Topos

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Pasase lo que pasase, como ya había dicho, debía respetar a ese animal, y eso incluía no demostrar el miedo que sentía. El topo no me asustaba, pues sabía que no me comería. Lo que me preocupaba era a dónde me llevaba y el hecho de que las probabilidades de que estuviera mojando mis papales con su lengua eran demasiado altas.

La criatura poseía su propio ritmo: lento y tambaleándose de un lado a otro; a veces, mis pies se golpeaban contra una piedra o una pared. Tomamos infinidad de túneles, o recorrimos varias veces los mismos.

Los pasillos se volvieron más amplios y el terreno comenzó a descender. A lo lejos se oyó el chillido de un ratón pidiéndole piedad a otro topo, o a muchos, porque el olor era fuerte como para tratarse de un solo individuo.

De repente, mi topo comenzó a apresurarse. Me tiró en lo que parecía una sala y fue directo a participar del festín. Eso lo deduje por los sonidos, porque, en realidad, estaba de espaldas a la escena y el efecto de la saliva no había pasado.

Pasado un tiempo, alguno de ellos me movió con sus patas y me acomodó para que pudiera sentarme. Luego, me quitó los excesos de baba con una paño.

Eran cinco, cinco topos que se me quedaron mirando con sus cabezas inclinadas hacia un lado. De vez en cuando, echaban una buena olfateada al aire.

El que me había transportado, el más grande, dio un paso al frente e hizo bailar a su lengua por dos segundos. Llevó una de sus extremidades hacia adelante y tocó la tierra sólo con su dedo mayor. Perdió el contacto visual conmigo y se puso a dibujar un símbolo. Cuando terminó, volvió a fijar sus ojos en los míos.

***

Un quinteto de topos estaba intentando transmitirme un mensaje que yo no sabía si sería capaz de descifrar.

Me encontraba ante un círculo no cerrado que continuaba su espiral, la cual se tornaba recta al dirigirse hacia arriba, cortando una línea perpendicular. Entonces, si apenas sabía cómo describirlo, estaría siglos dándole un sentido correcto.

Estuve en silencio con la mente totalmente en blanco hasta que mi topo me señaló y caminó en el lugar. A continuación, con su hocico apuntó hacia arriba.

—Yo. Tierra. Arriba —balbuceé con dificultad; mi cuerpo volvía poco a poco a mí. Como si ellos fuesen a entenderme. Sin embargo, parecieron hacerlo, porque emitieron un chillido enojado—. Bien, eso no es. Entonces, yo...

Me comunicaron que tampoco se trataba de eso. Remarcaron lo que para mí era "tierra" y "arriba".

—Madriguera  —No —. Topos —No—. Roca—No—. Túneles.

Me mostró su lengua.

— ¿Túneles? —No de nuevo, pero era algo por el estilo—. Pasillos. Subterráneo. ¿Somb?

El sonido fue más agudo y estuvo acompañado por la lengua.

—Somb —Realizaron el mismo gesto—. Somb. Arriba —Por un momento, creí comprenderlo, así que sugerí mi idea:—. Yo estaba en Somb y fui al arriba.

Sí, eso era.

Me alegré por haberlo descubierto, pero la euforia me duró unos quince segundos. Había transcurrido una hora —o lo que se sentía como una hora— y había interpretado un símbolo que significaba algo que ya sabía.

Mientras mi topo dibujaba otro ideograma, el que tenía el pelaje más oscuro salió de la habitación.

El animal no se detuvo con su escritura, subestimando mis habilidades.

***

El topo que se había marchado regresó con su propia presa: Yerg. En cuanto la vi, me acerqué a ella y la limpié con el paño. Aún no me movía con normalidad, pero al menos lo hacía.

—Yerg, estos topos no nos harán daño. Están tratando de pasarme un mensaje. Hasta ahora, lo que tengo es: vengo de Somb y vine al arriba. La luz nos molesta porque nos gustan las sombras, pero debo estar aquí. Con "nos" me refiero a los topos y a mí... y a ti.

Había más ideogramas, pero, por algún motivo, los animales decidieron no explicar ninguno más. En su lugar, dieron la vuelta y abandonaron la habitación por uno de sus túneles. Cuando notaron que no los seguíamos, mi topo regresó y asomó su hocico. 

Levanté a Yerg como pude y nos dejamos guiar.



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