VIII

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Yuri caminaba bajo la luz de las estrellas con un saco negro cubriéndole el cuerpo del frío. Las calles desoladas creaban eco ante sus pasos. Las lágrimas que le recorrían la cara centellaban a la vez que las estrellas. La ausencia de personas hacía que se sintiese agradecido de que nadie escucharía sus sollozos.

Sentía un dolor dentro de sí. Un dolor implacable. Que nadie podía curar. Sentía un dolor que el amor de su vida había dejado sin solución. Se sentía vacío, sin razón de existencia: el amor de su vida se había ido, su vida como adolescente se había arruinado y ahora debía mantener a un bebé. Era lo peor que le podía pasar, ¿por qué a él? ¡No fue su culpa! Sus padres no le comentaron sobre su situación. Era su culpa. Era de ellos. Y ahora él la estaba pagando.

Pero al menos ya tenía una razón para no suicidarse: Yuko. Ella estaba con él, la apoyaba y lo miraba con ojos de cariño. Él la necesitaba. Quería que ella estuviera con él para siempre, que lo ayudara, que lo apoyara. Quería... Quería reemplazar a Viktor.

Más lágrimas desalojaron sus ojos a la vez que un par de chasquidos de lengua se escapaban de sus tristes labios.

Veía una y otra vez sus manos, asegurándose de que no estuviese perdiendo la cordura. También se sentía ocasionalmente el vientre, para saber que no era una pesadilla. Y no lo era. Era la vida real. La que más odiaba.

Los copos de nieve no tardaron en cubrir la acera. De por si el nocturno paisaje se tornó de un blanco pacífico.

Yuri, a pesar de no llevar mucho equipo para soportar la terrible nevada, se quedó un tiempo más bajo la nieve, sin detener sus lágrimas.


Estornudó fuertemente, llamando la atención de la mayoría de sus compañeros de clase. Todos voltearon para mirarlo y hasta el profesor detuvo su explicación del Principio de Incertidumbre.

Sin embargo, nadie le dijo lo que siempre se dice, un simple «salud». Sólo Yuko, que estaba a un lado de él y le agradeció. Entonces, todos volvieron a la clase.

Se sorbió la nariz y siguió anotando lo de la pizarra.

-¿Te encuentras bien? -le susurró Yuko, a lo que Yuri asintió sin ponerle mucha atención-. Te ves enfermo.

-No lo estoy. -no podía pronuncia muy bien las palabras gracias a su nariz taponada, lo que hizo reír a Yuko. Pero el maestro la calló.

Cuando las cosas se hubieron calmado, Yuko miró a su amigo con una sonrisa y ojos traviesos y volvió a hablar.

-Lo estás. ¿Qué hiciste?

Yuri ignoró la pregunta y siguió escribiendo, causando otra risa de la chica.

Al terminar las clases, Yuko le pasó un brazo a los hombros de Yuri y lo agitó frenéticamente. La chica no borraba la sonrisa de sus labios. A Yuri le parecía algo apreciable que siempre llevase una curva en sus labios mientras que él muy a penas la formaba esos últimos meses.

-¡Yuuuri! ¡Hay que salir!

El chico estaba dispuesto a hablar, pero, cuándo abrió la boca, un estornudo se escapó, apartando un poco a la ojos cafés.

Posó una mano bajo su barbilla mientras el chico seguía caminando, siguiéndolo.

Tal vez no era buena idea salir si Yuri estaba enfermo y menos ese día tan frío. El chico estaba cubierto hasta las orejas de ropa y abrigos. Tenía una bufanda café cubriéndole del cuello hasta la nariz. Un abrigo negro cubría su cuerpo. Sus mejillas estaban coloradas y sus ojos se veían cansados. La chica se rascó la nuca.

-Tal vez otro día.

Yuri no objetó nada. La verdad es que sí se sentía bastante mal, pero no quería preocuparla. Le dolía mucho la cabeza y sentía que se quemaba a pesar de estar haciendo un horrible clima invernal. Caminaba sin mirarla ni retroceder. Ella corrió a su lado y suspiró, dejando escapar el típico vapor de su boca.

El arte de la vida (Vikturi) •Mpreg•Where stories live. Discover now