Amanecer

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Pronto, cuando todos se habían ido y Kara volvió, descubrimos los significados detrás de las palabras "amanecer" y "de noche". A mí no me bastaron. Quería —o necesitaba — verlo con mis propios ojos, incluso si eso terminara con mi visión. Es decir, una bola brillante que iluminaba y calentaba todo a su paso... Imaginarme cómo podía lucir me hacía olvidar todas las palabras que había perdido, porque semejante espectáculo prometía cosas maravillosas.

—Dum, con el tiempo lo verás —me había convencido Yerg, y tenía razón, mas nada iba a eliminar el sentimiento. Al menos podría contemplar el anochecer.

Seguía sin comprender cómo era eso del cielo. Me dijeron que era una especie de techo, pero que nunca podía alcanzarse y que no tenía fin. Y no sólo era eso, sino que, al contemplarlo, no entraba en mi pequeña mente cómo podía extenderse de norte a sur, de este a oeste —puntos cardinales que acababan de enseñarme — y de arriba al horizonte —palabra que también había aprendido hacía unos instantes—; no importaba cuántos esfuerzos hiciera. 

Al parecer, existían muchos datos que no estaban en mi posesión y debía conocer por algún motivo, pero nadie me los revelaría hasta que me adaptara a esta nueva vida. Continuaban jugando con mi paciencia y sabía que en algún momento me cansaría.

Kara nos haría compañía todo el día y, por la noche, nos llevaría a presenciar una de sus clases. Hasta entonces, tendría que soportar nuestras preguntas, las cuales, por más disparatadas y prolongadas que fueran, no la molestaban en absoluto.

—Esta es la casa de Kyya y de Lout, su compañero de vida —nos contaba Kara—. Entonces, este es el hogar de la familia. El pequeño es el de los ancianos y el otro es el de los jóvenes. Todas las viviendas se agrupan de a tres siguiendo estos criterios, y los únicos que rotan bastante seguido son los jóvenes.

— ¿Y tú en qué grupo estás? —pregunté.

—Oh. En adultos.

— ¿Eso... emm...?

—Pero estoy en el hogar de jóvenes junto a este.

Probablemente, mis ojos se quedaron en blanco durante varios segundos intentando entender esto último. Sin embargo, Yerg fue mucho más práctica y realizó la pregunta concreta.

—Existen cuatro grupos: niños, jóvenes, adultos y ancianos, y también están las distribuciones de viviendas en: familias, jóvenes y ancianos. 

—Más explicaciones.

—Los niños juegan y aprenden a su ritmo. Los jóvenes estudian, ponen en práctica diferentes habilidades y realizan diferentes tareas y actividades para comenzar a sumergirse en el trabajo y para descubrir hacia donde van a orientar sus vidas.

Descubrir. En este caso, era un sinónimo tan hermoso de "elegir". La libertad de la que había leído era real. Otra razón para no marcharme nunca.

—Una vez que se decide, se pasa a ser un adulto, hasta que se abandonan las actividades, que es cuando se llega a la última etapa: la ancianidad. Cabe aclarar que puedes integrar una familia siendo joven o adulto.

—Entonces —dijo Yerg—, tu trabajo es enseñar pero, como nos has conseguido un marido, vives en la vivienda de los jóvenes.

  — ¿Marido?

—Sí, el hombre con el que te casas y tienes un hijo.

—Oh, ¡te refieres a los compañeros de vida! Y no se consiguen. Simplemente las dos personas se encuentran. 

— ¿Y cuántos años tienes? —se me escapó. Quizás, eso sí la ofendería, pues se veía bastante mayor como para no tener a su "compañero de vida".

—Veinte.

Yerg esbozó una enorme sonrisa, como si se alegrara de la soledad de Kara. Poco a poco, parecía adorar más a esa vida que a la que había dejado atrás.

Si bien contestó a la mayoría de nuestros cuestionamientos, también pasamos muchos ratos bebiendo esa rara infusión que calmaba los nervios

Kara continuó explicándonos que respetaban a la naturaleza y a cada uno de sus integrantes, sin importar lo grande o pequeños que fueran. Es por eso que se alimentaban de lo que se les proporcionaba, sin abusar. Según ella, estudiaban constantemente el equilibrio de la naturaleza, y se cuidaban de no destrozarlo. Cosas como aquella o la conexión con el entorno se le escapaban a la lógica que yo conocía.

De vez en cuando en la charla, me distraía con los pequeños rayos que atravesaban los agujeros de la choza. Dolían, pero eran bonitos. ¡Cuánto más lo sería el amanecer gobernando el cielo entero!

Siete CartasWhere stories live. Discover now