Agua

1 0 0
                                    

A pesar de que revisamos todos los lugares posibles en los que podíamos encontrar algo útil, no obtuvimos nada.

La otra opción era que nuestro viaje no hubiera terminado, pero, para eso, debíamos cruzar el río, el cual lucía bastante profundo para nosotros. Sabíamos nadar, mas nunca había sido algo necesario de implementar; sólo lo aprendíamos como precaución. Quizás, podríamos construir un bote...

—De ninguna manera —casi gritó Yerg —. ¿Cómo se te ocurre? No podemos destruir algo que no es nuestro.

—Bueno, no hay muchas más opciones.

La muchacha caminó hacia la orilla y sumergió una de sus manos en el agua.

—La corriente no es muy fuerte.

—Eso es porque estás junto a la orilla. 

—Tienes razón. En ese caso, tendremos que esperar.

Derrotado, tuve que admitir que, de momento, era lo que mejor que podíamos hacer. 

Nos sentamos entre esas extrañas hebras que se volvían más altas a medida que estaban más cerca del río. 

Después de un tiempo, me sentí derrotado otra vez. No dudaba de que esa gente nos estuviera esperando y de que las señales que nos enviaron no contenían ninguna trampa, pero tampoco podíamos pretender que ellos harían todo por nosotros. Quizás, ni siquiera les fuera posible.

Se suponía que estaba proporcionado de una gran paciencia, que lo rutinario y monótono no me aburriría jamás porque así me habían educado. Lamentablemente, nunca aprendí esa técnica que transformaba a las personas en seres limitados y estructurados en lugar de individuales y libres. Cada uno tenía la oportunidad de elegir, pero siempre entre determinadas opciones. Nada era infinito porque, si no, existiría lo impredecible.

Me puse de pie de golpe y corrí hacia la corriente líquida, repasando todo lo que sabía sobre la natación. Cuando los dedos de mis pies sintieron el frío contacto, fui consciente de que esos conocimientos no me bastarían, pero ya me estaba tirando. 

Al principio, no fue tan complicado como había creído. Luego el río comenzó a hacerse más fuerte que yo y me empujó hacia donde le placía, a cualquier lado menos al que ansiaba ir. El agua no me tapaba ni me sacudía irremediablemente, mas, aun así, estaba jugando conmigo, y no había nada más por hacer que dar mi mejor pelea contra un rival que ya tenía la victoria asegurada.

Volteé para verificar qué tan lejos me había ido, tanto por curiosidad como para alimentar a esa pequeña esperanza de que Yerg llegara para salvarme, pero mi visión borrosa no logró captar su silueta. En cuanto fijé mis ojos en mi destino platónico una vez más, un árbol apareció a mi derecha, y uno enorme. No lo había visto ni entendía cómo podía crecer vida en el medio de un río y, además, resistir su corriente, pero no me puse a cuestionarlo. Era el salvavidas que necesitaba y no iba a juzgarlo. 

Me dirigía justo a él. No lograría frenar el impacto, mas, al menos, debía asegurarme de abrazarlo primero y de sufrir el golpe después. Y fue lo que hice, con el precio de varias costillas rotas o fisuradas. Ya no podía moverme y respirar me resultaba complicado. Cerré mis ojos un segundo, no sé realmente por qué, y lo próximo que supe fue que mi cuerpo se trasladaba sin seguir a la corriente. Levanté los párpados para asegurarme de que no me lo estaba imaginando, y no, no lo hacía, o eso creía...

Llegué a la tan lejana y dichosa orilla y me tumbé boca arriba. Esos puntos eran bonitos... A continuación, mi cuerpo me recordó la experiencia que acababa de vivir con quejidos provenientes de todas partes.

De repente, una chica esbelta salió del río con un ritmo calmo, como si se entendiera completamente con el mismo. Estuve a punto de preguntarle quién era y cómo me había rescatado, pero me di cuenta de que todo ese tiempo había estado nadando con mis cosas, más específicamente, con mis hojas, ¡con mis sagradas y preciadas hojas!

Siete CartasWhere stories live. Discover now