Lo odio

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Clary

Un repentino y fuerte temblor me arrancó por completo de mí atesorados y pacíficos sueños. Mis ojos apenas están abiertos cuando mi cuerpo ya está sentado encima de mi cama, listo para lo que sea.

— ¡Clary levántate! Mami dice que ya estás tarde. 

Mi hermana no me da ni dos segundos de tregua mientras salta con una energía que jamás tendré a esta hora de la mañana.

— Vale... déjame dormir —contesto recostándome nuevamente haciendo mi mejor esfuerzo por ignorarla. Por primera vez, mi hermana me escuchó y dejó de molestarme. A los pocos segundos, el temblor en mi cama paró y por un segundo creí que tendría la maravillosa oportunidad de dormir diez minutos más.

— Entonces si no vas, tenemos tiempo de jugar al caballo todo el día. En la clase de artes hice un collar de caballos que puedes...

Eso fue todo lo que necesité escuchar para pararme de inmediato y dejar ir mis planes.

— ¿Valentina no tienes tienes un desayuno por comer?

Ella niega con la cabeza aún que las manchas de jugo de frutillas alrededor de su boca me contestaron esa pregunta. Suspiro sin encontrar otra manera de salirme de esta.
Culpo a Jonathan por mostrarle ese condenado juego. Casi me parte la espalda la última vez y justo en semana de pruebas físicas.

— Bueno corre a la cocina o me comeré tus galletas.

— ¡No pues! ¡No es justo! —se queja mientras la empujo fuera del cuarto.

Abro la puerta dejándola ir pero para mi mala suerte, atrapé a mi papá pasando por el pasillo. El hombre estaba impecable como siempre. Creo que se levanta antes que el sol y se alista con una rapidez que solo puedo describir como macabra.

—¿Clarisa qué haces con la pijama todavía puesta?— preguntó, claramente irritado. El habiente se puso tan tenso que hasta Valentina se calmó.

— Es que me dormí tarde ayer. Mandaron mucha tarea y me quedé hasta tarde.

No contestó, solo me dedicó esa mirada de desaprobación tan conocida y se marchó llevándose a Valentina con él. Mentí, claro, y para él es tan evidente como si lo hubiera dicho en voz alta. Ni siquiera creo que había tarea para hoy, o al menos eso espero.

— Claro, porque coincidentemente, solo la profesora de arte manda tareas—lo escuché decir a lo lejos.

Apenas comenzaba el día y ya estaba molesto conmigo. Tal vez no había parado de estarlo desde que nací.

— Muévete Clary que no te voy a esperar toda la mañana —dijo Jonathan al salir de su cuarto bañado y cambiado.

— ¡Buenos días a ustedes también!

Agarré mi maleta de mala gana y bajé a la cocina en busca de algo de desayuno. Por supuesto no había nadie porque todos aquí desayunan a la misma hora que los pájaros están empezando a cantar. Abrí el refrigerador y me encontré con un sándwich perfectamente gordo y listo para ser digerido.

— Ah, no, no. Ese tesoro es mío —avisó mi hermano desde fuera de la cocina.

— ¡Todo siempre es tuyo Jonathan! Uno no puede poner un hielo en el refrigerador porque ya luego es tuyo — Tomé el sándwich y le di un mordisco sin importar lo que haya dicho.

Los reflejos de Jonathan lo alertaron de mi movimiento. De un salto, atravesó la isla en medio de la cocina y me arrebató el sándwich. No me dejé, pues tiré todo mi peso hacia su brazo, giré y le metí un codazo alcanzado el sándwich nuevamente.

Ella es la apuesta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora