé a paso lento, sin sentir apuro por llegar a la salida donde me encontraría con Jaime. No tenía ganas de verlo ni de regresar a encerrarme aquella casa que intentaba convertirse en mi nuevo hogar. Yo ya no tenía hogar, me lo habían quitado años antes con la vida de mis padres.

A diferencia de la mañana, no nos devolvimos en auto sino que a pie, por lo que tuve que compartir en silencio con Jaime por un tiempo más prolongado. Él me hablaba de su día como si necesitara contarme las cosas que hizo aun cuando yo estuve con él cuando pasaron. Me contó de su compañero nuevo de clases, de cómo fueron los profesores, los recreos y cuando notó que yo seguía ignorándolo cambió de rumbo y me habló de cómo había conocido a sus amigos.

—A Richi lo conozco de hace años, antes de conocer a los demás. Fuimos compañeros en kínder y da la casualidad que nuestras madres pensaron parecido y nos cambiaron a este colegio cuando estábamos en séptimo. Aquí conocimos a los demás...

Pensé que, en el mejor de los casos, no intervino en el almuerzo por esa amistad que tiene con el chico, quizá para evitar malos entendidos y discusiones por algo en lo que, igualmente, yo tenía algo de culpa. Decidí que lo mejor sería dejarlo de lado, ignorar aquel percance y continuar, esperando que los días venideros fueran mejor que aquel, sin miradas extrañas sobre mí, nada de preguntas incómodas acerca de mi estado de ánimo y mayor tiempo para mí. Si bien no me había encontrado de frente con algún guardia de la liga anti magia, no quería tentar aún más mi suerte, ya me estaba arriesgando demasiado al quedarme ahí por más de una semana. Lo más sensato y seguro sería regresar al mundo mágico donde pertenecía.

La última hechiceraWhere stories live. Discover now