Anochecer

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Mientras Kara preparaba la comida, nos había dejado tiempo para hablar entre nosotros, o para hacer cualquier cosa en general siempre y cuando no saliéramos de la casa ni nos acercáramos demasiado a los rayos de luz.

Yerg, como de costumbre, quería charlar y comentar todo lo nuevo que había visto. Aunque el brillo en sus ojos me conmovió por un segundo, fue sólo por un segundo, y yo necesitaba escribir y recomponer todo el daño que había provocado.

En esa aldea también escribían, pero el papel era diferente al que estaba acostumbrado. Sin embargo, no rehuía de mi carboncillo, así que, por mí, servía de todos modos.


Queridos padres:

Lo más probable es que yo nunca vuelva y que ustedes jamás lean esta carta, pero algo en mi interior me ha incitado a dedicarles estas palabras, palabras que, espero, sean de felicidad.

Nunca pertenecí a Somb; desde que puedo recordar sabía que había una pieza que simplemente no encajaba conmigo, o que yo era la pieza que no encajaba con Somb. No fue hasta que encontré siete preciadas cartas que ese deseado —del cual no era consciente — pudo ser concretado. 

No sólo llegué al arriba, lo pisé, olía, vi, sentí y toqué, sino que también sobreviví a él, y ahora me hallo sentado en una silla dentro de una casa. Estoy en una aldea cuyo nombre aún no conozco, y me rodean personas que se agrupan de una forma diferente a la nuestra. Tampoco sé si tienen una denominación para ellos mismos. De lo que sí estoy seguro es que viven en libertad y en armonía con la naturaleza. Interactúan con el aire, el agua, el fuego, la tierra, los animales, las plantas, las hebras que cubren el suelo... con todo.

Aquí, todo lo que conocía parece amplificado y lo desconocido es brillante y transmite sensaciones de paz y grandeza.

La luz me hace daño; por eso permanezco en las sombras. Algún día me acostumbraré y podré ser uno más de ellos. Realmente quiero ser uno más de ellos. 

Pero primero está lo primero. Por hoy, me conformó con contemplar el cielo nocturno.

***

El atardecer había pasado y los fuertes colores del cielo ya se estaban apagando, por lo que creían que no nos lastimarían.

Era extraño estar por presenciar una clase cuando nadie nos conocía ni nos había presentado formalmente. De hecho, ¿sabrían que estábamos allí? Quería pensar que sí, que sólo estaban esperando a nuestra adaptación para hacerlo bien.

Kara reunió a sus alumnos al borde de los árboles vivos, siempre con nosotros a su lado. Sin embargo, cuando la explicación iba a comenzar, nos pidió que nos apartáramos y nos uniéramos al grupo.

—Buenas noches, queridos —saludó Kara. 

Los chicos no replicaron nada. Eran unos veinte y debían de tener mi edad o un poco menos.

—Acompáñenme.

Mientras todos obedecían y la seguían, yo no pude evitar desviar mi mirada hacia arriba. El cielo era un poco más brillante de lo que mis ojos podían tolerar, pero las lágrimas involuntarias valían la pena. Lila, celeste y azul intenso con puntos blancos que iban apareciendo de la nada...

— ¡Dum! —susurró Yerg.

No habían ido lejos, pues sólo se habían adentrado para alejarse del bullicio —bastante tranquilo — de la aldea.

—Siéntense. Separados —Mientras nos acomodábamos, agregó:—. Ahora, cierren los ojos.

Me interrogué si también debía hacerlo, dado que mi experiencia era nula, pero la mirada de Kara me indicó que lo intentara.

— ¿Huelen el anochecer?

«Por supuesto que no» pensé. ¿Cómo puede olerse algo que sólo se ve, que ni siquiera se puede tocar? Sería como olfatear un color. Sin embargo, para mi sorpresa, muchos contestaron que sí.

—Bien. Ahora quiero que escuchen lo que trae el anochecer. ¿Qué oyen?

Esperé a que comenzaran a alzar la voz, mas nadie lo hizo. Al parecer, todos conocían a la perfección a su maestra.

—Como saben, lo oyen porque el aire es el que los conecta con vidas y objetos que se encuentran lejos de ustedes. Usen ese aire que los une para contactar con las luciérnagas. Cada uno elija a la suya y háblele. Hagan que brille.

Abrí los ojos. No tenía sentido que continuara "intentándolo", y me alegré de haber tomado esa decisión, porque me encontré ante fantásticos puntos verdes que no iluminaban nada realmente, pero que me transmitían... ¿alegría?  

—Llámenlas.

Instantáneamente, me agaché. Por un segundo conseguí impedir que unas luciérnagas se estrellaran contra mi cara. Una a una se fueron apoyando sobre las manos de los alumnos. Era impresionante cómo podían controlarlas a voluntad, incluso si eran tan diminutas. 

—Y díganles adiós.

Los animales voladores se marcharon como si nada hubiese sucedido; continuaron con su rutina y se dejaban titilar de vez en cuando.

—Bien, queridos. Escojan un árbol, como ya saben.

La clase se dispersó; los chicos ya sabían qué hacer y no necesitaban más indicaciones. Kara se acercó a nosotros, que nos acercamos a ella a su vez porque nos habíamos sentado alejados los unos de los otros.

— ¿Qué les pareció?

— ¡Asombroso! —exclamé — ¿Pueden controlar a cualquier animal?

—No, no los controlamos. Lo que hacemos es algo muy distinto. Los entendemos, nos comunicamos con ellos. Sí, pueden hacer lo que les pedimos, pero porque primero lo aceptaron voluntariamente.

—Qué bonito — dijo Yerg.

—Así es. La mayor parte del tiempo la pasamos en silencio, escuchando, viendo, sintiendo... ¿entienden?

—Mentiría si dijera que comprendo del todo —contesté. 


Siete CartasTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang