XIV. Ocho meses

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—¡No quiero! —dijo una vez más Yuri.

—Yuri, pareces un niño. Vamos, no te diremos nada.

El chico estaba cubierto de pies a cabeza con una sábana en su cama. Solo se podía ver el bulto que su vientre ya crecido le daba forma a la sábana. No quería destaparse para que sus padres ni Mari lo vieran así. Solo faltaba un mes. Un maldito mes para que todo terminase. Le habían dado una camisa larga que le quedaba un poco más arriba de las rodillas, pero aún así se negaba a que lo vieran. ¿Se imaginan a un chico de dieciséis años de ocho meses de embarazo? No debe ser algo facil de asimilar.

El doctor ya estaba afuera de la puerta del pelinegro con su típica cara larga que no era inusual ver. Llevaba su maletín negro y su montón de aparatos más. Él solo escuchaba los gritos de Yuri prohibiendo levantar la sábana.

Llevaban varios minutos más esperando cuando abrió la puerta de golpe.

—¡Vamos, niño! ¡No tengo todo el día!

—¡No me llames niño! —gritó Yuri.

El doctor le pidió a la madre que saliera y cerrara la puerta, lo que ella hizo algo preocupada.

Ryu jaló con fuerza la sábana y la aventó lejos del alcance del azabache.

—No hagas berrinches.

El pelinegro hizo un puchero y se acomodó en la cama mientras el otro posicionaba todos sus aparatos.

Duraron unos momentos en silencio. Yuri habia salido unas semanas después del hospital. Sin embargo aún debía tener ciertos cuidados. Debía mantener una dieta y descansar mucho. Dejar el orgullo de lado y permitir que los demás le ayudasen.

—Levantate esa cosa. —Le exigió el doctor.

Yuri comenzaba a hacerse más orgulloso y caprichoso, se necesitaba ser más duro con él. Sabía que había cometido un error, pero ya no había vuelta atrás.

El chico le hizo caso, mostrando sus boxers y su vientre.

—Que pervertido. -bromeó el doctor, a lo que el otro ignoró.

Le colocó el gel mientras Yuri aún formaba un puchero.

En lo que lo hacía sintió una patada que el pelinegro ignoró. El mayor sonrió un poco y deseó sentir otra, pero no fue así.

Debía ser paciente, en un mes ya la tendría en sus brazos, la podría abrazar, la calmaría cuando llorara, la alimentaría. Sería su hija. Solo suya. Y sabía que Yuri no se arrepentiría, seguía sin demostrar ni un solo lazo de amor hacia esa niña. Y sabía que era algo muy impropio de él decirle a la familia del chico que la bebé había nacido sin vida y quedarsela él, que podía perder hasta su trabajo, pero nadie le quitaría a su Akira. No permitiría que alguien la tocaste. Era su hija...

El cuerpo del bebé se fue viendo mediante la ecografía. A Yuri parecía no importarle, por lo que estaba viendo hacia otro lado. Sin embargo, al doctor presente le maravillaba esa situación tan tierna. Ya estaba casi totalmente formada. Pero ya era perfecta.

Claro, ella jamás ocuparía el lugar de Akira, de la verdadera Akira. Tal vez por eso no debería ponerle el mismo nombre que ella... Ya se lo pensaría. Extrañaba mucho a su Akira, pero la muerte no discrimina entre los santos y pecadores, solo arrebata, arrebata y arrebata.

Al terminar todo eso, el doctor solo le dio unas últimas recomendaciones y explicaciones sobre el parto. Yuri parecía no ponerle atención, pero ese sería su problema.

Sería relativamente fácil, como era hombre le debía inyectar algo para que pudiera dilatarse y así sufrir muchísimo menos y que no hubiera riesgo de muerte. O casi. Le había dejado un par de inyecciones en casa por su debían empezar antes de que él llegase. Le daría mucho calor, puesto que con el calor se tiene que dilatar. Pero debía aguantar. Claramente iba a ser muy doloroso, sobretodo porque es un adolescente y hombre. Había muchísimos riesgos: una infección, una complicación o incluso la misma muerte, pero el doctor Fujioka era profesional.

El arte de la vida (Vikturi) •Mpreg•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora