Realidad

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—Toma —me ordenó  Kyya.

Negué con la cabeza. Estaba harto de esas sopas sanadoras, pues habían provocado la desaparición de mis sueños, los cuales se suponían que eran alucinaciones. Todavía continuaban explicándomelo y yo ya había empezado a decir que tenían razón. El problema era que las imágenes se repetían en mi mente una y otra vez. Se sentían reales... tenían que serlo...

***

Unos días más tarde, comprendí que había estado viviendo en una fantasía. Había tenido los síntomas de una enfermedad que transmitía un mosquito y sólo había sufrido de más porque mi cuerpo no estaba acostumbrado a interactuar con otros seres vivos.

Ahora era capaz de diferenciar entre sueño y realidad, sin importar qué tan vívidos fueran los recuerdos... que también se sentían como recuerdos. Por primera vez, las visiones de las luces que había tenido desde siempre parecían cobrar sentido... Y ese era el problema: que parecían, pues no existía forma de que pudieran formar parte de su memoria.

También descubrí que no siempre podía adorar a mi mente. Me había hecho una jugarreta que yo no vi venir, una jugarreta que demostraba la inestabilidad de algunos de mis pensamientos. Hasta ese momento, mi cerebro era el único en quien confiaba, la fuente de seguridad y creatividad que me mantenía a salvo de lo que no me aceptaba y de la rutina que me esclavizaba. Era a lo que me aferraba para poder seguir a flote, pero ahora... ahora sabía que a veces se dejaba hundir y que no podía establecer una relación simbiótica con él si deseaba mantener la cordura.

¿Y a qué debía apegarme si no era a mis pensamientos? Según los del pueblo, a mis sentimientos, lo que tenía sentido hasta que lo aplicaba a mi caso. Las sensaciones eran las que me movían a ser quien era. Mi razonamiento sólo era su forma de expresión. Uno no podía existir sin el otro, al menos no en mí.

Permití que me tentaran y abandoné la escritura porque era consciente de que volvería a caer en lo mismo. Las palabras removían las experiencias más profundas e intensas, incluso aquellas que creíamos que no estaban allí.

Querían que aterrizara en la realidad y, si empuñaba un carboncillo, jamás lo lograría. Quizás, esa fuera la única forma de olvidar que mi mente intentaba advertirme que ya conocía a Tanya. 

Siete CartasWhere stories live. Discover now